Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
En una pequeña aldea envuelta en niebla perpetua, vivían los mellizos Luna y Lucas. Desde su nacimiento, los aldeanos sospechaban que había algo inquietante en ellos; sus miradas eran demasiado similares, sus movimientos demasiado sincronizados. Sin embargo, los mellizos eran conocidos por su carácter tranquilo y su habilidad para mantenerse en las sombras.
Un invierno, una serie de desapariciones comenzaron a ocurrir en el pueblo. Cada vez que alguien desaparecía, los gemelos parecían aparecer en el lugar exacto donde se había visto a la persona por última vez. Aunque su coartada siempre parecía sólida, el miedo y las especulaciones crecieron.
Una noche, el viento aullante trajo consigo una tormenta de nieve que cubrió la aldea con una gruesa capa blanca. La niebla se espesó, y la visibilidad se redujo a casi nada. Fue en esta oscuridad que la desaparición más terrible ocurrió: la joven Martín, conocida por su cercanía con los mellizos, no volvió a casa.
Desesperados, los aldeanos organizaron una búsqueda. Al amanecer, encontraron una cabaña antigua en el bosque, una que había estado vacía durante décadas. La puerta estaba entreabierta, y una luz tenue parpadeaba en el interior.
Al entrar, los aldeanos encontraron a Martín en el centro de la sala, inmóvil. Sus ojos estaban abiertos, pero vacíos, como si miraran a través del tiempo. En las paredes de la cabaña estaban escritas palabras en un lenguaje desconocido. La atmósfera estaba impregnada de una energía fría y opresiva.
Mientras examinaban la escena, uno de los aldeanos notó dos figuras en la esquina más oscura de la habitación: Luna y Lucas, que miraban con una expresión de calma inquietante. Los mellizos estaban en completo silencio, y sus ojos reflejaban una comprensión de algo que los demás no podían percibir.
De repente, la luz se apagó, y el miedo se apoderó de los aldeanos. Un susurro lleno de eco comenzó a resonar en la habitación, repitiendo los nombres de cada uno de los presentes, seguido de un lamento desesperado. Cuando la luz volvió a encenderse, Luna y Lucas ya no estaban allí.
Esa noche, la niebla se levantó por primera vez en años, revelando un paisaje helado y desolado. Las huellas de los mellizos se habían desvanecido, y la cabaña se había vuelto a vaciar. Martín fue encontrado, pero estaba en un estado de catatonia que nunca pudo ser explicado.
Los mellizos nunca volvieron a ser vistos. La aldea, temerosa y cambiada para siempre, nunca volvió a ser la misma. Las desapariciones cesaron, pero las historias de los mellizos y la cabaña en el bosque se convirtieron en leyendas que advertían a todos sobre las sombras que acechan en los rincones más oscuros de la niebla.
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