lunes, 16 de junio de 2025

Una flor en la casa del Papa - Texto de Ariel Scher


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

A las 7 y 55 del lunes de adioses a Francisco, cuatro ruidos, tres cámaras, tres periodistas, una policía y un perro que ni ladra ni mira configuran la escena en las puertas de la casa donde el hombre de los adioses nació. A una cuadra, otro hombre, pero sin famas, duerme en la calle. A una cuadra y media, otro más. A dos cuadras, Francisco saluda hecho cartel y sonrisa, como en los años últimos, en los bordes de la escuela de la Misericordia. Una flor chiquita vive desde hace un rato gracias al agua del frasco que la contiene en la vereda del hogar natal. Nadie en la calle Membrillar, a cincuenta pasos de la placita Herminia Brumana, lo dice, pero plantita y agua constituyen un homenaje. La placa ya no intacta que la Legislatura porteña estampó hace más de un decenio ejerce de testigo. Dos pibitos que aceleran rumbo al cole, acaso con un ritmo que sobre esa tierra fue en un pasado el de Jorge Bergoglio, no registran ni a la placa ni al agua ni a la plantita. Tampoco a una flor blanca, hermosa, entera, inmejorable, que reluce desde la zona externa de un ventanal. "La dejó una vecina", informa uno de los periodistas. De verdad, es difícil  que a esta hora en el planeta brote algo más lindo que esa flor. De lejos, ahora el perro sí ladra. Una señora enfoca desde enfrente. La aguardan la rutina, las preocupaciones, quizás una alegría de lunes. Se detiene, parpadea, se perdona, musita "gracias", balbucea "amén " y se va. La vida, empecinada, continúa. Igual que la flor blanca.

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