Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
-¿Y dónde está el del cumple, el del cumpleaños?
- Afuera, en el patio. ¿No lo escuchás? Chivateando como locos, todos transpirados.
- Ay, claro...
- Juegan a lo bruto, a veces me da miedo, el hijo de Tita ya se golpeó en un ojo...
- Pero... ¿a qué juegan? Ay, allá está Miriam... ¡Qué hacés, Miriam, ya te saludo!
- Pasá, pasá, Clarita... Qué se yo a que juegan, al fútbol, creo...
- ¿Las chicas también?
- ¡Pero si las chicas son las peores!- se anota Mirta, que se acerca a saludar a Clara-. ¡Son machonas, les pegan a los chicos!
- ¿No te contó la señorita Susana?
- ¿Está la señorita Susana?
- No pudo venir. Pasá, pasá Clara... A Loli la conocés...
- Hola Loli, ¿cómo te va?
- ¿Y a la Puchi?
- Nos vemos en la granja cada tanto. ¿Qué hacés Puchi?
- Bueno, aquel es mi papá, mi mamá, Horacio el marido de Puchi, bueno...te los presento así nomás desde lejos...
- Hola a todos, hola a todos.
- Sentate acá en la punta, al lado de Rosa...En el living están los viejos, quedate con nosotros...
- Que somos jóvenes.
Hay dos o tres risas femeninas como alaridos.
- ¿Querés sándwiches? Son buenísimos, de la panadería de Bustos.
- No, ya comí algo en casa antes de venir; además estoy a régimen.
Otras risas variadas.
- Hay de jamón y queso, de choclo y de ananá.
- No, no, gracias, no me tientes...
- Por ahí querés algo caliente. Berto está por traer una pizzetas y unas salchichitas...
- ¿Dónde pusieron los cuchillos de postre, Maribel?
- Qué se yo, mamá, están por ahí, en el trinchante...
- Pero ¿dónde están? ¡Yo los había sacado y los puse arriba de la mesa!
- Estarán por ahí, mamá, preguntale a Beatriz, ya van a aparecer.
- ¡Los cuchillos de postre digo, nena, los de postre!
Miriam busca la mirada cómplice de Marta a su lado y le cuchichea al oído.
- Cómo se ponen con la edad, maniáticas, cascarrabias, joden por cualquier cosa...
- No te preocupes, Miriam, los viejos son así, disfrutá del cumpleaños de tu hijo...
- Habría que ver como vamos a ser nosotros cuando seamos viejos, tal vez seamos peores -interviene Esther, sentada al lado.
- Lo que siempre le pido a Esteban es que si yo un día me pongo tan insoportable como mi madre, que me pegue un tiro.
No quiero esta rompiéndole la paciencia a nadie.
- Sabés que pasa, Miriam, se excitan con estas fiestas como los chicos.
- A ver -llega Esteban, cargando platos en las manos-: hagan lugar, hagan lugar...
- Las salchichitas calientes, Mirta, están buenísimas...
- No. Además, ya viene a buscarnos el Lolo.
- ¿Dónde está el Lolo, no vino con vos? -pregunta Armando, parado junto a la heladera, detrás de Paula, apoyado contra el calendario de la panadería de Busto, tres gatitos en una canasta.
- Alcanzá estas otras cazuelitas a la otra punta, haceme el favor.
- ¿Pasás, pasás? -Mirta adelanta su silla.
- Claro que paso, no te molestes, no estoy tan gordo...
Más risas altisonantes.
- El Lolo, el Lolo -retoma Mirta- me trajo hasta acá pero me dejó y llevó el auto a lo de Gutiérrez, porque se le paró cuando veníamos. Pero enseguida viene a buscarnos.
- Acá hay más coca, Beba, alcanzale a Horacio.
- Ah, esta es mi abuela Mirta, mirala que guapa...
- La conozco, la conozco, la veo siempre en el super.
- Vos sos la mamá del Lito, m' hija...
- No, de Ricardito, que ahora mismo voy a llamarlo porque ya viene el padre a buscarnos...
- Si querés te lo llamo.
- No, señora, voy yo...
- Como quieras... Yo traigo las albondiguitas...
- Está bárbara tu abuela, activa, fantástica...
- Cruzo los dedos...
- Che, dice Mirta que Lolo se le paró -dice Horacio.
Hay risotadas y exclamaciones fingidamente escandalizadas.
- Ay, que grosero. Cortala, Horacio, con eso.
- Yo no lo dije -se encoge de hombros Horacio- fue Mirta. Qué tiene de malo... Dice que se le paró...
- Y sigue con lo mismo... Te creés muy vivo y sos un estúpido...
- Dejalo, Perla, son fantasías que se hacen los hombres...
- Será que a tu marido no le pasa.
- Eso, Yoli. Por ahí Mirta está muy contenta con que al Lolo le pase eso -se anota Armando a las carcajadas.
- Y el otro boludo se ríe. Reíte vos.
- A Horacio hace mucho que no se le para.
- Siempre que hay un tarado que se hace el gracioso, hay otro tarado al que le hace gracia...
- Yo no dije nada, lo dijo Mirta.
Entra una nena a preguntar algo.
- Ay, no me digas que esta es tu hija.
- Sí.
- Está enorme, lindísima, grandota, no la hubiera reconocido...
- Sí, está grandota ¿No es cierto, che, que estás grandota? Contestale a la señora...
- Dejala, dejala que se vaya a jugar... Lindísima...
- ¡Miralo a este, miralo a este! -chilla Matilde.
Un chico entra corriendo transpirado, desde el patio. Pregunta algo al oído de Mirta.
- ¿Este es el tuyo -le preguntan a Mirta-, este es Ricardito? ¡Pero si está enorme, yo no lo hubiera reconocido!
- Y, los chicos crecen, señora.
- Nosotros no somos los únicos que cumplimos años.
- ¿Dónde está el baño, Miriam? -pregunta Mirta-. Allá, allá, pasando el living, en el pasillo... ¡No corras!
- Sabe que pasa, señora, que estás jugando y hasta se olvidan de que tienen que hacer pis, buscan el baño cuando ya no aguantan más.
- Andá y después nos vamos -grita Mirta-, ya viene papá a buscarnos.
- ¿Y vos que hacés acá?
El pibe rubio se encoge de hombros, tomado al respaldo de la silla de su madre.
- Andá a jugar con los chicos...
- No. Juegan al fútbol.
- ¿Y a él no le gusta?
- Sí le gusta, pero prefiere quedarse acá, conmigo.
- ¿No querés algún juego de mesa, querido? ¿No querés que te prenda la televisión de la pieza?
- Pero no Matilde, dejalo. Si ya nos vamos
- Cómo, ¿no van a quedarse para el mago?
- ¿Hay un mago? Eso te va a gustar Pablito.
- Es que se pasa el santo día jugando a la pelota ¡no escucha lo pelotazos en las paredes y las persianas de las puertas?
- Ahí llega el Lolo. Mirta, ahí llega tu marido.
El Lolo llega y saluda livianamente a todos.
- Bueno -se para Mirta-, agarrá las cosas, Lito, que nos vamos.
- Lolo, dice tu mujer que llegaste tarde porque se te paró.
- Y... A veces me toca... -sonríe poco divertido el Lolo.
- Desde hoy -denuncia Estela- este tarado la tiene con eso...
- ¿Cómo, ya se van a ir? -se alarma, llegando, Miriam.
- Sí, tenemos que pasar por casa de mamá...
- Pero si ya viene la torta. No se va a ir sin soplar las velitas y comer un pedazo de torta.
- Es que mamá vive en La Florida y ...
- Ya la traemos, ya la traemos. Son casi las ocho, ni me había dado cuenta...
- ¡Las ocho ya, cómo pasa el tiempo!
- Y, señora, la buena compañía...
- Es una torta lindísima que le hizo la mamá de Agustín, una señora que tiene una mano increíble para la repostería.
- ¡Hagan lugar en la mesa y vayan llamando a los chicos! ¡Nené, traé la torta, y los fósforos!
- Que los chicos se vayan a lavar un poco primero, están todos sudados, las manos sucias, un asco...
- Sentate, Lolo, comen un pedazo de torta y se van. Son diez minutos nada más...
- Sentate, Lolo -indica Mirta.
- No. Está bien, está bien -Lolo fulmina a su mujer con la mirada-, me quedo acá. No se van a correr todos por mí.
- No es molestia -dice la abuela de Mirta, sentada ahora a la cabecera.
- Después de lo que contó Mirta del Lolo -dice Horacio, socarrón- no quisiera que el Lolo se me siente al lado.
Como un alud llega desde el patio el tropel de chicos buscando un sitio junto a la mesa grande de la cocina. Entre ellos, Perla, los brazos en alto, sosteniendo la torta. Hay forcejeos, empujones y gritos entre los chicos que buscan conseguir un sitio junto a la mesa. Están sudorosos y colorados.
- ¡Che, déjenle un lugar a la abuela! ¡Che, salí de ahí, dejala a la abuela!
Ya hay una multitud en la cocina. Perla deposita la torta sobre la mesa en el lugar que, corriendo apresuradamente platos sucios y copas, le han dejado libre. Voces de admiración reciben la torta de cumpleaños. Es un rectángulo chato y generoso bañado en chocolate, pero la parte de arriba se ha transformado en una cancha de fútbol cuidadosamente verde por los confites de ese color, no demasiado rectas las líneas de juego marcadas con coco rallado. En ambas cabeceras, los pequeños arcos de plástico y, sobre la grama artificial, cinco jugadores de cada lado, como dispuestos a empezar el partido, que aguardan la pitada inicial. De un lado, cinco pequeños muñequitos de azúcar lucen la camiseta a rayas verticales azul y amarilla de Rosario Central y del otro, otros cinco visten la rojinegra por mitades verticales de Newell's Olds Boys. Hay risas, aullidos, murmullos.
- Fósforos, faltan los fósforos -grita Martita.
Alguien le alcanza un encendedor descartable. El del cumpleaños espera ansioso el momento de soplar las velas. La propia Perla, parada detrás del homenajeado, se inclina por sobre él para encenderlas.
- Acercale esa -señala Alberto desde atrás-, la que prendiste recién, a uno de los de Ñuls, a ver si se le calienta el pechito.
Se elevan las risas y gruñidos de enojo.
- Ayúdenlo a soplar a ese pibe, que me parece que está sin aliento, sin aliento como todos los canallas...
- No, no -alerta Perla, simuladamente severa-, no empecemos con eso, no empecemos con eso, por favor...
- ¿Cuántas son las velitas? -pregunta Alberto desde una tercera fila.
- Diez, cumple diez el nene...
- ¿Por qué no ponen veintidós -se hace el tonto Esteban- y festejan los veintidós años que estuvieron sin ganar en el Parque?
- ¡Les dije que la corten con eso! -grita Perla, ahora sí, enojada-. Lo único que falta es que acá también nos...
- Se ve que te olvidaste -otra voz, esta vez femenina, truena desde atrás- cuando les rompimos el culo con Menotti en el Parque.
- Que pija que tuvieron adentro esos veintidós años sin ganar en el Coloso...
- ¡Terminala, boludo! -increpa Marta a Esteban-. Cortala con ese asunto que es el cumpleaños de...
- ¿Y vos que te metés, tarada -salta la esposa de Rubén-, si a vos nadie te dio vela en este entierro? Lo que pasa es que siempre has sido una canallona de mierda.
- Contá, contá -se mete Mariano-, contá los jugadores de Ñuls, no vaya a ser cosa de que abandonen.
- Son cinco nada más, se ve que seis ya abandonaron. ¿O ya se olvidaron a Russo revoleando el saco el día del abandono?
- De lo que no te acordás vos, pelotudo, es del gol de Domizzi cuando le rompimos el orto con la tercera, de eso seguro no te querés acordar, mogólico.
- ¿Y ahora venís a hablar vos, porquería? ¿Desde cuándo sos hincha de Ñuls, pechofrío, que nunca ni abriste la boca?
Los puñetazos de Norma sobre la mesa hacen bailotear las botellas y las copas.
- ¡Basta, basta, carajo! -ruge, y cuando logra algo de silencio-. Parece mentira, parecen chicos peleándose así.
- Sí, pero ellos vienen a Arroyito a relajarnos. ¿O en que barrio estamos?
- En Ludueña.
- Es lo mismo.
- Es la misma mierda con distinto olor.
- ¡No ves que la siguen! -vibra otra voz de mujer-. ¿qué tenés que decir vos, bastarda?
- Más bastarda serás vos, negra villera.
- ¡Mamá, mamá! - el grito dramático de Zulema, esta vez si logra algo de silencio. Zulema se lanza sobre la abuela Dora que, sentada en su lugar preferencial, está pálida como el mármol y se toma con ambas manos el cuello como tomando aire.
- ¡El corazón, el corazón, un ataque al corazón! -llora Zulema, desesperada.
- ¡Tráiganle agua, agua, un vaso de agua!
- ¡Llamen a un médico!
- Háganle aire, córranse, déjenle aire.
- ¡Miren lo que logran con esas peleas pelotudas, idiotas, miren lo que logran, matar a mamá!
- ¡Ellos empezaron!
- ¡Eso pasa por invitar a estos leprosos de mierda!
- ¡Mamá, mamá!
- Ya estoy bien, ya estoy bien...-El hilo de voz de la abuela Dora, milagrosamente, se oye en medio de la batahola-. Ya estoy bien, hija, un mareo, un soponcio...
- Mamá, mamita.
- Abuela, abuela...
- Saben que me hace muy mala sangre estas cosas -recobrada en parte, con dificultad para hablar. la abuela reprocha con rabia-: saben, me lo hacen a propósito, me quieren matar...
- Pero no, mamá, ¡las cosas que decís...!
- No, señora, ya pasó, ya todo se tranquilizó.
- Nosotros no empezamos, señora -trata de ser convincente la esposa de Esteban-. Lo que pasa es que estos canayones son siempre lo mismo...
- Y a mucha honra somos canayones -trina Zulma-, ¡leprosa pechofrío!
- ¡Basta! -ahora es la misma abuela la que reclama orden con voz entrecortada. Todos se callan.
- Acá está el encendedor -vuelve a ofrecer Alberto, con su voz calma.
***
-Estuvo muy lindo -dice Malena, en la puerta de calle, la mano sobre el hombro de su hijo, que lleva una bolsita con regalos de cotillón. Ya es de noche.
- Lástima eso de... -argumenta Perla.
- Suerte que tu abuela la pudo cortar.
- Sí, pero casi se muere la vieja.
- ¡Sí, no, es cierto, te digo suerte porque cortó el quilombo, no porque casi se muere, pobre Dora!
- Pobre Dora, Pobre Dora -levanta las cejas Perla-. Sabés qué pasa, que es pechofrío la vieja. Se hace la pelotuda pero cada vez que gana la lepra anda con una sonrisa de oreja a oreja. Ella se cree que yo no me doy cuenta pero yo la tengo bien junada, bien junada la tengo...
- Ya me parecía medio amarga la Dora...
- Pero, estuvo todo bien, ¿no?
- La torta, riquísima, riquísima la torta.
- Está haciendo frío, abrigalo al Nico.
- Sí, le traje un saquito
Libro: Negar todo (2013).
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