Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
La Comisión Directiva del Club Cipolletti apoyó y participó de los sucesos de septiembre de 1969, como toda la comunidad. Pero este capítulo no se centra en el club, sino en una pueblada de características tan trascendentales que explican la esencia del ser cipoleño, y permiten seguir entendiendo por qué Cipolletti ciudad, y club, tienen una identidad tan apasionada que atravesó sus propias fronteras.
El Dr. Julio Dante Salto fue elegido comisionado municipal de Cipolletti en 1963, cuando encabezó la boleta de la UCRI. Se considera ganador de las elecciones aunque fue superado por los votos en blanco. Era muy común que los peronistas voten así en protesta por no poder participar de elecciones. Sin embargo, Salto consolidó su liderazgo con gestión de obras públicas y defensa de políticas para el desarrollo económico y cultural de Cipolletti. Tan democrática fue su gestión que organizó comisiones vecinales con participación directa en el municipio, y que el gobernador Figueroa Bunge, designado por el dictador Onganía, firmó su destitución. No hubo banderas políticas ni estratos sociales para defender a Salto, lo hicieron todos por igual: UCRP, UCRI, peronistas, comunistas, conservadores, pobres y ricos. Salto era el líder de los cipoleños y lo defendieron todos los cipoleños.
La política se tejía en Roca. Figueroa Bunge aprobó un proyecto para construir un puente en Paso Córdoba sobre el Río Negro y asfaltar la Ruta 6 para unir a Bariloche por medio de El Chocón. Esta iniciativa apartaba a Cipolletti del circuito económico del valle. Fue la gota que rebalsó el vaso de rivalidad política entre dirigentes roquenses y cipoleños. Salto la repudió públicamente, adujo que se gastaría una fortuna para ahorrar solo 30 km. de recorrido, y que sería mucho más útil hacer viviendas con esos fondos. Sí, Salto se opuso públicamente a un gobierno militar.
El diario Río Negro defendió el proyecto, y quiso etiquetar a Salto de populista y demagogo. El diario Sur Argentino de Neuquén, con influencia de los Sapag, defendió a Cipolletti con discurso de federalismo. Como ministro de gobierno de Figueroa Bunge fue designado Rolando Bonacchi, ex abogado del diario Río Negro, quien intervino diversos municipios e hizo alarde en clubes y bares de Roca que echaría a Salto. Estos comentarios llegaron a Cipolletti.
Salto viajó a Buenos Aires por trámites estratégicos, y cuando volvió el 5 de septiembre lo esperaron unos 4 mil cipoleños en el Aeropuerto de Neuquén. Lo acompañaron en caravana hasta que de tanto ir en primera se rompió el embrague del auto. Los mismos cipoleños se turnaron para empujar y seguir vitoreando a su intendente a literal paso de hombre desde el puente hasta la Municipalidad. Los comercios y las industrias consumaron un cese total de actividades en defensa de su líder.
El 12 de septiembre, Salto estaba en los festejos del aniversario de Neuquén y le avisaron que la intervención provincial llegó a la municipalidad. El doctor se apersonó y le leyeron el acta de destitución. Cuando se la acercaron para que la lea, le pidió a un colaborador que le busque los lentes para poder leerla. Salto sabía de la autenticidad del acta, y su compañero sabía que Salto no necesitaba lentes para leerla. Fue una estrategia para avisar a LU19 y a Canal 7 de Neuquén, que provocaron una masiva autoconvocatoria de los cipoleños: obreros, empacadores, empleados de empacadores, médicos, fueron todos y sin planificarlo a defender a su jefe comunal. La delegación encabezada por el escribano Domingo Daruiz pretendió que Salto entregue el municipio de forma pacífica. La gente sitió el edificio municipal como señal de esa imposibilidad.
Los días siguientes, los cipoleños abrazaron una determinación: Salto no se iba a ir, y quienes debían irse eran los policías y funcionarios que no eran de Cipolletti. Lo dieron a entender de diversas formas. La policía fue a buscar a quienes entendió como cabecillas de la revuelta, y los detenidos se sintieron orgullosos de caer defendiendo su causa. Pero muchos escaparon a Neuquén, y en horario nocturno protagonizaron «maniobras de distracción», como algunos golpes para dejar sin luz u otros servicios básicos a las fuerzas de seguridad provinciales, y difundir noticias falsas para despistar. Los comercios no vendieron agua ni comida a los policías. Y sabiendo la situación, los estudiantes comían y derramaban jugos y gaseosas frente a los uniformados hambrientos y sedientos. Además, juntaban cajas con gatos y trapos con olor a perras alzadas para enloquecer a los perros de los policías, y tiraban bolitas de vidrio a la calle para que se resbalen los caballos de la montada. Otros construyeron barricadas en puntos estratégicos.
Se repartieron proclamas con el título: «No engorde el chancho» que llamaron a no comprar ni anunciar en el diario Río Negro. Los periodistas de ese medio fueron agredidos durante la pueblada, algo repudiado abiertamente por Salto, que ante todo pregonaba que nadie resulte lastimado. El diario de Roca comenzó a mandar periodistas desconocidos para los cipoleños.
El 14 por la noche, una tropa de policías de Roca y otros pueblos ingresó con más de 60 autos, autos, coches de bomberos y camiones por Av. Toschi, el comandante Aller tenía el objetivo de tomar por la fuerza la municipalidad. Alguien advirtió a Salto con bastante antelación, y cuando la columna dobló por Roca, entre Italia y Saenz Peña el Ford Falcón del intendente se cruzó en la calle y los frenó. Se bajó el mismo Julio Dante Salto y con tono imperante exclamó:
- ¿Quién está a cargo de este operativo?
Un policía respondió:
- Yo estoy a cargo.
Salto le apuntó con el dedo índice y se acercó sin dejar de apuntarle hasta casi tocarlo. En el trayecto le comunicó:
- Oficial, yo soy el doctor Salto, soy el intendente de la ciudad. No sé quiénes son ustedes, pero vienen a tomar el pueblo. A partir de este momento usted es el responsable de la seguridad de todos los cipoleños. Usted está frente a una comunidad pacífica, cualquier cosa que pase acá es culpa de ustedes.
El oficial tenía orden de captura a Salto, pero venció el factor sorpresa del doctor con su aparición espontánea. Salto dio media vuelta, se metió al auto, y con tono de apuro puso en tema a sus hijos adolescentes Julio Fernando Chato y Julio Rodolfo Rudy:
- Rajemos de acá, que estos me vienen a meter preso.
Apeló a tomar la iniciativa para que la policía se sorprenda y no actúe. Le costó arrancar porque a su Ford Falcon que se le salía la palanca. Lo solucionó y huyeron. Siguieron por Roca, llegaron a Mengelle, y dejaron el auto a la vuelta, en un complejo de departamentos. Salieron caminando hasta que Salto logró cruzar a Neuquén y pasar a la clandestinidad, mientras la policía lo buscaba intensamente.
La municipalidad permaneció tomada pero la resistencia del pueblo cipoleño evitó la intervención. El tercer y último intento fue el 17, por medio del teniente Faustino Marciano Gómez. La prolongación de la revuelta llevó el tema a medios nacionales. Las manifestaciones populares, exitosas, y nombradas con azos no le causaban ninguna gracia a la Casa Rosada teñida de un verde militar ilégitimo y débil. El solo hecho que fuerzas vivas de una ciudad se manifiesten en la calle ya era terrible para ellos y su ideología.
La situación se fue completamente de las manos y el gobierno nacional envió a la Sexta Brigada de Infantería de Montaña bajo el mando del segundo comandante Mario Fernando Chretien a hacerse cargo de la comuna. El poder de la población cipoleña era total, e instaron a un oficial de policía que había sido paciente de Salto y solo cumplía órdenes, a salir en cinco minutos de la municipalidad.
La policía se fue sin orden, en realidad nunca estuvieron convencidos de las órdenes que acataron, no entendían del todo lo que pretendía el gobierno provincial, y estaban agotados física y mentalmente ante la profunda dificultad para conseguir comida y agua. La gente tomó el municipio y Salto volvió. El general Imaz, ministro del Interior, dio la orden al comando de Neuquén de intervenir la provincia de Río Negro.
El Cipolletazo tiene dos particularidades que lo destacan del resto de las puebladas de la época: es el único movimiento en defensa de la autoridad, en una época de ataques. Claro que se trataba de una autoridad local ante rivalidades políticas de estrato provincial. Y la otra es que cuando el Ejército Argentino ingresó a intervenir la provincia fue vitoreado por el pueblo, cuando las puebladas solían ser contra ellos. La razón es la misma que en la primera particularidad.
Aquel capricho del ministro Bonacchi de destituir a Salto, apañado por el gobernador Figueroa Bunge, se los llevó puesto a todos gracias al pueblo de Cipolletti. Gobernador y ministros duraron solo 29 días en la provincia de Río Negro. Tras el Cipolletazo, Onganía designó al general Requeijo al frente de la provincia, y el pueblo cipoleño negoció su sucesión.
Algunos protagonistas califican como un empate, o triunfo a medias, el resultado del Cipolletazo. Es que el Dr. Julio Dante Salto siempre priorizó la pacificación a su liderazgo, y entendió que debía dejar su cargo en la comuna. Claro que instó a que su sucesor sea alguien de su confianza, o al menos con identidad local. El designado fue el Dr. Alberto Chertudi, pediatra, que no era cipoleño y tenía vuelo propio a la hora de tomar decisiones, pero confiaban que respete la voluntad de los cipoleños aunque no en la dimensión de Salto.
El 3 de octubre, en el aniversario de la ciudad, Salto instó a sus seguidores a que levanten las consignas que comprometan al nuevo gobernador Requeijo a seguir con los proyectos estratégicos. Pero estos quedaron cajoneados durante mucho tiempo. De ahí el gusto amargo de algunos protagonistas del Cipolletazo, de no tener el resultado final que esperaron.
Julio Dante Salto no volvió a la vida pública, y falleció por un infarto un año y medio después, el 31 de marzo de 1971. Miles de cipoleños asistieron a su velorio, y como nunca en la historia, la bicicleta fue el principal medio de transporte que acercó a su gente al último adiós. Hoy su Mausoleo en el Cementerio de Cipolletti es un tributo de visita obligatoria, se lo construyó su pueblo, juntando fondos con fabricación y venta de monedas con su cara.
Rivalidad política
El empresario Néstor García, presidente del Club Cipolletti durante 18 años, incluyendo los años dorados en los Nacionales, fue protagonista en los días del Cipolletazo. «Fuimos campeones morales» resume por este agridulce resultado en el que quedó trunco el gobierno provincial de Figueroa Bunge, pero no continuó el municipal de Julio Salto.
En 1972 y en 1973 hubo dos Rocazos, el pueblo vecino se enfrentó a autoridades provinciales en protestas por cierta hostilidad política del gobernador Requeijo. Uno de los argumentos fue el desmantelamiento de una Circunscripción Judicial de Roca para abrir un Juzgado en Cipolletti.
El 1 de septiembre de 1974 se funda el Club Social y Deportivo General Roca. La rivalidad futbolística la desarrollaremos cuando veamos la historia después de 1973, pero queríamos dejar en claro que la génesis de la rivalidad es política, y el fútbol es simplemente un reflejo.
Honor
El propio Néstor García, ya como presidente del club en 1985, pronunció una frase histórica antes de una final contra Huracán de Comodoro Rivadavia. Él sabía encender la llama de la pasión cipoleña: «No nos jugamos una clasificación, nos jugamos el honor de la ciudad». Los detalles quedan para tomos futuros. Pero eso fue también el Cipolletazo, y por eso es imposible apartarlo de la construcción de identidad aunque en este libro hablemos de fútbol.
Los sucesos de septiembre de 1969 aún hoy emocionan a los protagonistas de un pueblo que supo unirse sin distinguir banderas políticas ni clases sociales, y no se dejó avasallar. Un vecino anónimo entre lágrimas exclamó que a Roca le molestaba que la ciudad se mueva ante lo que consideraba injusto, que Cipolletti se transformó en todo sentido para defender su dignidad, y que ser cipoleño es un sentimiento y un honor.
Sebastián Sánchez
Libro: La Pasión de Cipo. Tomo 1 (2023).
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