viernes, 3 de octubre de 2025

Si lo hubiera dicho... - Cuento de Mariel Clark


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Mony conducía un sector operativo, un grupo de varones bien plantados. Estaba casada de larga data con una cómoda indiferencia, sin necesitar más que su trabajo e hijos.

-Llegó el nuevo ingeniero -anunció el gerente sin previo aviso-. Te ayudará a actuar con firmeza, es difícil para una mujer dirigir a tantos hombres -agregó con un dejo machista.

Le fastidió tener que recibir al paracaidista, ceder la mitad de su escritorio, rescatar una silla raída donde sentarse ella por simple cortesía de anfitriona. No hay para muebles y siguen entrando estos "acomodados", pensó con rabia contenida.

Su abierta sonrisa, de dientes impecables le robó un poco de su malestar. Al rato, los ojos chispeantes le animaron a mejorar el trabajo antes hecho en soledad. Buenos modales, gentil y considerado.

Además del escritorio compartían anécdotas, viajes, reuniones, prolongadas veladas. Siempre pegoteados empezaron las cargadas y ambos sonreían sin contradecir.

Así fue ganando su corazón. ¿Cómo sustraerse a ese galanteo? Un chocolate, un cd con su canción preferida; mechado con frases del tipo Moni, ¡Parecés salida de Hollywood! ¡Cada día más linda!

Ella ardía esperando su declaración.

No se anima. Y... soy casada... le llevo años. Aunque se relaciona solo conmigo, -pensó, y se sintió una elegida.

Esa noche regresaban del campo. Ella no quería terminar el viaje. Él conducía, y se pasó varias cuadras de donde siempre la dejaba. Lo notó muy nervioso. Aprovechó para preguntarle si conocía alguna inmobiliaria ya que vendería su casa.

-¿Moni, vos pensás separarte? -sonrió él, irresistible y sin disimulo.

-Sí, claro, mi matrimonio no da para más -improvisó ella.

Eufórica, concilió como pudo el sueño, ¡Cómo se alegró con lo de mi separación!


Se levantó tempranísimo para prepararse más bella que nunca. Esto debe ser el famoso Yuanfen, lo del Buda... que viene de otras vidas, es muy fuerte, estamos predestinados.

Su rostro tenía ese tono inigualable que da el amor correspondido.

Eligió ropa más provocativa que discreta. Arregló su largo pelo, su cara la maquilló con esmero. Se perfumó.

Arribó antes que nadie. El sereno la saludó casi dormido, sorprendido por el atuendo y lo temprano de la hora. Se sentó expectante en su silla rota que nunca cambió por cábala. Comenzó el bullicio propio de cualquier oficina en la primera media hora de saludos e intercambios. Distinguió la voz ronca, firme, el paso inconfundible.

Su corazón dichoso por verlo, brincó cuando le escuchó decir:

-Moni, tenemos que hablar.

-Bueno, pero, ¿te parece que éste sea el lugar? -imaginó el café, el roce, un beso y lo demás...

-Es que quiero avisarte lo más pronto posible. Me salió una oferta laboral en Brasil. Me gusta este trabajo, pero... lo analicé mucho y no puedo dejar pasar la oportunidad; por eso ayer habrás notado lo raro y distraído y que estaba.

Él insistió en hacer el último viaje para cerrar una tarea pendiente. Al terminar se detuvieron en la orilla de Laguna Pedregosa, solitaria a no ser por las aves que la poblaban. Él le hablaba con entusiasmo de sus nuevos proyectos. Ella, disimulando como podía su insoportable tristeza, aún anhelando una señal, por primera vez respondió con silencio. Sólo miró los trozos de sol desgarrado recalados en el horizonte gris, más inalcanzable que nunca. Fue una tarde en la que al cielo se le dio por llorar


Un año después las lágrimas aun eran charco en su alma. Esa noche, en rueda de amigos, alguien dijo:

-Che ¿Se enteraron lo de Ángel?

-No ¿Qué pasó? -saltó Moni con renovada esperanza nunca perdida, tratando de no parecer ansiosa.

-Se casó, en Brasil.

-Ah... ¿linda? -quiso sonar indiferente.

-Eh... un mulato.

Libro: Animarse a... (2022).

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