viernes, 2 de mayo de 2025

Voces del río - Cuento creado con inteligencia artificial


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Cada noche, cuando la oscuridad envolvía el pueblo, mi voz se convertía en compañía para quienes buscaban historias en la soledad. “Qué Grande” era el programa estrella de la radio comunitaria de la biblioteca popular, un espacio mágico donde literatura y comunidad se entrelazaban. Desde mi pequeño estudio, rodeado de estanterías cargadas de libros, transmitía narraciones que llevaban a los oyentes a mundos desconocidos.

La radio, situada en una vieja casa junto al río, había sido construida por los propios vecinos hace décadas. Sus paredes resonaban con el eco de mil reuniones y proyectos que habían cambiado vidas. Cada relato que seleccionaba para leer estaba impregnado de ese espíritu, escogido con la esperanza de dejar una huella en quienes lo escuchaban.

Empecé a grabar mis lecturas para compartirlas en YouTube y Spotify. Los comentarios comenzaron a llegar de todas partes; cada reproducción era una conexión con alguien que, aunque distante, se dejaba llevar por mi voz y la esencia del pueblo. Pero también comenzaron los mensajes extraños. Comentarios de usuarios anónimos decían escuchar “otra voz” en mis grabaciones. Una voz grave, apenas perceptible, que susurraba palabras incomprensibles.

Al principio, pensé que era un error técnico. Tal vez el ruido del río se filtraba en el estudio. Pero una noche, mientras grababa un cuento sobre un pescador perdido en el agua, lo escuché. Una voz fría, ajena, que repetía mi narración como un eco distorsionado. Miré a mi alrededor, pero solo estaba yo. Detuve la grabación y revisé el audio: ahí estaba esa voz, nítida, pero imposible de identificar.

Desde entonces, las cosas se volvieron extrañas en la radio. Los libros comenzaron a aparecer abiertos en las páginas que hablaban de tragedias o muertes. Las luces parpadeaban sin razón, y los oyentes llamaban aterrorizados, diciendo que mi programa los hacía sentir observados.

Una noche decidí enfrentar mi miedo. Seleccioné un cuento especial, una leyenda local sobre el río y su espíritu guardián, al que llamaban “El Vigía”. Según el relato, este ser cobraba vida cada vez que alguien intentaba profanar las aguas con historias falsas o tragedias inventadas. Su misión era proteger el río y castigar al responsable. Sin pensar en las advertencias, leí la historia en la radio, convencido de que al hacerlo podría comprender qué estaba ocurriendo.

Esa fue mi última transmisión.

La biblioteca estaba cerrada cuando la encontraron. Las luces del estudio estaban encendidas, pero nadie respondió a los llamados. Al entrar, los vecinos descubrieron el micrófono cubierto de barro y agua, y el libro que había leído estaba mojado, con páginas arrancadas. Nunca me encontraron. Solo quedó mi voz, repitiéndose en los audios de YouTube y Spotify, acompañada por ese susurro extraño que ahora era claro como el río que dividía nuestro pueblo.

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