Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
En las polvorientas canchas del torneo de ascenso argentino, donde la pelota pica más que rueda y los sueños se aferran al barro, brillaba (más por extraño que por hábil) un marcador de punta llamado Robustiano Picciforte.
Jugador rústico, de botines duros como sus quites, era sin embargo un fenómeno fuera de lo común, pero no por sus centros, que no solían ser los más precisos, ni por su velocidad, que podía ser superada ampliamente por cualquier rival, sino porque hablaba como si el mismísimo Jorge Luis Borges le dictara las respuestas desde una cabina celestial.
Picciforte no había terminado la escuela primaria, pero durante su infancia, cuando la mayoría de sus compañeros pateaba piedras o jugaba en la calle, él se encerraba en su habitación a leer uno de los tantos libros que su abuelo siempre le traía de la biblioteca tratando de incentivarle la lectura. No comprendía ni tampoco le interesaba los argumentos de las novelas ni el pensamiento de los grandes literatos. Solo memorizaba frases que le parecían bonitas. El leía y leía. Y así se le grabaron en la memoria párrafos, versos y sentencias que después usaba con generosidad.
Jugaba de lateral izquierdo en Deportivo Humildad, un equipo tan modesto que su utilero también era arquero suplente. Pero cada vez que terminaba un partido, sin importar el resultado, los periodistas saltaban el alambre de la cancha para escuchar al poeta de los despejes. Ni el goleador, ni el enganche talentoso, ni el DT gritón: todos sabían que el show lo daba Picciforte.
- ¿Qué pasó con ese penal que pateó Ramírez y terminó en la tribuna?, preguntaba un periodista.
- Errar es humano, perdonar es divino, pero patear así debería ser delito. Como dijo Shakespeare: ‘Hay más cosas en el aire que en la red de tus filosofías, Ramírez”, decía Robustiano con una sonrisa.
- ¿Y la expulsión tuya, Picciforte? Te dieron roja por aplaudirle irónicamente al árbitro.
- Fui como Ícaro -contestaba, mirando al cielo- Volé muy cerca del sol de la ironía y me derretí en el mar de las tarjetas.
- ¿Y qué opinás del empate de hoy?
- Este empate fue como la espera de Godot: larguísima, absurda y al final… no vino nadie.”
Los diarios se regocijaban con las tapas de los suplementos deportivos cada vez que jugaba Deportivo Humildad. Los títulos y los destacados de cada domingo eran frases textuales de Picciforte por más que su equipo estuviera último en la tabla de posiciones.
“Se quebró como se quiebran los atardeceres con las tormentas”, dijo una vez al referirse al planchazo que le metió a un delantero rival, que lo dejó inactivo por seis meses.
En otra oportunidad le pidieron su opinión por el gesto que tuvo una fanática al arrojarle el corpiño desde la tribuna en señal de ofrenda: “Donde no hay amor, poned amor y encontraréis amor”.
El único problema era que a algunos de sus compañeros, especialmente los más talentosos, les empezaba a molestar que el aplauso, las cámaras, los micrófonos y las ovaciones fueran siempre para el filósofo de los laterales y no para ellos.
“Robustiano tira un taco sin querer y los periodistas creen que es una metáfora visual del barro existencial”, se quejaba uno. “Nosotros metemos goles, y él cita a ese tal Faulkner porque despejó de cabeza”, protestaba el otro.
Pero más allá de los celos comprensibles de sus compañeros, los hinchas lo amaban. Las redes sociales explotaban con sus frases. Era como si la literatura importara más que el fútbol. Los resultados eran lo de menos, siempre que hablara el Sábato del área chica.
Una vez su respuesta a una dura goleada que recibió su equipo (“Todo se desmorona aunque nunca haya estado firme”) fue impresa en una bandera gigante que colgaron en la tribuna popular. Nadie en la hinchada supo bien qué quería decir, pero la frase sonaba realmente impactante y dramática.
Y así se repetían las escenas cada domingo después de terminados los partidos. Los periodistas corriendo detrás y él lanzando máximas y metáforas que dejaban a todos embelesados, por más que las preguntas estuvieran orientadas a temas simples o aunque él no hubiera formado parte del equipo titular. “La salud es la mayor posesión. La alegría es el mayor tesoro. La confianza es el mayor amigo”, contestó una vez cuando un cuadro agudo de colitis lo dejó en el banco de suplentes.
Picciforte era realmente un fenómeno popular y querido como nadie. En la calle lo frenaban para tomarse fotos o para pedirle autógrafos, el supermercado más grande del pueblo usaba su imagen para promocionar sus productos, las muchachas le regalaban miradas cómplices y seductoras cada vez que lo cruzaban y hasta una pequeña bodega había lanzado su “Picciforte Reserva”, de edición limitada.
Pero como ocurre con todos los grandes ídolos, la vida deportiva alguna vez se termina. Y Robustiano Picciforte no fue la excepción.
Finalmente, llegó su último partido. A los 39 años y con las rodillas gastadas de tantas pelotas trabadas, patadas y cruces fuertes, decidió colgar los botines, pese a las súplicas de la Comisión de Fútbol y al lamento de los hinchas que no podían creer que ese día fatídico -que nadie nunca quería imaginarse- hubiera llegado.
“La vida tiene diferentes capítulos. Un mal capítulo no significa el final de la historia”, dijo al anunciar que jugaría su último partido a modo de despedida.
Aquel fue un domingo glorioso para el club. La cancha estaba llena como nunca, pero no por el partido, sino porque todos sabían que esa tarde Picciforte jugaría y hablaría por última vez.
Muchos padres habían llevado a sus hijos pequeños para que fueran testigos de aquella fiesta y para escuchar las palabras mágicas que interpretaban al fútbol de la mejor manera. Las banderas con su imagen flameaban en las tribunas. Su nombre se repetía una y otra vez en camisetas, pancartas y banderines.
Deportivo Humildad perdió 3 a 0 y uno de los goles en contra fue obra del propio Picciforte, que intentó despejar con un zurdazo, pero pifió, la pelota voló envenenada hacia atrás y se le coló en el ángulo derecho de su arco.
Pero la derrota no importó. Cuando el árbitro dio el pitazo final, la hinchada explotó en ovaciones, mientras las autoridades del club colocaron una tarima con un micrófono en el medio de la cancha para que su ídolo eterno dijera las últimas palabras frente a los hinchas y ante decenas de periodistas y corresponsales de otros pueblos que lo habían rodeado a modo de conferencia de prensa. Y allí subió Picciforte, todavía transpirado, con los botines en la mano.
- A continuación, el presidente de Deportivo Humildad, doctor José Pérez, hará uso de la palabra y le entregará una plaqueta a nuestro ídolo eterno Robustiano Picciforte, dijo el relator del estadio.
De golpe el silencio se apoderó de las tribunas y en la cancha no se escuchaba nada más que el canto lejano de algunos pájaros, que parecían ajenos a aquella fiesta tan multitudinaria y emotiva.
- Querido Picciforte: para nosotros este es un homenaje más que merecido. Fueron muchos años de dedicación constante donde lograste elevar al club al pedestal más alto de toda su historia. Por este motivo, te entrego esta plaqueta en nombre de la gente y te invito en este momento tan lindo a que nos cuentes cómo te sentís después de este último partido y de esta carrera tan... literaria, dijo el presidente del club.
Picciforte recibió la plaqueta, lo abrazó y repasó con la mirada empañada los miles de rostros que lo observaban expectantes. Luego hizo una pausa larga, muy larga; tan larga que el silencio parecía hacer eco en cada rincón de las tribunas.
Y entonces, con la voz cansada y tratando de recuperar un poco de aire, se acercó al micrófono y lanzó una frase que explotó como una bomba: “La vida es una mierda y me siento como el culo”.
El presidente quedó pálido y mudo tratando de encontrar una explicación, mientras los miembros de la comisión directiva también estaban atónitos con la respuesta. Confundidos, los periodistas comenzaron a hacer comentarios en voz baja.
- Sí; así como lo oyen… - siguió- me siento como el culo. Y no quiero hablar más.
El clima en la cancha era tan tenso como desconcertante. La conferencia de prensa con la que todos soñaban no había ocurrido. Indudablemente Robustiano Picciforte, el lateral izquierdo de palabras hermosas y gambetas rústicas había sentido el retiro en lo profundo de su corazón y su alma. Con el fútbol también se había terminado la poesía.
- De esta manera, como un Quijote con botines, Robustiano Picciforte nos enseñó que a veces, la mayor metáfora… es no decir ninguna”, fue el comentario oportuno del relator que intentaba animar a los presentes.
Pero el estadio reaccionó de inmediato. La ceremonia de homenaje a su ídolo no podía terminar de esa manera. Las lágrimas tenían que ser de alegría; nunca de tristeza. Alguien de la tribuna comenzó a cantar: “♬ ♪ ♫ Olé, olé, olé… Pichí… Pichí…♬ ♪ ♫”. E inmediatamente se fueron sumando unos y otros, hasta que todo el estadio se convirtió en un coro gigante con estrofas cruzadas: ♪ ♫♪ ♫ “Pichi: Mi buen amigo; esta campaña, volveremo' a estar contigo; te alentaremos de corazón; esta es tu hinchada que te quiere ver campeón ♪ ♫♪ ♫. ♬ ♪ ♫ “Vamo, vamo, vamo, vamo Pichi♪ ♫♪. ♪ ♫♪ Aunque ganes o pierdas no me importa una mierda…♬ ♪ ♫
Y así, las interpretaciones, sentidas, populares y hasta con ribetes poéticos, finalizaron con un aplauso que parecía interminable.
El paso de Robustiano Picciforte marcó una impronta imborrable en el club y en la memoria de miles de personas que siguieron alentando al equipo todos los domingos, siempre recordando la figura de su inolvidable lateral izquierdo.
Tanto impactó su presencia y su personalidad y tanto calaron sus frases y metáforas que desde aquel día del retiro, cada vez que Deportivo Humildad pierde, los hinchas despliegan una bandera gigante que dice:
“La vida es una mierda. Me siento como el culo”.
Y debajo, a modo de firma: “Robustiano Picciforte, poeta, lateral y leyenda.”
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