Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
Hola, soy Florencia y les contaré mi historia. Hace 10 años, cuando tenía 10, estábamos de pijamada con mis amigas Sabina, Antonela, Morena y Morella. En medio de la noche, comenzamos a hablar sobre una casa abandonada en el barrio.
—¡Tengo una idea! —exclamó Sabi—. ¡Vayamos a la casa!
—¡Noooo! —dijo Morena en voz alta, pero no lo suficiente como para ser un grito. Aunque tenía miedo, al final logramos convencerla.
Cuando llegamos y entramos, la puerta se cerró de golpe detrás de nosotras con un ¡PLAM! que nos hizo saltar del susto.
—¡Buaaaa! ¡No debimos haber venido! —chilló y lloró Morena.
—Ay, chicas, tengo miedo… y la puerta no abre. ¿Qué vamos a hacer? —exclamó Morella.
—Ya vamos a encontrar una solución, no se preocupen —respondió Antonela con calma, tratando de tranquilizarlas.
—¡Ay, Anto! ¡Sos nuestra salvación! —exclamaron Morella y Morena al unísono.
De repente, mientras investigábamos entre las cinco, empezamos a escuchar sonidos raros… como si algo caminara a nuestro alrededor. Como si fueran… arañas.
Y cuando nos dimos cuenta…
¿¡Sabina no estaba!?
—¿Se habrá separado? —dije con la voz temblorosa.
—Lo dudo, Sabi es muy unida —respondió Morella, pensativa.
La buscamos por todos lados, pero no había ni rastro de ella. Nuestra preocupación creció y el miedo comenzó a invadirnos. Entonces, mientras caminábamos por los oscuros pasillos, encontramos a un niño.
Morella intentó acercarse para ver si se había perdido, pero en el último segundo me di cuenta de que algo no estaba bien. Ese niño… no era normal.
De su espalda brotaban patas de araña.
—¡MORELLA, NO! —grité aterrorizada, pero ya era tarde.
Cuando la volvimos a mirar, estaba tirada en el suelo… decapitada.
Morena quiso correr hacia ella, pero Antonela y yo logramos detenerla. Fue entonces cuando Morena gritó:
—¡Sabi! ¡Sabi está muerta en una telaraña!
—Dios… qué fastidiosas… ¿por qué simplemente no se callan y dejan de gritar? —habló el niño, con un tono curioso y perturbador.
Pero lo más escalofriante fue lo que vi cuando giré la cabeza hacia Antonela y Morena.
Ninguna tenía cara.
Estaban muertas.
Mi cuerpo entero comenzó a temblar. Con mis últimas fuerzas, salí corriendo.
Cada pasillo estaba lleno de cadáveres.
Sangre.
Huesos.
Carne.
A lo lejos, distinguí una ventana y sin pensarlo, salté a través de ella para escapar de aquel infierno.
Siete horas después desperté en el hospital, con heridas y lesiones graves.
Nunca olvidé lo que sucedió.
Nunca volví a ver a mis amigas.
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