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domingo, 15 de diciembre de 2024

El cipoleño que fue trotando desde Ferri para marcar a Maradona - Sebastián Sánchez en Un D10S en la Patagonia


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

En 1969 llegaron Abel Morales y Chicha Sosa desde San Luis a Cipolletti. Se asentaron en Ferri, a más de cinco kilómetros del centro hacia el noroeste de la ciudad, para trabajar en la construcción de la fábrica SCAC. Un año después, el clima se confabuló con el estado de las calles rurales, y Abel llevó a Chicha en moto hacia la vecina Cinco Saltos para que nazca Rogger, su cuarto hijo, el único varón entre cuatro mujeres.

Rogger se crió y creció en Ferri, donde hoy vive con su esposa y su hijo. De adolescente empezó a jugar en las divisiones formativas del Club Cipolletti, y desarrolló cualidades claves para triunfar: disciplina, sacrificio, constancia y mentalidad positiva.

El colectivo que iba a Cinco Saltos por las chacras lo dejaba de paso. Cuando el Alto Valle paraba en la plaza central, el chofer Muñoz inauguró un latiguillo que hoy es símbolo de los habitantes de Ferri: “Arrrriba los que van a Ferrrri”. El ambiente era hermoso pero el tiempo de viaje tortuoso. Rogger decidió ir y volver trotando a entrenar, nada menos que 5 kilómetros y 400 metros de ida, duplicados trotando a la vuelta. Jamás faltó a un entrenamiento, hubo fríos, lluvias, familiares fallecidos, dolores de muela, nada le impidió a Rogger trotar más de 10 km. por día para entrenar. A la par, estudiando doble turno en la ENET 1 de Neuquén.

Mamá Chicha amaba al Ruso Strak, emblemático 5 de Cipolletti, Rogger quería cumplirle el sueño de vestir su camiseta, y se emocionó cuando lo logró debutando en el Nacional B contra Belgrano en Córdoba. Pero el fútbol le depararía sorpresas mucho más grandes cuando el apellido Morales se convirtió en un adjetivo del volante del central criado en Ferri. Todos los entrenadores de Cipolletti trajeron volantes, y Rogger lejos de bajonearse, creció hasta sacarles el puesto y terminar jugando. No conforme, mientras sus amigos se sentían en el techo jugando el Nacional B, Rogger repetía: “Yo voy a jugar en primera”, para las risas y bromas de los compañeros que lo veían lejos de un estratega o un goleador que llene La Visera por esos años. Terminó siendo el único futbolista cipoleño de la década del ’90 con más de cien partidos en primera. Siendo capitán y subcampeón con Huracán.

Cuando lo llamaron para probarse en el globo de Parque Patricios, entendió que era el de Comodoro Rivadavia y cortó el teléfono al grito de:

- ¡Yo jugué Nacional B, si voy, voy para jugar, no para probarme!

El entrenador Enzo Trossero redobló la apuesta al ser notificado de la rotunda negativa:

- Quiero a ese 5, con esa personalidad.

En tiempos de Elegir Creer, a Rogger se le dio lo que siempre creyó. En el palacio Tomas A. Ducó no tuvo problemas en adaptarse físicamente al fútbol de primera, con sus años de trotes ida y vuelta entre Ferri y La Visera.

En Huracán también se dedicó a ganarle la titularidad a cuanto volante central trajo el DT de turno, hasta consolidarse como 5 y referente del equipo subcampeón del Clausura 1994. Dos años después recibió al denominado Dream Team de Boca Juniors, con Maradona, Caniggia y el debut de Juan Sebastián Verón. A Rogger Morales por su puesto natural le tocó marcar nada menos que a Diego. El entrenador Nelson Chabay le advirtió en la semana que la atención tenía que ser extrema. “En esa época cada equipo tenía su jugador, Rosario Central a Vitamina Sánchez, River a Ortega, Independiente a Garnero, San Lorenzo a Gorosito, pero Maradona me llamó la atención por varias cosas. Primero lo increíble de jugar contra él, porque obviamente también era Maradona para mi. Segundo la calidad de algo muy superior a lo normal, muy difícil de marcar, muy distinto a los excelentes jugadores que me tocaba enfrentar todos los domingos. Pero lo que más me llamó la atención es la actitud ganadora de Maradona dentro de la cancha. El enojo, la concentración, la euforia del tipo ahí adentro. Lo ganador que era, como hablaba con Caniggia, como puteaba, como se enojaba. Diego ya tenía 35 años, eso fue después del gran Maradona, las ganas de él de seguir ganando, no era que vendía humo y que estaba ahí pasando el tiempo”.

Jugar contra Maradona era extraordinario para cualquiera, tanto que la adrenalina del partido el lateral Mauricio Pineda se le acercó a Rogger para pedirle:

- Te cambio, dejame marcarlo un ratito.

Todos querían tenerlo cerca, tocarlo un poco, sabían que marcaban a Diego unos minutos pero a ellos los marcaría de por vida. Lo que no sabía Pineda aún, es que sería compañero de Maradona en Boca la temporada siguiente.

El partido se desarrolló vibrante para las 50 mil almas quemeras y xeneizes que coparon el estadio de Huracán. Pese a jugadas clarísimas a los arcos de la Anguila Gutiérrez y del Mono Navarro Montoya, pintaba para cero a cero. Caniggia, Saldaña, y el propio Maradona se habían perdido el gol de Boca, pero Gauna, Marini, el Beto Fernández y Guerra en dos oportunidades pudieron torcer la historia para el Globo.

A cinco minutos del final, Verón metió un derechazo tan violento y direccionado que apenas pudo contener la red. Diego se tiró de palomita adentro del arco y lo gritó con furia de cara a sus hinchas para que explote la cabecera llena de boquenses. El debut con gol de la Brujita olía a tres puntos claves para encaminarse al título, y por eso los minutos siguientes se jugaron al ritmo de “dale Bo, que vamos a salir campeón…” y una hermosa postal de miles de hinchas revoleando remeras.

En eso, Huracán se metió con todo al área de Boca buscando el empate sobre la hora, y Medero despejó hacia el medio para que reciba Maradona, que tocó de primera y de espalda para Caniggia, pero un segundo tarde llegó Rogger Morales y se llevó puesto al ídolo y capitán de Boca, que quedó tendido. El contragolpe siguió de la mano de Cani pero el Chaco Giménez lo desperdició y Boca lo sufriría después. Diego tuvo que salir en carrito de la cancha por un golpe en la rodilla izquierda.

Maradona desde afuera vio como Verón hizo una pausa y se lo comió el Beto Fernández, Couceiro metió un pase fantástico desde el círculo central a espaldas de Medero, y el uruguayo Hugo Romeo Guerra definió por encima de la salida de Navarro Montoya. El estallido y la fiesta cambiaron de tribuna para un empate justo.

Apenas terminó el partido, Chabay habló en caliente y se quejó del arbitraje, entendió que no le dieron ningún tiro libre cerca del área y al equipo de Bilardo le dieron todos. Le reclamó al árbitro Angel Sánchez que tenga la personalidad de Castrilli. Maradona en conferencia de prensa le contestó:

- Chabay puteaba al árbitro porque decía que iba para nosotros, por qué no lo puteó cuando el burro de Rogger Morales casi me arrancó la rodilla.

Rogger estaba mirando Fútbol de Primera en su casa en Barrio Norte y el corazón se le salió del pecho cuando entendió que, mas allá de cualquier circunstancia, nada menos que Diego Maradona lo había nombrado.

Volvió a ver a Maradona veinte días después, se cruzaron en un restaurante. Diego lo felicitó porque Huracán había ganado, y le pidió que le mande un beso grande y pronta recuperación a su amigo el Turco García.

“Los mejores siempre son los que llegan” dicen los formadores. Rogger careció de talentos naturales que convirtieron a otros en ídolos regionales, pero adquirió de sobra cualidades esenciales para consolidarse en lo más alto del fútbol argentino. “Fue una experiencia extraordinaria. Gracias a Dios que tengo la foto de ese partido, que es un documento que uno estuvo ahí. Y mientras más años pasan, cuando la veo, menos creo que lo viví. Es increíble, esa sensación rarísima de que no puedo creer que viví ahí” intenta explicar el cipoleño, que fue trotando desde Ferri por calles rurales hasta marcar a Maradona.

Libro: Un D10S en la Patagonia (2023).

domingo, 15 de septiembre de 2024

La era Padín - Capítulo del libro La Pasión de Cipo


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Cipolletti forjó su grandeza a nivel local en sus primeras cuatro décadas de vida. Con distintas federaciones, formatos, rivales, y en canchas más parecidas a chacras que a un estadio actual de fútbol, no hubo título que se le escape al albinegro. Ya en 1933 a su alineación se la denominó «El Expreso» por su performance casi imbatible. Llegó a ganar cuatro campeonatos consecutivos de Liga Confluencia, uno de ellos en 1943 ganando todos los partidos. El apoyo masivo de la comunidad cipoleña a su divisa blanca y negra, conllevó crecimiento, popularidad, y éxitos deportivos. Bases fundamentales para que un club nazca grande.

Entre 1920 y 1958, siempre hubo un Padín transpirando la camiseta albinegra. Raúl Padín debutó en Cipolletti en 1920, con apenas 13 años de edad. Su hermano Rogelio integró las formativas entre 1923 y 1925. Fueron los primeros de seis hermanos que jugaron en Cipolletti, y todos en gran nivel. Los siguieron Omar, Eladio, Carlos y Héctor, en ese orden por edad.

Todos fueron delanteros y goleadores, sobre todo en su esplendor. En épocas de dos defensores, tres volantes y cinco delanteros. Con excepción de Eladio, que jugaba de pivot, puesto hoy similar al de volante central que desempeña el número 5. Igual, sin la habilidad desequilibrante que en mayor o menor medida tuvieron sus hermanos, Eladio fue un volante rendidor durante muchos años. Los Padín fueron pilares del equipo albinegro.

Por esos años los jugadores vestían ropa ajustada, remeras de piqué bien pegadas a la piel. A veces dejaban al descubierto el pecho de los deportistas, otros diseños tenían botones o cordones en el cuello al igual que en los pantalones cortos. Los pocos tapones de los botines estaban clavados. En los vestuarios, los jugadores usaban piedras para pegarle a los clavos y ajustarlos. Era otro fútbol. Los equipos entrenaban una o dos veces por semana. Trotaban unas vueltas alrededor de la cancha y jugaban un picado. Ser entrenador no era significativo. Los jugadores vivían raspando sobre suelo empedrado y no se lesionaban nunca. Cuando en alguna remota ocasión el árbitro expulsaba a alguno, en el pueblo se hablaba por un mes de ese escándalo inusual.

El último de los hermanos Padín fue Héctor, apodado Tito, su jerarquía distinguió la era amateur de Cipolletti. Rápido, habilidoso, creativo, y un gran cabeceador pese a su baja estatura. El primer ídolo resonante del club hizo brillar el número 10 cosido en su casaca albinegra durante 18 años, y como los verdaderos cracks, hizo brillar también a sus compañeros.

Argentina parió dos jugadores que con su número 10 llevaron la bandera a la cima del mundo. Ellos durante dos décadas deslumbraron con una dinámica imparable al principio, y el aporte de la experiencia y la visión de juego después. Tito Padín en Cipolletti tuvo el mismo lineamiento. Era un chico veloz que se divertía con la pelota, y la trataba de manera extraordinaria. Y también un líder para llevar a sus compañeros al triunfo. Hasta sorprendía con sus cualidades de arquero cuando decidía pararse bajo los tres palos.

Llegó a Cipolletti en 1942, proveniente de Siempre Listos, un equipo de boy scouts que sirvió de semillero al albinegro. Cuando recordó sus sensaciones al debutar en el club más importante de la ciudad, plasmó su humildad por encima de las virtudes mencionadas: «Mi ingreso al Club Cipolletti es un momento de mucha emoción. Vestir por primera vez la camiseta blanca y negra, una casaca que antes habían defendido señores jugadores como los hermanos Contreras, los Ponce, la responsabilidad de seguir la línea trazada por mis hermanos mayores (Raúl y Rogelio) que observaban mi actuación, defender los prestigios de una institución con un historial muy importante, me pareció que era demasiado premio para mí, que no había hecho méritos para tenerlo, y me di cuenta que ello involucraba tremenda responsabilidad». 

Tito Padín fue el mejor futbolista de la región por sus dotes deportivos. Y además de la demostrada humildad, le agregó aptitud, dedicación y pasión para entrenar. Combo completo para triunfar en una época de talentos de potrero sin tanta disciplina deportiva.

El fútbol era muy ofensivo por esos años, se jugaba con dos defensores, tres volantes y cinco delanteros. Por eso los partidos tenían muchos goles. Tito era el único atacante de Cipolletti que retrocedía a ayudar en la recuperación y creación. El arquero Otto Benjamín de Unión Alem Progresista no se guardó elogios para su ex contrincante: «Tito era lo mejor. Realmente era un jugador superdotado, era muy completo, gambeteaba bien y tiraba muy bien de lejos. Tenía un gran cabezazo, no quiero hacer malas comparaciones pero me parece que cabeceaba mejor que Palermo, porque donde tenía una la ibas a buscar adentro. Nosotros siempre poníamos a dos para que lo marquen».

Su ex compañero en Cipo, Mariano Manríquez, reforzó con datos la sorprendente capacidad para cabecear: «El Tito Padín media 1,67, y lo vi cabecear atrás de un defensor de 1,80 y ponerla en el otro rincón. Tenía un estado atlético muy superior al resto». El hincha Román Villalba, recordó la técnica para compensar la estatura: «Padín era petisito, y en los córner se quedaba agachadito. Cuando los otros saltaban a cabecear, él se impulsaba con la camiseta de los rivales y la mandaba adentro. ¡Si habrá hecho goles de cabeza!».

Marcó una época porque todos querían jugar como el, y no solo al fútbol. Tito a sus 13 años ya jugaba en el Club Cipolletti al tenis, siendo capitán del equipo y jugador formidable. Ganó muchos trofeos y fue convocado a la selección para representar a Rio Negro y Neuquén en campeonatos de la República.

Cuando se inauguró la cancha de pelota paleta también se destacó con la otra raqueta. Y practicó ese deporte hasta sus últimos días, finalizando la primera década del siglo XXI. Pero en el pueblo se hablaba de él a principios de los ’40, y no era sólo por su prometedor futuro como futbolista, a la par, brillaba como jugador de básquet también a bastones albinegros. No podía ser campeón porque Independiente de Neuquén monopolizaba el éxito en ese deporte. Pero Tito fue seleccionado por la Federación Neuquina para jugar un Campeonato Argentino en Corrientes.

Según quienes lo vieron entrenar y jugar, el hecho de disputar hasta tres deportes a la vez, y entrenar todo el día de distintas maneras, le dio una capacidad física superior a la de sus compañeros y competidores. Eso le sumó un plus de estrella a sus condiciones naturales. Por eso de Buenos Aires pusieron los ojos en él, tuvo pruebas satisfactorias en Tigre, lo llamó Racing, pero Tito nunca quiso dejar Cipolletti, donde vivían sus padres, y tenía un trabajo importante en el Banco de Río Negro y Neuquén. Recorrió el país con el seleccionado de la Liga Confluencia.

Por aquellas décadas, Cipolletti era campeón prácticamente de todos los torneos, y se impuso como club que logró más visitas de equipos profesionales de Buenos Aires, y que exportó más jugadores al fútbol grande: Cocinero Rodríguez y Cantera a Lanús, Almendra a Racing e Independiente, Contreras a Estudiantes de La Plata, y otros que no se consolidaron pero mostraron condiciones compitiendo de igual a igual en Buenos Aires.

Las canchas no tenían más que cien o doscientas personas, salvo en años de la Liga Mayor entre 1959 y 1961. Los principales clubes de la Liga Neuquina, la Liga Confluencia y la Liga Deportiva Río Negro le pidieron a la AFA poder hacer un torneo conjunto. Como de Buenos Aires no hubo ni respuesta, decidieron desafiliarse y armar la Liga Mayor. Fue un torneo de élite de las tres ligas del Alto Valle. La disputaron Independiente, Pacífico y Centenario por Neuquén; Cipolletti y San Martín por Cipolletti; Tiro Federal e Italia Unida por Roca; Atlético y Círculo Italiano por Villa Regina; Cinco Saltos y Huergo.

Al estar desafiliados de la AFA, los clubes se permitieron contratar jugadores de primer nivel de Buenos Aires para darse el gusto de verlos en vivo. Estrellas del fútbol nacional que ya pasaban sus últimos años en clubes de primera B que jugaban los sábados, se tomaban un avión y jugaban la Liga Mayor el domingo. Las canchas del Alto Valle por fin explotaron de hinchas, aunque la AFA impedía trascender más allá.

Junto a sus hermanos Omar y Carlos, Tito fue goleador en una delantera temible con Dionisio Mayorga y Diógenes Jara, más adelante reemplazado por Pedro Perico Righetti, un señor, que no era de trabar fuerte ni tirarse al piso, manejaba la pelota con docilidad. Decían que jugaba como una niña bonita, quienes lo vieron lo resaltaron como ídolo de su época.

La valiosa memoria de los últimos hinchas y jugadores de esa era amateur y grandiosa, recuerdan la zurda temible de Arturo Gallucci, los goles de Constante Rodríguez, los nombres de Palito Lorenzo, Onofre, Alegre, y por supuesto Pirata Rivero. El arquero Ángel Kossman tiene una divertida anécdota con este último: «Un partido atajé en la reserva, y Pirata Rivero jugó con nosotros porque quemaba los últimos cartuchos de su carrera. Yo era temperamental, mandaba, ordenaba, no sé qué le grité al Pirata y me dijo: “¿Qué querés? ¿La pelota? Ahí la tenés”. Y me la clavó en el ángulo, en contra».

Héctor «Tito» Padín colgó los botines de fútbol (en este caso hay que aclarar qué deporte) el 16 de septiembre de 1958. Lo ascendieron a gerente del banco y decidió no jugar más al deporte pasión de multitudes. Su despedida es la más grande conocida a un deportista de la región, y se la pelea a cualquiera a nivel nacional y más lejos.

El homenaje a Padín incluyó un torneo de tenis relámpago, un partido de fútbol entre las selecciones de la Liga Confluencia y la Liga Deportiva Río Negro, y un partido de básquet. Para cerrar el día con un gran banquete, en el que Antonio Elosegui, uno de los primeros presidentes del Club Cipolletti, le entregó una medalla de oro al ídolo máximo.

Pero Tito nunca dejó la institución. Con humildad y carisma, hasta sus últimos días entró al club con su raqueta de pelota paleta, sonriente como quien entra a su casa. Falleció el 22 de noviembre de 2010.

Para nacer grande, fue necesario un deportista como él.

Sebastián Sánchez

Libro: La pasión de Cipo. Tomo 1 (2023).

sábado, 14 de septiembre de 2024

El escudo - Capítulo del libro La Pasión de Cipo


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

El escudo del Club Cipolletti siempre llamó la atención por su complejidad y originalidad. En su parte superior combina bastones horizontales blancos y negros a su izquierda, con verticales a su derecha. La inscripción Club Cipolletti completa debajo, sin siglas como suele utilizarse en los emblemas deportivos. Y las características líneas albinegras que lucen las indumentarias deportivas, en su parte central bordeadas por laureles verdes.

El club llevaba 45 años de crecimiento ininterrumpido, y muchos en la ciudad se decían diseñadores del escudo, aunque nadie podía probarlo. Una tarde de febrero de 1971 entró al club un anciano acompañado por su esposa y familiares, y pidió hablar con algún dirigente. Lo recibió el secretario Carlos Duca.

El señor guiado por sus seres queridos, miraba la infraestructura y no podía ocultar la emoción a cada paso en el club. No lo pisaba desde 1929. Hasta que, por fin, más de cuatro décadas después, le dijo al secretario:

- Mi nombre es Gastón Vernet, soy el autor del emblema de este club.

Duca lo miró complacido pero incrédulo, y fue tajante en la respuesta:

- Con usted, señor, son por lo menos diez personas las que se adjudican la autoría del emblema de este club.

La reunión ocasional se transformó en improvisada ceremonia informal, cuando Gastón desplegó una memoria del club que llevaba consigo, y le mostró al secretario en la página 16 del ejercicio 1927/28, la constancia de la aprobación del emblema que toda la vida distinguió al prestigioso club.

A fines de la década de 1920, Gastón Vernet supo sacar yuyos junto a sus amigos en los terrenos de Mengelle y O’Higgins, donde hoy se edifica la sede central. Y con un diseño hermoso, supo dejar su huella eterna en la historia del Club Cipolletti.

En el año 2015, la C.D. presidida por Santiago Caldiero decidió armar un departamento de marketing para aggiornar el club a los tiempos de comunicación moderna. Allí cayeron en que el club no tenía registro de diseño puntual del escudo. Varios diseños parecidos pero no iguales, se lucían en paredes, indumentaria, carnets, y ni hablar en internet. Más o menos cada hincha, socio, dirigente, usaba el escudo que le parecía, incluso dentro del club.

En el departamento de marketing decidieron establecer y registrar un escudo único, con medidas universales, respetando profundamente los lineamientos básicos de don Gastón Vernet casi nueve décadas atrás.

En tiempos de modernización de escudos a escala global, Cipolletti no fue la excepción. Un grupo muy instruido en diseño aunque no en historia del club, decidió eliminar las aristas que separaban la parte superior del nombre del club y las franjas centrales. También eliminaron la rama verde que unía todos los laureles. El cambio más fuerte que introdujeron al escudo original, fue el agregado de la inscripción “1926” dividiendo los laureles izquierdos y derechos. Respondió a una estrategia de marketing donde el año de fundación se utilizaría tratando de generar identidad al club en la gente de la ciudad, en lugar de reforzar la identidad que por peso propio ya genera que la gente se refiera al club como Cipo.

Igual, el escudo trascendió generaciones, enarboló las galas, y dibuje quien lo dibuje, conservó siempre su belleza. No solo jamás perdió identidad, un intendente reconoció que el escudo del Club Cipolletti es más conocido a nivel nacional e internacional, que el escudo de la ciudad.

Sebastián Sánchez

Libro: La pasión de Cipo. Tomo 1 (2023).

viernes, 13 de septiembre de 2024

El verdadero penal más largo del mundo - Capítulo del libro La Pasión de Cipo


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Cuando un jugador se pone la pelota entre el brazo y sus costillas y comienza el corto, interminable y solitario recorrido entre la mitad de la cancha y ese imperceptible punto que desde donde partió casi ni se divisa, pasa una vida por su cabeza. Esa decisión valiente, que se potencia cuando además en esto se define mucho de lo hecho durante la temporada, me despierta absoluto respeto, más allá de la resolución final de la movida.
Lalo Brodi.

La historia de Cipolletti y los penales decisivos siempre pareció tener un comienzo en el derechazo de Perales que dio en el palo derecho de Galant en 1973, y se metió, para la explosión de La Visera y del club a lo más alto del fútbol argentino. Justo tres décadas después, Henry Homann le metió el penal decisivo en Bahía Blanca al sobrino de Galant, y salió corriendo a festejar con los hinchas albinegros el pase a semifinales del Torneo Argentino A. Antes de la definición, un hincha de Cipo que viajó hasta la cancha de Villa Mitre, Leonardo Sánchez, le gritó al arquero rival: «Vas a perder igual que tu tío». El 1 del club bahiense se dio vuelta sonriéndole al memorioso.

Del caluroso febrero de 1979, en el que Carlos Ortíz metió otro penal clave en La Visera, en la final de un Regional nada menos que ante Huracán de Comodoro Rivadavia. Al helado mayo de 2010 en Paraná cuando sobre la hora Diego Jara batió al Oreja Ruíz frustrando el soñado ascenso al Nacional B. Categoría que solo conoce Cipolletti en el norte de la Patagonia, por una concreción de Miguel Ballejo desde los doce pasos sobre la hora en La Visera, que evitó que la capital neuquina sea la representante en AFA, mientras la selección de Bilardo triunfaba en México en 1986. Durante la corta y pésima campaña de la selección de Bielsa de 2002 en Japón, el Gringo Ciattaglia voló en una definición infartante para sacar el penal de su colega Pilón, y salvar a Cipolletti de un doble descenso que lo postraba al amateurismo.

Frío en la espalda. Extremidades temblando. Nervios que se transforman en lágrimas. Todos son ateos, hasta que empieza una definición por penales. Hoy que el destino nos hizo campeones del mundo por esa vía tenebrosa, sabemos que pocas veces la vida hace sentir desazón, euforia, frustración y desahogo con tan pocos segundos de diferencia. Cuando Cipolletti eliminó a Juventud Antoniana en La Visera en mayo de 2017, los jugadores eufóricos festejaban en el vestuario y sorprendieron al capitán César Medina serio y melancólico. Sobre su emoción pesaban los fantasmas de Paraná en el último minuto. Un año después fue el más desaforado en los festejos cuando el albinegro eliminó a Arsenal de la Copa Argentina, también desde los doce pasos. El mediodía que Matías Alasia atajó tres y se despidió de Cipolletti con un vuelo a la santificación, los hinchas le antepusieron San a su apellido.

En el año 2008, dirigentes de Cipolletti tuvieron la idea de bautizar a La Visera como Estadio Osvaldo Soriano. La moción fue noticia y tenía sustento en la cantidad de extranjeros que visitan la región y quieren conocer lugares descriptos por el escritor, que en su notable literatura hizo mucho hincapié a sus «años felices», cuando vivió en Cipolletti. Por otra parte, muchos hinchas repudiaron el proyecto, alegando que Soriano no jugó en Cipolletti, y que otros deportistas, dirigentes, y hasta fechas importantes merecerían un cartel de esa talla.

Uno de los cuentos más famosos del escritor Osvaldo Soriano es: El penal más largo del mundo, que fue llevado al cine por una productora española en el año 2005. El cuento habla de un penal que tardó una semana en ejecutarse en la cancha del ficticio Deportivo Belgrano. Pero a Belgrano lo describe como: «…el eterno campeón, el de Padini, el de Constante Gauna». Osvaldo Soriano vivía a tres cuadras de la cancha de Cipolletti en diciembre de 1953, cuando una final contra Unión Alem Progresista se suspendió al sancionarse un penal, y trece días después se ejecutó la pena. En esos años Cipolletti era el «eterno campeón», y contaba en sus filas con Padín y Constante Rodríguez, cuyos nombres se asimilan a Padini y Constante Gauna. Pasaron 40 años del penal original a la publicación del best seller del gordo Soriano.

En realidad, Cipolletti y Unión Alem Progresista eran el clásico de la Liga de Fútbol Confluencia, que no incluía a los clubes de Roca. Los dos llegaron a una apasionante final del torneo de 1953. Terminaron igualados en puntaje, y por reglamento debieron definir jugando en Allen y en la cancha del Club Cipolletti.

El primer partido se jugó el 22 de noviembre en cancha de Unión Alem Progresista, Cipo sintió la ausencia de su figura Tito Padín y cayó por 5 a 2. Al domingo siguiente se jugó la revancha en el reducto albinegro. Unión, impulsado por el triunfo, salió a asegurar el título y comenzó ganando por 3 a 1. Pero Cipolletti no bajó los brazos, presionó y metió en el segundo tiempo, y Padín con todas sus luces hizo crecer al equipo que logró empatar la final 3 a 3.

La leyenda comienza cuando faltaban ocho minutos para finalizar el encuentro. Un tiro de esquina muy cerrado bajó en el brazo de un jugador de Unión y luego la despejaron por el segundo palo. Los jugadores de Cipolletti aseguran que el árbitro Castell primero pitó penal, y después córner. Se le fueron encima en protestas al hombre de negro, y volvió a marcar el penal. Los de Unión dicen que el árbitro marcó córner en primera instancia, y por las protestas cambió el fallo. Jamás se sabrá la verdad. En diversos testimonios queda claro que la mano existió, pero si aún hoy no se ponen de acuerdo reglamentariamente con la intencionalidad, imagínese en el fútbol chacarero de 1953.

Cuando el árbitro Castell fue a la línea del arco y se dispuso a hacer los doce pasos, los jugadores allenses se le fueron al humo y no lo dejaron marcar el punto de ejecución del penal. Sin alambrado olímpico, se sumaron los hinchas de Unión a la protesta en el campo de juego, y volaron los primeros manotazos al aire. Los testigos aseguran que los golpes no fueron certeros, algunas amenazas, trompadas sin destinos, y demasiados empujones. Eso provocó que los hinchas de Cipolletti tampoco se queden en las gradas. El referí sobrepasado por la creciente batahola tuvo que suspender el partido.

Castell era un árbitro de la Liga de Neuquén, aceptado porque era uno de los más respetados del momento. Llevaba los partidos con orden y respeto. No tenía la agresividad típica de los árbitros de entonces. Nadie dudó en su designación ni de su honestidad pese al escándalo que llegó después. Curiosamente, no suspendió a ningún jugador, pero jamás volvió a dirigir. Los jugadores suponen que por vergüenza, como si se hubiese suspendido a sí mismo para siempre. Esa determinación hubiese parecido exagerada hasta en la ficción de Soriano.

El informe de Castell fue claro, el partido se suspendió con un penal a favor de Cipolletti, y justificó su decisión «temiendo por mi integridad física». La liga resolvió reanudar el partido el 12 de diciembre a las 19:30 h. en la cancha albinegra, a puertas cerradas. Jugar dos tiempos de cuatro minutos, comenzando con la ejecución del penal. Además, previendo el triunfo del local, la liga determinó que el tercer partido se juegue al otro día a las 18 h. en la cancha de Experimental de Cinco Saltos.

La ausencia de público es un condimento que coincide en la ficción de Soriano y en la realidad. Pero en el cuento restaban jugarse solo 20 segundos desde la ejecución del penal. Además, la suspensión y el penal de la ficción fueron de un domingo a otro. Castell suspendió el partido el 29 de noviembre, y la Liga de Fútbol Confluencia resolvió patear el penal el 12 de diciembre. Significa que el verdadero penal más largo del mundo duró casi el doble de tiempo que en el maravilloso cuento.

Tan convencidos estaban todos del triunfo de Cipo, que los equipos no presentaron a sus figuras en la reanudación, para guardarlos para el partido decisivo del día siguiente: Tito Padín de Cipolletti y Eliseo García de Unión Alem Progresista.

El formidable Perico Righetti pateó penales durante varios días. Y cuántos más habrá imaginado. Cuántas señales habrá buscado para torcer la intuición del buen arquero allense Otto Benjamín, a quien también le patearon penales en Allen durante largos días, sin contar las infinitas conjeturas en su imaginación.

Los clubes resolvieron traer árbitros de Bahía Blanca para jugar los ocho minutos restantes, concordaron el disparate por los grandes problemas que ambos habían tenido con los arbitrajes. Pero la liga puso las cosas en su lugar y arbitró el local Orán.

Solo algunos dirigentes presenciaron la reanudación del partido, pero algunos hinchas se treparon a la alameda que dividía la cancha del resto del club. También se subió a un árbol Luis Aragón, relator de radio Galena de Allen, y desde ahí transmitió. Cada tanto la policía iba a los árboles y le pegaba los hinchas con la fusta hasta bajarlos, pero cuando los uniformados se retiraban, los hinchas se volvían a trepar. El fanático albinegro Román Villalba resistió el dolor del último fustazo y se quedó en el árbol, porque ya se estaba por ejecutar el penal. 

Orán contó doce pasos desde la línea del arco y puso la pelota en el piso. Dicen que tardó una eternidad en tocar el silbato para la ejecución. Tal vez la tensión del momento convierta unos pocos segundos en un par de minutos en la memoria de los viejos protagonistas, pero fue tiempo suficiente para que los jugadores de Unión molesten al volante cipoleño con intención de desconcentrarlo. A la hora de la verdad, quedaron las miradas de Righetti y el arquero Benjamín, a segundos de finalizar la historia del penal que invadió al valle rionegrino por dos semanas.

Nadie pudo suponer que a un jugador implacable podía pesarle tamaña responsabilidad. Tras varias décadas, algunos testigos prefieren suponer que algún pozo en la tierra lo desestabilizó. Otros dicen saber que si el penal se ejecutaba trece días antes, lo convertía sin dudas. Román Villalba en el árbol quedó tieso, incrédulo. Lo concreto es que Perico Righetti le pegó mordido y la pelota salió un metro afuera. El arquero Otto Benjamín no atinó ni a tirarse ante la sorpresa del disparo. La desazón hizo que algunos hinchas caigan de los árboles.

El golpe fue letal para el equipo de Cipolletti. Unión dominó los ocho minutos restantes de juego. Maggi desperdició una chance para que gane el visitante, y la rodilla hinchada le impidió al defensor Onofre empujar un centro con destino de gol albinegro. Al menos así lo relató Villalba, que seguía en el árbol resistiendo fustazos de la policía.

Terminó 3 a 3 y Unión Alem Progresista se consagró campeón. Allen fue una fiesta. El intendente decretó feriado el lunes, y agasajó a los jugadores con sánguches y cervezas, «para esos tiempos era mucho» aclaró el jugador allense Tarifa.

En los penales se podrá dudar si patear cruzado, con el pie abierto, fuerte al medio, y alguno tendrá los cojones suficientes para picarla. Lo que no se negocia es la actitud. Por eso Padín no perdonó a Soriano. En la ficción, Constante Gauna patea el penal y se lo ataja el Gato Díaz, pero el árbitro era epiléptico y había caído inconsciente, así que lo hace patear de nuevo: «Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque Ie ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacia la pelota», detalla el cuento. Quiénes conocieron a Tito, aseguran que se desentendió de la ficción y entendió su lugar en la obra, pero no le gustó: «Me hizo quedar como un cagón». Queda claro que si el árbitro hacía ejecutar de nuevo ese penal y se lo ofrecían a Tito en cancha, aceptaba gustoso.

El legendario Padín no es el único que vivió la historia real y protestó el inmortal cuento de Soriano. Seis décadas después del penal, el escritor Pablo Montanaro presentó en Allen su libro: Osvaldo Soriano, sus años felices en Cipolletti. Allí un señor mayor se puso de pie y con indignación explicó:

- Yo jugué ese partido del penal más largo del mundo. Pero las cosas no fueron como las contó Soriano. Puso a amigos suyos en los planteles. ¿Por qué mintió?

Montanaro sonrió y le respondió:

- Creo que si la literatura no tuviese ficción, sería muy aburrida.

Sebastián Sánchez

Libro: La pasión de Cipo. Tomo 1 (2023).

jueves, 12 de septiembre de 2024

El Cipolletazo - Capítulo del libro La Pasión de Cipo


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Su magnífica actuación
tuvo un serio encontronazo,
pero recibió el abrazo
de su pueblo cipoleño,
defendiéndolo a su dueño
y fue el gran Cipolletazo.
Luis A. Cáceres, vecino.

La Comisión Directiva del Club Cipolletti apoyó y participó de los sucesos de septiembre de 1969, como toda la comunidad. Pero este capítulo no se centra en el club, sino en una pueblada de características tan trascendentales que explican la esencia del ser cipoleño, y permiten seguir entendiendo por qué Cipolletti ciudad, y club, tienen una identidad tan apasionada que atravesó sus propias fronteras. 

El Dr. Julio Dante Salto fue elegido comisionado municipal de Cipolletti en 1963, cuando encabezó la boleta de la UCRI. Se considera ganador de las elecciones aunque fue superado por los votos en blanco. Era muy común que los peronistas voten así en protesta por no poder participar de elecciones. Sin embargo, Salto consolidó su liderazgo con gestión de obras públicas y defensa de políticas para el desarrollo económico y cultural de Cipolletti. Tan democrática fue su gestión que organizó comisiones vecinales con participación directa en el municipio, y que el gobernador Figueroa Bunge, designado por el dictador Onganía, firmó su destitución. No hubo banderas políticas ni estratos sociales para defender a Salto, lo hicieron todos por igual: UCRP, UCRI, peronistas, comunistas, conservadores, pobres y ricos. Salto era el líder de los cipoleños y lo defendieron todos los cipoleños.

La política se tejía en Roca. Figueroa Bunge aprobó un proyecto para construir un puente en Paso Córdoba sobre el Río Negro y asfaltar la Ruta 6 para unir a Bariloche por medio de El Chocón. Esta iniciativa apartaba a Cipolletti del circuito económico del valle. Fue la gota que rebalsó el vaso de rivalidad política entre dirigentes roquenses y cipoleños. Salto la repudió públicamente, adujo que se gastaría una fortuna para ahorrar solo 30 km. de recorrido, y que sería mucho más útil hacer viviendas con esos fondos. Sí, Salto se opuso públicamente a un gobierno militar.

El diario Río Negro defendió el proyecto, y quiso etiquetar a Salto de populista y demagogo. El diario Sur Argentino de Neuquén, con influencia de los Sapag, defendió a Cipolletti con discurso de federalismo. Como ministro de gobierno de Figueroa Bunge fue designado Rolando Bonacchi, ex abogado del diario Río Negro, quien intervino diversos municipios e hizo alarde en clubes y bares de Roca que echaría a Salto. Estos comentarios llegaron a Cipolletti.

Salto viajó a Buenos Aires por trámites estratégicos, y cuando volvió el 5 de septiembre lo esperaron unos 4 mil cipoleños en el Aeropuerto de Neuquén. Lo acompañaron en caravana hasta que de tanto ir en primera se rompió el embrague del auto. Los mismos cipoleños se turnaron para empujar y seguir vitoreando a su intendente a literal paso de hombre desde el puente hasta la Municipalidad. Los comercios y las industrias consumaron un cese total de actividades en defensa de su líder.

El 12 de septiembre, Salto estaba en los festejos del aniversario de Neuquén y le avisaron que la intervención provincial llegó a la municipalidad. El doctor se apersonó y le leyeron el acta de destitución. Cuando se la acercaron para que la lea, le pidió a un colaborador que le busque los lentes para poder leerla. Salto sabía de la autenticidad del acta, y su compañero sabía que Salto no necesitaba lentes para leerla. Fue una estrategia para avisar a LU19 y a Canal 7 de Neuquén, que provocaron una masiva autoconvocatoria de los cipoleños: obreros, empacadores, empleados de empacadores, médicos, fueron todos y sin planificarlo a defender a su jefe comunal. La delegación encabezada por el escribano Domingo Daruiz pretendió que Salto entregue el municipio de forma pacífica. La gente sitió el edificio municipal como señal de esa imposibilidad.

Los días siguientes, los cipoleños abrazaron una determinación: Salto no se iba a ir, y quienes debían irse eran los policías y funcionarios que no eran de Cipolletti. Lo dieron a entender de diversas formas. La policía fue a buscar a quienes entendió como cabecillas de la revuelta, y los detenidos se sintieron orgullosos de caer defendiendo su causa. Pero muchos escaparon a Neuquén, y en horario nocturno protagonizaron «maniobras de distracción», como algunos golpes para dejar sin luz u otros servicios básicos a las fuerzas de seguridad provinciales, y difundir noticias falsas para despistar. Los comercios no vendieron agua ni comida a los policías. Y sabiendo la situación, los estudiantes comían y derramaban jugos y gaseosas frente a los uniformados hambrientos y sedientos. Además, juntaban cajas con gatos y trapos con olor a perras alzadas para enloquecer a los perros de los policías, y tiraban bolitas de vidrio a la calle para que se resbalen los caballos de la montada. Otros construyeron barricadas en puntos estratégicos.

Se repartieron proclamas con el título: «No engorde el chancho» que llamaron a no comprar ni anunciar en el diario Río Negro. Los periodistas de ese medio fueron agredidos durante la pueblada, algo repudiado abiertamente por Salto, que ante todo pregonaba que nadie resulte lastimado. El diario de Roca comenzó a mandar periodistas desconocidos para los cipoleños.

El 14 por la noche, una tropa de policías de Roca y otros pueblos ingresó con más de 60 autos, autos, coches de bomberos y camiones por Av. Toschi, el comandante Aller tenía el objetivo de tomar por la fuerza la municipalidad. Alguien advirtió a Salto con bastante antelación, y cuando la columna dobló por Roca, entre Italia y Saenz Peña el Ford Falcón del intendente se cruzó en la calle y los frenó. Se bajó el mismo Julio Dante Salto y con tono imperante exclamó:

- ¿Quién está a cargo de este operativo?

Un policía respondió:

- Yo estoy a cargo.

Salto le apuntó con el dedo índice y se acercó sin dejar de apuntarle hasta casi tocarlo. En el trayecto le comunicó: 

- Oficial, yo soy el doctor Salto, soy el intendente de la ciudad. No sé quiénes son ustedes, pero vienen a tomar el pueblo. A partir de este momento usted es el responsable de la seguridad de todos los cipoleños. Usted está frente a una comunidad pacífica, cualquier cosa que pase acá es culpa de ustedes.

El oficial tenía orden de captura a Salto, pero venció el factor sorpresa del doctor con su aparición espontánea. Salto dio media vuelta, se metió al auto, y con tono de apuro puso en tema a sus hijos adolescentes Julio Fernando Chato y Julio Rodolfo Rudy:

- Rajemos de acá, que estos me vienen a meter preso.

Apeló a tomar la iniciativa para que la policía se sorprenda y no actúe. Le costó arrancar porque a su Ford Falcon que se le salía la palanca. Lo solucionó y huyeron. Siguieron por Roca, llegaron a Mengelle, y dejaron el auto a la vuelta, en un complejo de departamentos. Salieron caminando hasta que Salto logró cruzar a Neuquén y pasar a la clandestinidad, mientras la policía lo buscaba intensamente.

La municipalidad permaneció tomada pero la resistencia del pueblo cipoleño evitó la intervención. El tercer y último intento fue el 17, por medio del teniente Faustino Marciano Gómez. La prolongación de la revuelta llevó el tema a medios nacionales. Las manifestaciones populares, exitosas, y nombradas con azos no le causaban ninguna gracia a la Casa Rosada teñida de un verde militar ilégitimo y débil. El solo hecho que fuerzas vivas de una ciudad se manifiesten en la calle ya era terrible para ellos y su ideología.

La situación se fue completamente de las manos y el gobierno nacional envió a la Sexta Brigada de Infantería de Montaña bajo el mando del segundo comandante Mario Fernando Chretien a hacerse cargo de la comuna. El poder de la población cipoleña era total, e instaron a un oficial de policía que había sido paciente de Salto y solo cumplía órdenes, a salir en cinco minutos de la municipalidad. 

La policía se fue sin orden, en realidad nunca estuvieron convencidos de las órdenes que acataron, no entendían del todo lo que pretendía el gobierno provincial, y estaban agotados física y mentalmente ante la profunda dificultad para conseguir comida y agua. La gente tomó el municipio y Salto volvió. El general Imaz, ministro del Interior, dio la orden al comando de Neuquén de intervenir la provincia de Río Negro.

El Cipolletazo tiene dos particularidades que lo destacan del resto de las puebladas de la época: es el único movimiento en defensa de la autoridad, en una época de ataques. Claro que se trataba de una autoridad local ante rivalidades políticas de estrato provincial. Y la otra es que cuando el Ejército Argentino ingresó a intervenir la provincia fue vitoreado por el pueblo, cuando las puebladas solían ser contra ellos. La razón es la misma que en la primera particularidad.

Aquel capricho del ministro Bonacchi de destituir a Salto, apañado por el gobernador Figueroa Bunge, se los llevó puesto a todos gracias al pueblo de Cipolletti. Gobernador y ministros duraron solo 29 días en la provincia de Río Negro. Tras el Cipolletazo, Onganía designó al general Requeijo al frente de la provincia, y el pueblo cipoleño negoció su sucesión.

Algunos protagonistas califican como un empate, o triunfo a medias, el resultado del Cipolletazo. Es que el Dr. Julio Dante Salto siempre priorizó la pacificación a su liderazgo, y entendió que debía dejar su cargo en la comuna. Claro que instó a que su sucesor sea alguien de su confianza, o al menos con identidad local. El designado fue el Dr. Alberto Chertudi, pediatra, que no era cipoleño y tenía vuelo propio a la hora de tomar decisiones, pero confiaban que respete la voluntad de los cipoleños aunque no en la dimensión de Salto.

El 3 de octubre, en el aniversario de la ciudad, Salto instó a sus seguidores a que levanten las consignas que comprometan al nuevo gobernador Requeijo a seguir con los proyectos estratégicos. Pero estos quedaron cajoneados durante mucho tiempo. De ahí el gusto amargo de algunos protagonistas del Cipolletazo, de no tener el resultado final que esperaron.

Julio Dante Salto no volvió a la vida pública, y falleció por un infarto un año y medio después, el 31 de marzo de 1971. Miles de cipoleños asistieron a su velorio, y como nunca en la historia, la bicicleta fue el principal medio de transporte que acercó a su gente al último adiós. Hoy su Mausoleo en el Cementerio de Cipolletti es un tributo de visita obligatoria, se lo construyó su pueblo, juntando fondos con fabricación y venta de monedas con su cara.

Rivalidad política

El empresario Néstor García, presidente del Club Cipolletti durante 18 años, incluyendo los años dorados en los Nacionales, fue protagonista en los días del Cipolletazo. «Fuimos campeones morales» resume por este agridulce resultado en el que quedó trunco el gobierno provincial de Figueroa Bunge, pero no continuó el municipal de Julio Salto.

En 1972 y en 1973 hubo dos Rocazos, el pueblo vecino se enfrentó a autoridades provinciales en protestas por cierta hostilidad política del gobernador Requeijo. Uno de los argumentos fue el desmantelamiento de una Circunscripción Judicial de Roca para abrir un Juzgado en Cipolletti.

El 1 de septiembre de 1974 se funda el Club Social y Deportivo General Roca. La rivalidad futbolística la desarrollaremos cuando veamos la historia después de 1973, pero queríamos dejar en claro que la génesis de la rivalidad es política, y el fútbol es simplemente un reflejo. 

Honor

El propio Néstor García, ya como presidente del club en 1985, pronunció una frase histórica antes de una final contra Huracán de Comodoro Rivadavia. Él sabía encender la llama de la pasión cipoleña: «No nos jugamos una clasificación, nos jugamos el honor de la ciudad». Los detalles quedan para tomos futuros. Pero eso fue también el Cipolletazo, y por eso es imposible apartarlo de la construcción de identidad aunque en este libro hablemos de fútbol.

Los sucesos de septiembre de 1969 aún hoy emocionan a los protagonistas de un pueblo que supo unirse sin distinguir banderas políticas ni clases sociales, y no se dejó avasallar. Un vecino anónimo entre lágrimas exclamó que a Roca le molestaba que la ciudad se mueva ante lo que consideraba injusto, que Cipolletti se transformó en todo sentido para defender su dignidad, y que ser cipoleño es un sentimiento y un honor.

Sebastián Sánchez

Libro: La Pasión de Cipo. Tomo 1 (2023).

miércoles, 31 de julio de 2024

Es el amor - Poema de Sebastián Sánchez


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

El ángel de tu sonrisa
en el brillo de tus ojos,
encandila,
invita a soñar.

Con la belleza de tu piel,
y la pureza de tu esencia.

Más el humor de tu lucidez,
la inteligencia de tu charla.
y la sensualidad de tu voz.

El sentimiento de tus ideales,
la solidaridad de tu espíritu.

La excitación de tu ser,
y el cálido abrazo de tu alma.

Y lo más grande es el amor,
el que siento por vos,
y me deja sin palabras.

miércoles, 10 de julio de 2024

Memorias de un día tristísimo - Cuento de Sebastián Sánchez


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

"Porque el fútbol tiene las postales más coloridas y felices,
pero también tiene de las otras.
Esas que sólo los que las vivieron en carne propia saben que gusto tienen".
José M. Pascual, “Ese día se pareció mucho al cementerio”.

En la Paternal, a miles de kilómetros de Cipolletti y de Córdoba, Carlos se prendió a la radio vía internet y convirtió ese nudo en la boca del estómago en aliento profundo y silencioso para torcer la transmisión. Terminó el partido y se vio a doce pasos del descenso. Ejecución a ejecución caminó esos doce pasos. Lloró pegado a los parlantes de la computadora. Sintió que una parte suya se moría.

Dos semanas después intentó festejar su cumpleaños. Se reunió con amigos también de Buenos Aires pero tan albinegros como él. El escenario de fiesta encontró un inesperado libreto de velorio. Por esos días la pasión de sus amigos también había mutado en depresión.

Leo en Neuquén se puso el walkman media hora antes del partido. Por sus oídos sólo entró el relato de Lalo Brodi. Caminó por las paredes. Era Pascua y tenía visitas en su casa, un amigo de Buenos Aires y una amiga de la esposa de Cutral Co. En los penales pensó que Cipolletti se salvaba, sobre todo cuando el Oreja Ruiz empezó derecho. La cara de pocos amigos le duró mucho tiempo. La esposa le dio manija y la terminó mandando al carajo. “Estas como yo cuando descendió Claypole, en unos días se te pasa” intentó consolar el amigo porteño. Le costó la rutina de comprar el diario del lunes, era la lápida que confirmaba todo. Sabía que los grandes siempre vuelven, y que Cipolletti volvería. Pero pensó que serían largos, tristes y duros los años en el Argentino B.

Mary no encuentra palabras que retraten los sentimientos de ese domingo distinto. Ella también cometió el desacierto de invitar amigos a almorzar. Se vio obligada a contenerse. A ahogar las lágrimas, y a tratar de comer aunque no pasaba un bocado. El nudo en la garganta advertía que no era sólo una pesadilla. Ese mediodía le enseñaría que quienes no sienten pasión por algo no entienden el llanto por un partido perdido, y menos el dolor inmenso de un descenso. Trató de ocultar lo que sabía, que ese era el primero de varios días difíciles de enojo con la realidad. Vio las lágrimas de su hija y se le duplicó el dolor y la tristeza, no encontró herramientas de madre para librarle el sufrimiento.

Maru despertó muy nerviosa y se quedó encerrada en su habitación. Prendió la radio y escuchó toda la previa, sirvió para que el límite de nervios roce el estado histérico. Las jugadas de los albinegros y los cordobeses danzaban entre la duda de apagar la radio o seguir escuchando. Una descompostura se consolidaba y crecía con los minutos. Sin embargo en cada penal cerró los ojos y pensó en positivo. Tenía fe. Se convenció capaz de generar la realidad que luego llegaría por las ondas de la radio. Terminó todo y lloró. No salió de su pieza por varias horas. La tristeza se volvió rutina por aquellos días. Sintió que era otra persona. Totalmente desanimada, también imaginó años en el Argentino B. 

Alrededor de cien hinchas de Cipolletti viajaron hasta la cancha de General Paz Juniors de Córdoba. Sebastián, Maximiliano, Matías y Ricardo entre ellos.

Maxi empezó una semana antes vendiendo empanadas en los semáforos con sus amigos, juntando peso por peso para viajar a Córdoba a alentar al albinegro. Ya en viaje, los choferes del interno 089 de Vía Bariloche los gastaban por viajar sólo para ver a un “equipito”. Llegaron temprano a la docta. Usaron algunos de los pocos pesos que tenían para desayunar y fueron a la Plaza España esperando encontrarse con más hinchas de Cipo. Cuando se reunieron unos 30, emprendieron una mini caravana hasta la cancha. Cantaban a morir, metáfora de lo que se venía, pero lo pensaban y cantaban con más fuerza. La gente los miraba sin entender nada. ¿Qué hacían un domingo a las 9 de la mañana un puñado de hinchas con una camiseta parecida a la de Talleres que mirándola bien no era tal? En el Nudo Vial Mitre se les dio por saltar y cantar, y los autos debieron parar y esperar que termine la fiesta improvisada de los hinchas de Cipo. A dos cuadras de la cancha, vino en mano de algunos, empezaron a cantar el típico “Cipoleee, Cipoleee” con hinchas que se sumaron ya en el barrio Juniors. Doblaron en una esquina y vieron la cancha. Al grito de “Cipoleee” le agregaron mayor énfasis y saltos. Vieron camisetas de General Paz Juniors pero hicieron como si nada y siguieron rumbo a la cancha. Llegaron a un acceso al estadio y la policía los frenó: “muchachos, esta es la entrada local”. ¡Epa!, pensaron varios. Pero había sólo 15 o 20 hinchas esperando para entrar.

Ricardo no encontró con quien viajar y se sacó un pasaje. Fue con la mochila llena de ilusiones y muy poca plata en el bolsillo. Otra vez Córdoba pero ante una realidad tan distinta. La semana había sido larguísima. El viaje también, pensó que estaba yendo a México. Preguntando llegó a la cancha de General Paz Juniors y no había nadie aún.

Sebastián viajó con tres amigos más en un Gol poco fiable, con sándwiches, alcohol, cantos albinegros a voz en cuello y mucha fe. Llegando a Río Cuarto se les cortó el embrague. Ataron el cable del embrague con los hilos blancos y negros del gorro de Seba y siguieron viaje, terminaron avanzando a unos 10 km/h en primera porque también se les rompió el alternador, y en cada semáforo se bajaban a empujar. Ni siquiera cerraban las puertas del auto de tanto bajar y subir. Finalmente dejaron el auto tirado y se tomaron un taxi.

Matías por su parte llegó a la cancha con la expectativa de gritar ¡Zafamos! Todo el viaje se imaginó jugando en Roca y en Neuquén sin poder digerirlo, jamás pensó que podía repetir un viaje a Córdoba así después de haber ido con expectativas de salir campeón ante Racing de Nueva Italia. El estadio de General Paz Juniors demostraba un presente aburrido, falto de alegrías.

Le dieron entradas a los hinchas que viajaron. La policía le sacó los vinos a todos. En las tribunas locales no había más de mil cordobeses. La hinchada serían unos 20 que quisieron desplegar un telón muy lindo que se volaba por las pocas manos que lo sostenían. Aunque estaba conforme con la convocatoria de su albinegro a 1100 km, a Maxi el estadio le contagió la tristeza del descenso en juego.

El corazón de Ricardo latió cada vez más fuerte cuando se sumaban camisetas albinegras a acompañar su locura. Gente de Córdoba, de la Banda del Tigre, de La 69, familiares y hasta “Mojarra” Dómini estaban en los tablones.

Partido de dientes apretados. Al menos así se vio desde la tribuna. Disparos de afuera del área por parte de Padua y Amaya. Un asco el campo de juego, con un césped muy alto que frenaba la pelota, favoreciendo al equipo local que estaba acostumbrado.

Sebastián y sus amigos llegaron cuando iban 10 o 15 minutos del partido, les impactó encontrar un estadio tan triste y resignado como La Visera de aquellos días. Cipolletti jugó mal pero Ruiz le dio vida hasta los penales desviando un disparo que después dio en el travesaño.

Ricardo sintió que eran más de once colgados del travesaño, aguantando el resultado favorable de La Visera, hasta que la maldita pelota cruzó la línea. 

Terminaron los 90 minutos y llegaron esos malditos penales. Escucharon por primera vez a la hinchada de Juniors coreando a “Paneeeero” el arquero cordobés, con un ritmo llamativamente original. 

Pasaron los penales y Sebastián no entendía nada. Lloraba. Se confundía con los gritos de alegría de los cordobeses y de los policías que despejaban a garrotazos la tribuna visitante. Maxi entendió que los policías no querían que los hinchas se lleven las banderas, no tuvo tiempo de hacer el duelo allí. Sebastián en cambio se sentó sin entender nada, vio cómo Cristian Martínez se acercó a saludar y a entregar su ropa albinegra a los hinchas. Ese gesto de “la bruja” jamás lo olvidarán quienes estuvieron ahí. La gente le pedía que se acerquen los demás jugadores, querían compartir el dolor, nadie iba a insultar ni a agredir. Pero el experimentado defensor pidió disculpas en nombre del plantel, muchos jugadores eran hinchas y lloraban desconsolados, aseguró que no se acercaron porque no tenían fuerzas para hacerlo.

Ricardo cruzó toda la cancha para ir a decirle a jugadores que en las malas iba a seguir mucho más al albinegro.

Maxi y Juan con sus trapos se metieron en la platea y fueron al vestuario. Contemplaron una imagen que les quedaría grabada para siempre, los jugadores de Cipo desconsolados en el piso del vestuario, llorando, buscando una explicación a lo inexplicable. El Capataz de la Patagonia estaba descendido. Maxi se quedó sentado afuera y escuchó consuelos de la barra cordobesa: “ya esta muchachos, son grandes, van a volver”. Asentía con la cabeza, con la vista nublada por lágrimas. Un viejito le ofreció un vaso de gaseosa y agradeció pero lo rechazó. Nada pasaría por el nudo en la garganta. Con Juan esperó a los jugadores, los saludaron, se fueron al hotel y ellos los siguieron en un taxi. Cuando llegaron los vieron decaídos. El Oreja salió y les regaló sus medias. Cuando subieron al micro el utilero abrió el porta equipajes y les tiró un par de remeras de entrenamiento y pares de medias.

Sebastián y sus amigos aún debían resolver el asunto del auto roto para volver al Alto Valle. Cuando salieron de la cancha no había un alma. Sólo policías cordobeses que los gastaban y amenazaban con que iban a ir los de la barra de Juniors. Vestidos de Cipo de pies a cabeza, agarraron palos y piedras por las dudas y fueron a buscar el auto. Ya les había pasado todo, no les importaba nada. Pero tenían que arreglar el embrague y el alternador un domingo de Pascua en Córdoba y siendo de Cipolletti. ¿A quién podía importarle ayudarlos?

Fueron a un taller que les señaló un taxista, era al ladito de la puerta de la tribuna local. Estaba cerrado como era de esperar, y la cosa parecía complicarse. Tres hinchas de General Paz Juniors les preguntaron qué querían, les sonó mal, igual les contaron y uno de los cordobeses pidió que no se muevan de ahí:

- Esperen acá, ya vuelvo y los ayudo…

La desconfianza de los cuatro albinegros fue total, pero ya estaban en el baile, y decidieron esperarlo ante la mínima esperanza de conseguir una mano.

Al rato apareció el cordobés con su hijo en una camioneta, los llevó hasta el auto, y les remolcó el malogrado coche hasta un mecánico que les resolvió los problemas. Los invitó a comer un asado a la casa de unos conocidos suyos y hasta les ofreció alojamiento en su propia casa.

En agradecimiento, Sebastián y sus amigos le regalaron al “Gogui”, el amable cordobés, una camiseta con el escudo de Cipolletti y la inscripción: “100% Albinegro”. El hincha del humilde equipo que mandó a Cipo al descenso se emocionó hasta las lágrimas, para sorpresa absoluta de los cuatro albinegros.

El increíble trajín de Sebastián y sus amigos los dispersó de aquello de caer en la cuenta del descenso. Sobre todo cuando uno de ellos al sacar la cabeza del auto para piropear a una cordobesa se terminó encontrando con su hermano, al que hacía dos años que no veía. Pero la dura realidad se terminó de imponer los días posteriores al increíble viaje. Para Sebastián no sólo fue imposible descansar en su barrio Confluencia de Neuquén, tuvo que aguantar el descanso de sus vecinos del rojo. La tristeza fue atroz, y devoró hasta el ánimo para responder.

Ricardo se quedó diez horas dando vueltas en Córdoba sin plata, hasta que fue a la terminal y se encontró con Maxi y Juan, que tampoco tenían un peso encima. Sufrieron el olor a sandwichs de milanesa que salía de los tuppers de los pasajeros. A Maxi le tocó un asiento con el respaldo roto. Antes de subir al colectivo fue a visitar a su novia de Córdoba y cortaron. Pese a todo, sintió que su amor por Cipo se hizo mas grande.

Al volver a Cipolletti, la cara de velorio de Matías no se fue ni siquiera con la fiebre mundialista de Alemania 2006.

Osvaldo no tuvo plata para viajar pero sufrió por la radio. Sólo pensaba que poco tiempo atrás estaban jugando la final con Racing y todo era color de rosa. Pero llegó la debacle futbolística. Quería mentirse que “son cosas del fútbol” pero no encontró consuelo. Se imaginó en los penales y sólo quiso romperle el arco a los de Juniors. Lloró mucho. No lo podía creer. Se sintió en el infierno y pretendió salirse siguiendo a la selección en el Mundial de Alemania. Su abuelo intentó sacarle dramatismo al sufrimiento, pero Osvaldo lo miró y sólo lo envidió por haber visto al equipo de su ciudad en primera división.

Adolfo tampoco pudo entender el contraste de la final contra Racing para ser campeón, a jugar por no desaparecer del mapa en la misma ciudad. No viajó. Ni siquiera tuvo plata para el partido de ida en La Visera. Partido a partido vio que Cipolletti perdía en todos lados y nada sería parecido a aquello. Odió a Lalo Brodi por la mala onda que tiraba en sus relatos. Creyó que como lo había visto en primera ponía la vara muy alta para su querido albinegro. Sabía en el fondo que el relator sólo decía en crudo lo que Cipolletti hacía adentro de la cancha, pero razonarlo le generaba impotencia.

Toda la familia se fue de viaje pero Adolfo se quiso quedar a cuidar la casa. A todos les pareció ridículo, sobre todo porque nació y vive en Roca. Pero no le importó. El sábado se acostó temprano para levantarse a las 9 de la mañana a escuchar a Cipo.

En los penales se sintió mas solo. Se encerró en la cocina y abrazó la radio. Cada penal que pateaban era una lágrima más de tristeza. Pensó en apagar la radio y prenderla cuando el suplicio termine. No encontró consuelo en esa triste mañana. Padeció peores los días siguientes. Sintió que fue la única vez que le jugó a favor que sus vecinos y amigos no sepan bien de qué equipo es hincha fanático. Que la pasión de la ciudad vaya por los motores, Boca y River fue un pequeño alivio a tanto dolor. La cabeza le trabajó cuando escuchó por ahí algún “los cipoleños se fueron al descenso”. Los miró con lástima por no entender lo grande que es Cipolletti. No se salvó de las gastadas de los amigos mas cercanos, pero la respuesta fue contundente: “Cipolletti no descendió, retrocedió un paso para tomar carrera y pegar el salto”. Igual creyó que tardaría tres o cuatro años en volver.

Micaela estaba volviendo de San Martín de los Andes. Con su familia viajó temprano para poder escucharlo por radio en el auto. Su hermano, su papá y ella estaban muy nerviosos. Mica pensó que Cipo iba a ganar. En los penales quiso que su papá apague la radio, estaba cegada por los nervios. Pero su papá la dejó prendida. Llegaron a casa y nadie habló de nada.

Gina en su casa de Cipolletti no pudo dormir bien. Igual se sentía positiva. Escuchó el partido con su hermano, ambos con la amargura por no haber podido viajar cuando el equipo más los necesitaba. Los relatos de Brodi no los ayudaron con el temita de los nervios, mientras la cabeza de Gina también navegaba por el contraste del estadio lleno de antes a los semivacíos de esos días. Seguían positivos los dos, incluso durante los penales. Metió el gol Garrido y las lágrimas fueron instantáneas. No podían creer haber caído tan bajo. Jugar contra Roca e Independiente. Empezaron a llegar gastadas al celular que se prolongarían toda la semana. Contestó todos: “No puedo creerlo, andate a la p… que te parió”, alternando con algún otro insulto. El almuerzo de pascuas fue silencioso. El padre, tal vez sintiéndose culpable por inculcar el amor albinegro, trató de calmarlos: “Por lo menos ahora van a poder viajar de visitante”. Era peor, pero fue un mandato. Gina se prometió acompañar al albinegro en todas las canchas en el Argentino B.

Raúl quiso viajar a Córdoba y no pudo, estaba en Perú. Tampoco pudo ir a un cyber a Cusco a escucharlo. Recibió el impacto seco del resultado puesto. Golpe durísimo, bajón terrible. Pensó lo que costaría volver.

Mientras los cordobeses festejaban y los albinegros lloraban tras los penales de Juniors, Lalo Brodi se preguntó en el relato si alguien tenía noción de lo que había perdido Cipolletti, llevaría muchísimo trabajo recuperarlo. Pero nadie dejó de ser hincha de Cipolletti.

"Unos simples colores pueden llevarte a la oscuridad
de un día en el que todo puede irse al descenso
menos el orgullo de serle fiel a un amor".
Ibíd.

lunes, 18 de diciembre de 2023

Llorando desde Italia hasta hoy - Cuento de Sebastián Sánchez

 
Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

A mi hija Florencia, por hacerme un papá campeón del mundo.

-    Papá, tengo miedo de que Argentina no gane el Mundial

La frase de mi hija cuando pasamos a octavos de final fue un puñal al corazón. Como explicarle que en el fútbol y en la vida los fracasos son moneda corriente, y los éxitos parecen excepciones al mandato natural. Que lo importante es ser feliz en el camino.

El Mundial de fútbol es un resumen de la vida en siete partidos. Siete partidos en caso de los exitosos, como en la vida, están quienes se conforman con la mitad, y otros que por azar nacieron en países con mal fútbol quedan resignados a observar y simpatizar por patriotismos ajenos.

Scaloni tiene razón. Son solo partidos de fútbol. No puede ser que alteren la salud de las personas, que sean de vida o muerte. El problema es que Scaloni tiene razón, y en el fútbol a la razón la destroza la pasión. El mundial es una permanente pulsión de muerte. Ni Scaloni tiene la estrategia para torcer nuestro ADN celeste y blanco, mucho menos Diego y Lionel, que asumieron su papel en la historia con orgullo patriótico, al frente de la batalla sin temores, con gesto serio y desafiante se pusieron las cintas de capitanes de la vida de los argentinos y de las argentinas.

En mi niñez, el primer Mundial que viví en cuerpo y alma fue el de Italia. Salíamos a festejar al Monumento tras cada triunfo, y faltó el de la final. También juntábamos las figuritas del álbum y no lo pudimos llenar. El primer presagio de redenciones llegó con el álbum de Italia 90 lleno, que mi hija me regaló antes que empiece su primer mundial que viviría en cuerpo y alma, el de Catar.

Y el fútbol da golpes inesperados, como la vida. Yo era demasiado chico para perder en el debut contra el desconocido Camerún siendo campeón del mundo. No me lo podían explicar. Y mi hija soñaba con la final, cuando la realidad le mostró una derrota contra jugadores de la liga de Arabia Saudita. No lo iba a entender.

Y si en el fútbol no hay razón, hubo que creer. Buscar coincidencias hasta insólitas, hacer promesas, congelar papelitos con jugadores, sentarse en el mismo lugar y con la misma gente, respetar los dígitos del volumen de la tele, ¿qué tiene que ver todo esto con lo que pasa en una cancha a 13 mil kilómetros? Todo. Durante siglos la fe movió montañas, mirá si tanta energía no nos iba a traer la Copa del Mundo. 

En el bar donde vimos los partidos, mi hija siempre pidió jugo de manzana, decía que su botellita daba suerte. En la final contra Francia ella no estaba conmigo. El Mundial era nuestro, nos pensábamos a mucha distancia. Y las cábalas son tan inútiles como imprescindibles. El 18 de diciembre la moza me preguntó qué quería para tomar, y cuando estaba a punto de decir “Coca”, dije “jugo de manzana”. Quién puede asegurarme que no estuvo ahí la diferencia entre la mano derecha con la que Goyco no llegó a atajarle el penal a Brehme en el Olímpico de Roma, y el pie izquierdo con que el Dibu nos dio la atajada más trascendente de la historia argentina en Lusail.

Antes, hubo que pasar por todas las situaciones de la vida en siete partidos. Porque para eso sirve el fútbol, y sobre todo el Mundial. Para aprender a encarar la vida. De la desazón de caídas inesperadas, al pánico de poder quedar sin nada cuando apenas empieza la aventura. La vida puede mostrarte que las personas que siempre pensaste que estarían ahí, pueden soltarte la mano de la forma más artera. Cuando se fracturó Pumpido contra la Unión Soviética, Argentina se resignó a jugar el mundial de Italia con un arquero desconocido como Sergio Goycochea, quien voló al corazón de los argentinos cuando más necesitamos de manos fuertes que nos levanten. En Catar aparecieron Alexis, Enzo y Julián, para hacer el trabajo sobresaliente que todos le confiábamos a otros soldados.

Y así como Gardel tuvo su Le Pera. Apareció el pase de tango de Di María a Messi, para que el zurdazo de Lionel esquive todos los sacrificios mayas y aztecas, y se clave como una daga en el corazón del pueblo mexicano. Empezó otro Mundial. Como en aquellos octavos de final de 1990 contra el invencible Brasil. Contra todos los pronósticos y gracias a otro ángel de velocidad habilidosa. Los brasileños avanzaron todo el partido y los palos y travesaños de Turín les negaron el gol, hasta que el Diego los gambeteó, el Cani los vacunó, y el fútbol nos demostró que la vida también tiene éxitos inesperados con triunfos eternos. Que la luz propia de Maradona y Messi jamás eclipse a sus satélites implacables: Claudio Paul Caniggia y Angel Di María.

Así como los ricos también lloran, los genios son imperfectos. Ivkovic le atajó un penal clave a Maradona en 1990 y Szczęsny a Messi en 2022, ambos aseguraban clasificaciones. Como si los dioses argentinos sucumbieran ante apellidos impronunciables. Aquella Yugoslavia y la actual Polonia entendieron que la vida te ilusiona y te destroza en minutos, y ganan los esfuerzos terrenales, los apellidos de potreros. 

Se puede discutir si en cada mundial que eliminamos a México vengamos a Codesal, el árbitro que le regaló un penal a Alemania cuando terminaba la final de Italia 90. Pero cuando quedaba un solo país por clasificar y se dirimió entre Australia y Perú, todos los argentinos fuimos por la bandera roja y blanca, por esa patria también alumbrada por el General San Martín. Clasificó Australia, y nos juramos vengar a los hermanos peruanos. Porque cuando cantamos “por los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, lo hacemos con el corazón, y allí en un rinconcito, está Perú y su ayuda también inolvidable. Para qué negar que la venganza existe, si fue lo que sentimos eliminando a Australia.

Cuando clasificamos Definitivamente nos volvimos a ilusionar, y así como Scaloni le dijo a Messi un año antes en San Juan:

-    Estamos generando algo grande y la caída puede ser muy dura.

Mi hija lanzó aquello de:

-    Papá, tengo miedo de que Argentina no gane el Mundial.

Me limité a decirle que hay que prepararse para todo, porque es muy difícil. Hay que hacer todo bien, y Argentina era de las pocas selecciones que lo hacía, pero además hay que hacerte tu propia suerte, y encima tener suerte. Y que si no se logra, hay que contentarse por intentarlo con pasión y esfuerzo. Como en la vida.

-    Me gustaría tener la camiseta de Messi.

Me lo imploró con una carita llena de deseo. Fui corriendo a comprársela. Messi en San Juan le respondió a Scaloni que hay que hacerse cargo e intentarlo, porque se estaban haciendo las cosas bien. Y si salía mal, no pasaba nada, al menos lo habrían intentado. Esa era la respuesta a los miedos de mi hija que como padre le debía. La vida te va a pegar durísimo con derrotas injustas, hay que levantarse y seguir. Como Messi.

Nos pusimos a juntar figuritas porque ella quería la de Messi. En eso aprendió de países, continentes, banderas, idiomas, culturas. Y también la lógica de la oferta y demanda del mercado. Con colas de una hora para comprar un máximo de diez paquetes. Interactuar buscando canjes, y que te pidan cinco por un escudo. Veinte por Messi. Almas caritativas como la de una chica que no conocíamos, y que cambió cinco figuritas suyas solo para que mi hija consiga su anhelo de tener a Messi. Personas que regalaron todas las figus que les sobraron una vez que llenaron. Otras que las vendieron. Redes solidarias de intercambios masivos con personas trabajando a toda hora solo para que los chicos llenen sus álbumes. Y la otra gente, que aprovechó esos intercambios generosos para hacerse de figuritas difíciles y después venderlas pidiendo fortunas. Toda clase de gente, la amable y generosa que se llenó el alma con abrazos agradecidos de nenes y nenas porque llenaron el álbum gracias a ellos; y la gente chanta y ventajera que vio en las figus una manera de hacer plata sin importarle tener una figurita que una criatura desea, y no dársela. Gente que te encontrás en la vida.

Faltaban sensaciones para vivir, porque la vida es compleja, como el fútbol. Dominar a Países Bajos tras la eliminación de Brasil fue una sensación de trámite para conseguir la tercera. Pero en la vida te puede complicar hasta un bobo grandulón como Weghorst, que empató el partido en insólitos diez minutos de descuento. La maldita pelota que no quiso entrar en el suplementario, y todo el esfuerzo que se esfuma cuando las posibilidades se igualan en la definición por penales. Se igualan, cuando tu país no tiene a un arquero majestuoso, como Dibu Martínez o Goycochea, que te asegure la clasificación.

En aquel mundial de Italia aprendí a soportar los latidos del corazón cuando un jugador va desde la mitad de la cancha hasta el punto penal. Cómo explicarle a mi hija que pasó toda una vida y no me puedo acostumbrar. Será el karma de la injusticia de sentir a los napolitanos silbando a Maradona. Karma que terminó con Italia eliminada por Argentina, en su propio mundial, y en un estadio que hoy se llama Diego Armando Maradona. 

Los europeos que venden primer mundo y espirit de finesse, amedrentaron por las malas a los pateadores argentinos, hasta que Lautaro puso la pelota y la clasificación donde correspondía. Los pendencieros fueron los naranjas. Argentina es un país de Sudamérica que junto a sus países vecinos son los mejores del mundo, máximos campeones mundiales y continentales de la historia. Genera admiración y rencor en el planeta. Los malos perdedores quisieron mostrarnos como malos ganadores. En la semifinal todos aplaudimos a Modric, en Doha, en Buenos Aires, en la Patagonia, en todos lados. Rival dignísimo que nos amargó en el otro mundial. Argentina respeta a quien te respeta, como aclaró Messi, como pasa en la vida.

Para lo que nadie puede prepararse, es para vivir la final más emocionante de la historia del fútbol. Dos a cero con baile. Diez minutos para terminar y no pasa nada. Tenés todo para ganar. Hasta los fantasmas de las comparaciones jugaban a favor cuando Mbappé empató 2 a 2 en dos minutos. En el 86 pasó lo mismo, y ganó Argentina. Pero hubo que sufrir hasta el final. Como en la vida.

Lloré en cada festejo, aun sin ir siempre al Monumento, me emociona ver pasar argentinos y argentinas festejando en unidad como solo la selección logra.

-    ¡Somos el país más lindo del mundo! -Gritó Dibu en vivo desde el colectivo de Doha-.

En la final sí fui al Monumento, me lo debía desde Italia hasta hoy: el festejo final. Canté, salté, lloré, contemplé esa fiesta de banderas celestes y blancas que de fondo tenían carteles luminosos: “Argentina campeón del Mundo” impensados en aquella tecnología de 1990.

Entendí que empezaban a cerrarse todas las cuentas pendientes. Sobre todo cuando de noche, al manejar volviendo a casa sentí el silencio alegre de las calles semivacías, con algún que otro rostro lejano aún sonriente, y en la FM que al azar sonaba en el auto a alguien se le ocurrió poner la canción de Italia 90.

Y más lindo que la felicidad propia, es la felicidad de mi hija. Aquella tristeza que empezó en la final de mi primer mundial, con lágrimas desilusionadas, medallas de plata y derrota digna, terminó en la alegría incomparable de la Copa del Mundo. Yo no le puedo explicar por qué en Italia, Maradona tuvo que insultar a miles de personas que silbaban el himno argentino. Pero ella pudo sentir a millones de extranjeros deseando el triunfo de nuestra bandera para ver feliz a Messi.

La videollamada de mi hija con una sonrisa plena de los ojos a la boca confirmó todo:

-    ¡Papá, somos campeón mundial!

Y me mostró un dibujo que hizo desde su corazón: Messi ofrendándole la Copa del Mundo a Maradona en su tumba. Yo le mostré el álbum lleno de Catar 2022, y la alegría fue completa. El fútbol y la vida juntaron mi niñez y la suya, y las pusieron en la cima del mundo.

Estamos llorando desde Italia hasta hoy. Porque los mundiales y la vida dan golpes durísimos. Pero hoy lloramos de otra forma en Argentina, en Banglades, en Perú, en la India, y en las plazas centrales de miles de ciudades en cualquier parte del planeta. Busquen un campeón mundial más festejado y felicitado en la historia del fútbol, no lo van a encontrar. Y eso que las sociedades tienen los mismos problemas de siempre, Argentina ni hablar.

Alguien insólitamente no puede ver más que 22 tipos pateando una pelota, pero Messi levantó la Copa del Mundo y nos la trajo a Argentina. El planeta y nuestro país ahora son lugares más justos. El que cayó y se levantó mil veces. Como este país. Como debemos hacerlo todos. 

Buscaremos otra manera de administrar los éxitos y los fracasos. El Mundial demostró que somos el mejor país y el más lindo del mundo. Con la nobleza del mejor jugador y más humilde capitán de todos los tiempos.

-    ¡Papá, somos campeones del mundo!

Imposible no volver a abrazarnos con mi hija, llorando de alegría. 

Sebastián Sánchez

martes, 14 de abril de 2020

Gran jugador, peor persona - Cuento de Sebastián Sánchez

Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Me dicen de todo, pero no es justo. ¿En qué manual de periodismo dice que el periodista tiene que defender al ídolo? ¿Defenderlo de qué? El periodista tiene que comunicar y punto. El ídolo se tiene que defender solo. Y ahora los periodistas deportivos me miran con recelo, algunos me saludan por compromiso nomás. Yo hice mi trabajo, los que no son futboleros son los únicos que me bancan. ¡Yo sí soy futbolero! Pero la ética no la negocio. Tuve una materia que se llamaba “Ética y deontología”, me gustaría saber cuántos la cursaron, de esos que ahora me acusan de barbaridades.

Lucas jugaba como los dioses, yo lo admiraba. Todos nos hacíamos los fanáticos del fútbol neuquino, que apoyábamos al club que nos representa, pero en el fondo íbamos a verlo a él. Si Lucas no jugaba, no iba ni la mitad de la gente a la cancha, te lo aseguro. ¡Qué jugador! La pelota siempre al “10”, como dice la canción. Y el “10” le pegaba como los dioses. Metía unos pases que no vi en mi vida. Con un solo movimiento de cintura, los hacía pasar a todos de largo. Aparte era guapo, le pegaban y seguía firme. Un crack con todas las letras, de esos que marcan una época. Metió goles de tiro libre, desde todos los perfiles, colocándola donde quería. Acomodaba la pelota, la soltaba a medio metro del piso y la dejaba reposar liviana en el pasto. Cuando retrocedía midiendo la distancia al arco, ya todos palpitaban el gol. Hizo goles desde la mitad de la cancha. Y tres o cuatro golazos olímpicos, sabían que iba a probar, y los metía igual.

De los nueve campeonatos de liga neuquina que consiguió “la academia” en los últimos quince años, no sé si hubiese ganado dos o tres sin Lucas Pardal. Lo vinieron a buscar de todos lados, del Torneo Argentino, un par de veces del Nacional B, pero no quiso saber nada. No lo corrían con plata. Tenía su laburo en la muni, y su familia, y no se quiso aventurar a irse. Le sobraban condiciones para el fútbol de ascenso.

El tema de la lesión fue en un momento bárbaro, no parecía de 36 años, lo veías jugar y le dabas 30, estaba impecable. Y como ese partido contra Limay no tenía demasiada importancia, no había tanta gente en la cancha. El pibe que lo lesionó tenía 17, apenas si había jugado, después el entrenador diría que se venía sacrificando mucho para estar en ese partido y por eso le dio la chance. Al minuto que entró, justo recibió Pardal, se acomodó en dos trancos y metió un pase cruzado a un delantero. Un segundo después llegó Milton Yañez, con los pies para adelante. Y lo destrozó.

En las tribunas nos pusimos todos de pie. Porque veíamos que los que se acercaban a Lucas Pardal, se retiraban con las manos en la cabeza. Algo malo estaba pasando. Decí que las filmaciones son en baja definición y había mucha gente alrededor. Porque no sé si la gravedad del momento me distorsiona el recuerdo, pero yo vi hasta el hueso blanco. Y debe ser así, porque uno de los que ayudó a subirlo a la ambulancia se puso a vomitar.

Por más crack que seas, una fractura expuesta a los 36 años retira a cualquiera. Encima en la zurda. Nadie pensó que podría volver a jugar. Pero se recuperó, se entrenó, y lo fueron a buscar para aquellas semifinales del Federal, no les costó mucho convencerlo. Ya tenía 38 pero todos los neuquinos queríamos que se retire campeón. ¡Qué mejor que verlo ascendiendo a un club neuquino al Nacional B por primera vez!

“La academia” tenía un equipo firme, pero en la semifinal fue Pardal más diez. Intacto volvió. Hecho un pibe. Nadie se acordó que venía de tremenda lesión. Gracias a él, todos nos empezamos a imaginar a Neuquén en el Nacional B. En el diario estábamos como locos. En la tapa todos los días nos pedían algo de la final. Los de política, los de policiales, todos dale que dale con qué íbamos a poner al otro día. Había una manija tremenda porque por primera vez la gente leía más las notas del fútbol de Neuquén que las de Boca y River.

Y se me ocurrió ir a ver Milton Yañez, y preguntarle si iba a ir a la cancha a ver la final. Era una linda nota de color. Al pibe lo habían destrozado por lesionar al ídolo. Jugó algunos partidos más, bah, fue al banco, pero le gritaban delincuente, mala leche, anti fútbol, y todos los insultos que te puedas imaginar. Entraba y los mismos rivales le daban duro, de bronca nomás. Y aunque parecía no importarle mucho lo que le gritaban, dejó el fútbol. Así que de paso, me parecía una buena manera de redimirlo al pibe. Que diga que llegó tarde, que fue sin querer, que va a ver el partido, que le desea lo mejor para el ascenso, y punto. Nunca me imaginé que sería la nota más fuerte en mis 30 años en los medios.

El pibe vive con la madre en una casita de dos ambientes, cerca de una toma. Me costó encontrarlo, no tiene redes sociales. Fui al club donde jugaba, y preguntando conseguí su teléfono. Pero recién a la noche vio mis mensajes y llamadas perdidas. Me dijo que no quería hablar, que estaba laburando. De a poco le fui sacando data, y largó en qué supermercado trabaja. Al otro día lo fui a ver ahí, y me dijo que se estaba yendo para la casa. Me esquivaba todo el tiempo, me pareció raro, pero ya era un objetivo personal conseguir esa nota aunque no tenga tanta relevancia. Así que le pregunté si lo podía acompañar a la casa, de mala gana me dijo que sí.

Entré, y la madre me miró torcido. La saludé cordialmente, y cuando me empecé a presentar, me restó importancia y me dejó hablando solo. Muy precaria la vivienda, como te decía, pero se notaba que todo lo tenían por esfuerzo propio. Le pregunté a Milton y me dijo que la casa la construyó el con su mamá y algunos vecinos y amigos, de a poco me fui ganando su confianza.

Para entrar en el tema, le dije, “así que no te veo enchufado con el fútbol, no vas a ir a la cancha, ¿no?”. Esperé que me conteste para ver cómo armar mi nota, pero me sorprendió. Me miró fijo y me dijo “odio el fútbol, ya hice todo lo que tenía que hacer y listo”. Adiós a mi título: “No quise lastimar a Pardal, le deseo lo mejor”:

- Me estás diciendo que lo lesionaste a propósito.
- Sí, me preparé años para eso, sabía que Dios es justo y me iba a poner frente a él.

Me quedé mudo, y Milton siguió:

- ¿Vos sabés lo que es el frío?
- Sí.

Contesté rápido pero totalmente descolocado, Milton ya no esperaba mi respuesta.

- Sabés lo que lo es el frío a la mañana en la puerta del supermercado, en la Catedral, en la terminal. Sabés lo que es sufrir durante horas el frío y terminarte acostumbrando cuando no tenés mucho abrigo.

Solo lo miré.

- Bueno yo sí sé lo que es el frío. Me acuerdo y lo siento todo el tiempo. Pidiendo con mi mamá porque no teníamos para comer, porque no podía trabajar, porque no tenía con quién dejarme, ¿no tenés ni idea lo que es la humillación, no? Que pasen abrigados y comiendo frente a vos, y te miren mal, y vos retorciéndote del hambre y del frío.

Lo seguí mirando. Empecé a suponer que la lesión a Pardal, al ídolo, era una patada a la ciudad como reclamo de justicia por el frío, el hambre, y la humillación. Pero Milton continuó su monólogo.

- Encima esa basura pasaba con el bolso y nos miraba de reojo, apuraba el paso, le sonreía a sus hijos, ni vergüenza le daba.

Pobre Pardal, pensé, qué podría hacer. No puede ayudar a todos los que ve en situación de calle. Y ser ídolo lo pone en la lupa. Pero pensé eso porque no tenía ni idea de lo que estaba por escuchar.

Por fin se sentó Milton, me miró de frente, y agachó su cabeza como para adentrarse en mi mirada, y que me quede claro lo que me iba a decir:

- Ese sorete dejó embarazada a mi mamá hace 19 años, y nunca se hizo cargo. Nos dejó tirados a los dos. Y todos lo tienen como ídolo.

Me quedé helado. Rápidamente calculé que Milton es su hijo.

- Pero Pardal es casado.

Repliqué asombrado, sabiendo que eso no le hacía perder credibilidad al relato de Milton.

- Sí, una tía me contó que ese forro se estaba por casar, por eso abandonó a mi mamá cuando se enteró que estaba embarazada.

Abrí grandes los ojos y la boca. No tuve otra respuesta.

- Y ustedes los periodistas que no le dan ni bola a la gente que sufre y se muere de frío en la calle, todos los días hablando de Pardal como el rey, como el ídolo. Sabes las veces que vi a mi mamá llorando por no tener para darme de comer. Las veces que la vi retorcerse del dolor de panza por no comer, por darme de comer a mí, las veces que la vi rompiendo la tapa del diario en las que salía tu ídolo.

Entendí el resentimiento de Milton a mi trabajo, pero de alguna manera me había ganado su confianza y busqué terminar de atar cabos. El objetivo ya era otro, dentro del impacto por la terrible revelación, me concentré en cerrar la historia.

- ¿Pardal sabe que es tu papá?
- Pff, papá, ponele. Lo sabe, por qué te crees que cuando en el diario le preguntaron por mí, no quiso responder nada.
- Ah claro, no me acordaba de eso.
- Bueno yo me acuerdo de todo.
- Y si no te gusta el fútbol, ¿cómo llegaste a jugar en Limay?

La respuesta de Milton me la fui imaginando en la medida que la comprobaba con su relato.

- En el barrio me encaró un tipo diciendo que siempre me veía en la calle, y que vaya al club si me gustaba jugar al fútbol. Que necesitaban jugadores con mi contextura física y lo demás se aprende. Al principio no le di pelota. Pero después me di cuenta que podía romperlo como tantas veces había pensado, y sin que me metan en cana. Y que no juegue más. Y vos me venís a preguntar si voy a ir a verlo salir campeón.

- ¿Jugaste al fútbol solamente para eso?
- Sí, sabía que Dios me iba a dar esa revancha. No la desaproveché. Y lo volvería a hacer.
- ¿El técnico y tus compañeros sabían quién es tu padre, y lo que le ibas a hacer?
- Lo de padre, es un decir. Mi vieja fue la madre que correspondía y todo lo que el padre no fue. Y no, no se lo dije a nadie, porque sino no me iban a dejar jugar. Usted es la primera persona que le cuento esto. Porque me insistió. Pero creo que necesitaba decírselo a alguien.

Me saqué los lentes, me froté la frente, ya tenía todo lo que necesitaba. Sin dudas, Pardal iba a volver a la tapa pero esta vez iba a revolucionar el mundo del fútbol, y a solo tres días del partido más importante del fútbol neuquino.

- Lucas, no tenés que desconfiar así del periodismo, este tipo podrá jugar bárbaro y salir campeón. Pero los periodistas contamos las cosas como son, no nos casamos con nadie.

Ni colorado me puse hablando de mis principios, como si los compartiera con todos mis compañeros periodistas.

Llegué al diario a las 20 h. Solo estaban Cristian y Evangelina, cerrando todo. Cuando les conté lo que tenía, les pareció fantástico, ya que ellos lo vieron como noticia y no como fanáticos. Fue tapa principal, tapa de deportes, y se imprimió.

Sabía que la noticia era fuerte. Pero el revuelo en general era imposible suponerlo. La gente lo iba a mirar distinto, lógico, pero de ahí a que no juegue, y que se pierda una chance única para ascender al Nacional B, no estaba dentro de lo imaginable.

Igual para mi, lo más difícil fue sacarle la camiseta número 10 con el nombre de Pardal a mi nene, que la lucía orgulloso. No me animé. Se la escondí, la buscó un par de veces, y se entristeció, pero se le pasó por suerte. Pero no merezco que me diga “papá”, si permito que mi hijo tenga como referente a un tipo que no se hizo cargo de su hijo.

Y bueno, como te decía al principio, ahí me señalaron a mi como el culpable por el campeonato perdido. Fueron menos diez sin Pardal. En la redacción me miran mal a mí, ¡me echan la culpa a mí! Me da una bronca. ¿Está bien que haya abandonado a su hijo? ¡Nunca se hizo cargo! Ya sé que no jugó por los escraches, las minas lo escracharon por todos lados, pernoctaron en la puerta de la casa, pero ¿qué es peor? ¿eso o no hacerse cargo de un hijo? A nadie le importa lo más importante, me di cuenta de eso.

Me acusaron de apoyar a las “feminazis”, ¿podés creer? Primero, no fui a hacer esa nota a propósito, solo descubrí la verdad, o sea, hice mi trabajo. Y segundo, les dicen nazis a las minas por justicieras, y tratan de salvar a ese imbécil solo porque juega bien al fútbol. ¿Tan torcidos pueden estar los valores? ¿Se escucharán cuando opinan? Hasta un tarado usó ese término en la radio.

Todos esos días que siguieron a la final me tuve que bancar un ambiente de porquería, una hostilidad muy fea y muy injusta contra mí. El fútbol parecía más importante que una basura abandonando a su hijo. Fue muy triste. Me decían que eso de Pardal es personal, que no hay que darle bola, ¿podes creer? Me comí cada escena, cada planteo. Parece que nunca hubieran pisado una facultad de comunicación.

Pero después me di cuenta que es mejor que me haya pasado. Pude ver bien a quienes tengo a mi alrededor, sin caretas. Y la verdad que todos somos compañeros de laburo. Pero como amigos, ahora puedo elegir a los que me apoyaron por hacer mi trabajo, y no a los hipócritas que prefieren que el equipo de la ciudad salga campeón para vender mejores notas, y se hacen los moralistas después con otras cuestiones.

Neuquén es grande, puede y merece poner un equipo en el Nacional B. Tarde o temprano lo va conseguir, el fútbol siempre da revancha. Yo duermo tranquilo, con la ética intacta. Y Pardal se fue a vivir no sé adónde. El fútbol es lo de menos. Milton salió en el diario por pegar una patada, y Pardal tiene mil tapas. Pero ese chico tiene toda la dignidad que siempre le va a faltar al ídolo.