A Arnaldo César del Intento, el "Nono".
Algunos familiares comentaron por lo bajo que fui el único que no lloró en tu velorio. Es que el duelo venía desde hace tiempo, extrañando las charlas de fútbol, la merienda y terminar la tarde con juegos de cartas. Pasar las horas en ese departamento del Fonavi son refucilos de felicidad completa. De grande se reconocen las pequeñas cosas como milagros en vida. Milagros que el paso del tiempo sepultan. Como agarrar el billete de dos pesos, correr a comprar leche chocolatada mientras la abuelita prepara las tostadas, y hablar de Estudiantes. Pasaron más de dos décadas y todo eso conllevó enseñanzas y aprendizajes imperceptibles para mi niñez y adolescencia.
En tardes repetidas y ahora irrepetibles, me contabas que tu papá era de Gimnasia, pero vos y tu hermano querían ir a la cancha, y los llevó a la de Estudiantes. Y ese era el puntapié para aprender historias. Siempre comenzabas por el primer equipo que viste: «Los Profesores», los primeros en ser campeones en La Plata.
El milagro de recibir relatos históricos que viviste en carne propia fue demasiado. Tal vez por eso conseguí llevarte a una radio para que los cuentes, y vi la cara de esos periodistas pinchas cuando describiste el gol del Nolo Ferreyra porque estuviste en la cancha. Lo narraste con detalles estupendos y desconocidos, lo recuerdo desde las caras de asombro y emoción de los periodistas cuando te pusiste de pie y aplaudiste imitando a todos los hinchas en ese estadio. Todos vivimos ese maravilloso milagro del Nolo en un texto de Eduardo Galeano que no conociste, pero lo contaste porque fuiste testigo.
Ahí te presentaron a una señora de apellido Ignomiriello y enseguida rememoraste a «La Tercera que mata», como lo hacías en las meriendas entre interrupciones de la abuelita ofreciendo las últimas tostadas, y vos concentrado entre el relato y sacar los naipes para jugar. Esa milagrosa alineación de reserva le dio a Estudiantes uno de los grandes y exitosos equipos de la historia del fútbol argentino. Siempre había tiempo para que me cuenten de los festejos de las Copas Libertadores conquistadas, y las brujas que se vendían en el centro de La Plata. Como si estuvieran ahí, y como si el tiempo no existiera, vos y Kika musicalizaban la merienda cantando: «Si hay una bruja montada en una escoba, ese es Verón, es Verón que está de joda».
Tras la oda a Juan Ramón llegaban mis preguntas acerca de Bilardo, y me reconocían que como jugador era medio patadura, pero como técnico salió campeón con Estudiantes y después fue a la selección. Me contabas de los cabezazos del Tata Brown para ser bicampeones, y recordaba que fue a cebar mate a la delegación Argentina en México. Milagrosamente terminó jugando, y ganando de cabeza en el área alemana del estadio Azteca, y con un hombro salido. Se agujereó la camiseta, se acomodó la mano para no forzar el hombro y siguió jugando, a las órdenes de Bilardo por supuesto. Destellos de la milagrosa escuela Pincha, base y catapulta que llevó a Argentina a la cima del planeta.
El dulce de las tostadas no fue suficiente para endulzar aquellas tardes de 1994, cuando veíamos cada vez más cerca el descenso al Nacional B. Pero después nos sorprendíamos juntos con ese equipazo de Russo y Manera que aplastando al rival de cada sábado, volvió a Primera caminando. Fue en un solo año, en que a la merienda le sumamos la lectura del diario El Día, y me aprendí de memoria la alineación pincharrata. Ahí se empezó a destacar el hijo de aquella Bruja: Juan Sebastián. Para tu posterior aclaración: «Está muy bien pero el padre era mucho mejor». Y volvía la anécdota de la Bruja y el cantito junto a Kika.
La Brujita Verón se fue a Boca, a Europa, a los Mundiales, y volvió en 2006 para retirarse en su casa. El año del 7 a 0 al Lobo, y de diez triunfos consecutivos para buscar un nuevo milagro ante un Boca que iba para tricampeón. Un familiar te gastó antes de tiempo y para vos mismo respondiste: «Y vos sabés que si jugamos una final se la ganamos». Y lo sabíamos todos. Si tres mil hinchas fueron a Vélez sin entrada solo para participar de la caravana del campeón desde Villa Luro hasta el corazón de La Plata, diagonales mediante. Seis puntos abajo de Boca a dos fechas del final. «Al cabo de una de las más fabulosas gestas, epopeyas, episodios heroicos, que el fútbol pueda dar cuenta en los tiempos modernos, si acaso, en toda su historia» relató eufórico Víctor Hugo Morales.
Hasta mi hermana bostera hinchó por el pincha porque quería que lo veas campeón. Y ahí fui corriendo al departamento a abrazarte. Tardaste diez minutos en escuchar el timbre. Desde afuera los sentía eufóricos con Kika viendo los festejos a todo volumen, la entrega de la copa, la vuelta olímpica, y el reconocimiento con aplausos de los hinchas de Boca. Un nuevo milagro y a todo color, rojo y blanco.
Con mi hermano pudimos devolverte un milagro y te regalamos la camiseta firmada por Luciano Galletti. Justo en un amistoso de Estudiantes en Neuquén que el Pincha perdió por robo, pero entramos como periodistas y el delantero que después brilló en Europa tuvo la deferencia de quedarse a dedicarte la casaca con un «Para Arnaldo con cariño», que está encuadrada en mi pieza, como te prometí que lo haría cuando ya no estés.
Ese cuadro que miraste fijo tantas veces, asintiendo por el valor, y le mostraste orgulloso a todas las visitas exclamando: «¡Me lo regalaron mis nietos!». Para el repaso después de la exitosa carrera de Galletti, y en tu memoria brillante el recuerdo de su papá Rubén, goleador de una pegada milagrosa que rompió redes en los ’70 y volvió para ser campeón en 1982.
Pasaron los años, y esa lucidez que todos te envidiaban te fue dejando paso a paso, en esa cuenta regresiva que llevaste día a día hasta los cien años. Ya no hablábamos de cosas puntuales. Era vernos, sonreír los dos, y tus puños en alto como si la visita de los nietos fuera un gol de Calderón. Siempre nos abrazabas, pero a lo último te costaba reconocer qué nieto era el que te saludaba. Después te ponías contento mirando a los bisnietos. «¿De quién es?» y «¿Cómo se llama?» preguntabas varias veces por hora.
De lo que nunca te olvidaste fue de Estudiantes de La Plata. Nunca tardaste en preguntar: «Cuándo juega el Pincha». Y como era lo único que te importaba, te tomabas todo tu tiempo en buscar un papel, y anotar la fecha, la hora, y el canal. Ya era imposible analizar la táctica, o qué jugador se destacaba. Simplemente gritabas: «¡Tricampeón de América! ¡Único campeón del mundo en Ol Tráfor!». Quién te podía hablar de milagros a vos, si tenías en la cabeza la Copa Intercontinental de visitante contra el Manchester United.
Me costaba cada vez más hacerte entender que Estudiantes ya era tetracampeón de América, que Juan Sebastián Verón levantó la copa de nuevo en Brasil en 2009. Me ponías atención y me entendías, pero tu cabeza ya no retenía por más de unos minutos. Empate en La Plata contra Cruzeiro. Gol de Henrique para los brasileños en el segundo tiempo en el Morumbí, y yo sufriendo en un restaurant en el centro de Neuquén por perder la posibilidad de un nuevo milagro.
Pero me acordé de aquel milagro que me contabas de la Copa Libertadores de 1983, en julio. Yo estaba naciendo y Estudiantes de La Plata con siete jugadores perdía 3 a 1 contra Gremio. ¡Y lo empató! Y después recordé la copa de 2006, cuando tu Pincha terminó el primer tiempo perdiendo 3 a 0 contra Sporting Cristal, y en el segundo lo ganó 4 a 3. Así que fue relajarme, seguir cenando, y esperar el nuevo milagro que llegó con los goles de la Gata Fernández y Boselli ante 60 mil brasileños. Y volví a mi casa transpirando con la emoción contenida a pesar del frío patagónico de las 11 de la noche, cubierto con una bufanda de Estudiantes Campeón.
Era tu memoria cada vez más extinta, o selectiva, pero esa cuarta Copa Libertadores no te importó tanto, o ya estabas acostumbrado a los milagros. Yo que se. Solo querías ver jugar a Estudiantes mas allá de los éxitos y las derrotas. ¡Mirá qué enseñanza tantos años después!
Cuando el recordatorio en papelitos no fue suficiente. Con la familia nos la ingeniamos para hacerte llegar la noticia. Costaba mucho explicarte que tenías que prender el televisor y poner tal canal. Pero podías porque lo único que querías en la vida era ver a tu Pincha y llegar a los cien años.
Cumpliste 99 y te homenajearon desde el club de tus amores. No te enteraste, claro, fue en la indescifrable internet. Pero eras el socio vivo más viejo de la institución. Y miles de pinchas te felicitaron y te agradecieron tu pasión con mensajes hermosos de todo el mundo. Otro bello milagro que disfrutamos mucho en familia.
El arquero Rulli, Jara, Correa, Schunke, y algunos jugadores más, te grabaron un feliz cumpleaños. Cuando logré hacerte entender que te saludaron tus jugadores, te paraste abruptamente y pasito a pasito te acercaste a la computadora para que te lo muestre. Ahí fuimos todos a ver como reaccionabas. No podíamos saber qué sentías. Te poníamos los saludos de los jugadores de Estudiantes una y otra vez y te decíamos que te decían feliz cumple a vos. Hasta que te cansaste y nos gritaste enojado: ¡Sí, estoy muy contento, pero qué quieren, que llore! Para las risas de todos. Mi hermano te acercó una camiseta de piqué roja y blanca del bicampeonato de 1983, y con un profundo beso sentenciaste el agradecimiento por una vida ligada a esos colores. Hasta el mismísimo Juan Sebastián Verón te deseó 99 años más de vida. Pero vos querías uno solo, siempre hablabas de llegar a los cien años, y preguntabas otra vez cuándo juega el Pincha.
Cómo no amar y respetar a esa camiseta roja y blanca si fue la que te mantuvo vivo. Qué culpa tiene Messi si yo no lo puedo querer del todo, porque solo su genialidad fue capaz de evitar tu último milagro en vida, el de hacerte campeón del mundo de nuevo, en Dubai contra el Barcelona. Pero viste cómo tuvo que transpirar hasta el alargue uno de los mejores equipos de la historia del fútbol.
Imposible creer en casualidades cuando vi por la tele a miles de hinchas de Estudiantes poniéndose de pie para aplaudir y ovacionar a Gustavo Del Prete. Siento fuerte tu presencia cada vez que un pincha declara su admiración por el cipoleño. A Tuti lo vi meter goles desde adolescente, formándose en mi club. Y estaba ahí, con la 10 albirroja, tan arriba, tan querido, tan cerca de vos y tan cerca de mi. Fue el milagro pincha más nuestro. Nació en junio 1996, estoy seguro que nosotros estábamos merendando en tu departamento.
Será verdad que nadie muere del todo si vive en recuerdos. Qué hacía yo en Cutral Co alentando a Estudiantes de La Plata, en un partido ignoto de Copa Argentina. Un platense me preguntó confundido: «¿Por qué viniste si no sos hincha?». Algo le dije, de tu agonía en tu última semana de vida a los 100 años y 6 meses, sin reconocer a ningún familiar, pero cantando a cada rato «Borom bombón, borom bombón, es el equipo del Narigón». Será que en el final, la cabeza vuelve al momento más feliz para quedarse definitivamente ahí. Entendí que las lágrimas emocionadas de ese fana desconocido son las que me faltaron en tu velorio. Son lágrimas de pasión, no de dolor.
Entendí también que cuando te acomodé la camiseta de Estudiantes en el cajón para que se quede en tu pecho, no terminó nada. Ni siquiera acudí al milagro que no conociste, al bellísimo estadio nuevo en 1 y 57 que construyó el pueblo pincha. Lejísimos, en Cutral Co, en una cancha chica del interior, alentando a esas camisetas rojas y blancas pude vivir el milagro pincha más lindo de todos. El milagro de sentirme cerca tuyo de nuevo.
Sebastián Sánchez