domingo, 15 de septiembre de 2024

La era Padín - Capítulo del libro La Pasión de Cipo


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Cipolletti forjó su grandeza a nivel local en sus primeras cuatro décadas de vida. Con distintas federaciones, formatos, rivales, y en canchas más parecidas a chacras que a un estadio actual de fútbol, no hubo título que se le escape al albinegro. Ya en 1933 a su alineación se la denominó «El Expreso» por su performance casi imbatible. Llegó a ganar cuatro campeonatos consecutivos de Liga Confluencia, uno de ellos en 1943 ganando todos los partidos. El apoyo masivo de la comunidad cipoleña a su divisa blanca y negra, conllevó crecimiento, popularidad, y éxitos deportivos. Bases fundamentales para que un club nazca grande.

Entre 1920 y 1958, siempre hubo un Padín transpirando la camiseta albinegra. Raúl Padín debutó en Cipolletti en 1920, con apenas 13 años de edad. Su hermano Rogelio integró las formativas entre 1923 y 1925. Fueron los primeros de seis hermanos que jugaron en Cipolletti, y todos en gran nivel. Los siguieron Omar, Eladio, Carlos y Héctor, en ese orden por edad.

Todos fueron delanteros y goleadores, sobre todo en su esplendor. En épocas de dos defensores, tres volantes y cinco delanteros. Con excepción de Eladio, que jugaba de pivot, puesto hoy similar al de volante central que desempeña el número 5. Igual, sin la habilidad desequilibrante que en mayor o menor medida tuvieron sus hermanos, Eladio fue un volante rendidor durante muchos años. Los Padín fueron pilares del equipo albinegro.

Por esos años los jugadores vestían ropa ajustada, remeras de piqué bien pegadas a la piel. A veces dejaban al descubierto el pecho de los deportistas, otros diseños tenían botones o cordones en el cuello al igual que en los pantalones cortos. Los pocos tapones de los botines estaban clavados. En los vestuarios, los jugadores usaban piedras para pegarle a los clavos y ajustarlos. Era otro fútbol. Los equipos entrenaban una o dos veces por semana. Trotaban unas vueltas alrededor de la cancha y jugaban un picado. Ser entrenador no era significativo. Los jugadores vivían raspando sobre suelo empedrado y no se lesionaban nunca. Cuando en alguna remota ocasión el árbitro expulsaba a alguno, en el pueblo se hablaba por un mes de ese escándalo inusual.

El último de los hermanos Padín fue Héctor, apodado Tito, su jerarquía distinguió la era amateur de Cipolletti. Rápido, habilidoso, creativo, y un gran cabeceador pese a su baja estatura. El primer ídolo resonante del club hizo brillar el número 10 cosido en su casaca albinegra durante 18 años, y como los verdaderos cracks, hizo brillar también a sus compañeros.

Argentina parió dos jugadores que con su número 10 llevaron la bandera a la cima del mundo. Ellos durante dos décadas deslumbraron con una dinámica imparable al principio, y el aporte de la experiencia y la visión de juego después. Tito Padín en Cipolletti tuvo el mismo lineamiento. Era un chico veloz que se divertía con la pelota, y la trataba de manera extraordinaria. Y también un líder para llevar a sus compañeros al triunfo. Hasta sorprendía con sus cualidades de arquero cuando decidía pararse bajo los tres palos.

Llegó a Cipolletti en 1942, proveniente de Siempre Listos, un equipo de boy scouts que sirvió de semillero al albinegro. Cuando recordó sus sensaciones al debutar en el club más importante de la ciudad, plasmó su humildad por encima de las virtudes mencionadas: «Mi ingreso al Club Cipolletti es un momento de mucha emoción. Vestir por primera vez la camiseta blanca y negra, una casaca que antes habían defendido señores jugadores como los hermanos Contreras, los Ponce, la responsabilidad de seguir la línea trazada por mis hermanos mayores (Raúl y Rogelio) que observaban mi actuación, defender los prestigios de una institución con un historial muy importante, me pareció que era demasiado premio para mí, que no había hecho méritos para tenerlo, y me di cuenta que ello involucraba tremenda responsabilidad». 

Tito Padín fue el mejor futbolista de la región por sus dotes deportivos. Y además de la demostrada humildad, le agregó aptitud, dedicación y pasión para entrenar. Combo completo para triunfar en una época de talentos de potrero sin tanta disciplina deportiva.

El fútbol era muy ofensivo por esos años, se jugaba con dos defensores, tres volantes y cinco delanteros. Por eso los partidos tenían muchos goles. Tito era el único atacante de Cipolletti que retrocedía a ayudar en la recuperación y creación. El arquero Otto Benjamín de Unión Alem Progresista no se guardó elogios para su ex contrincante: «Tito era lo mejor. Realmente era un jugador superdotado, era muy completo, gambeteaba bien y tiraba muy bien de lejos. Tenía un gran cabezazo, no quiero hacer malas comparaciones pero me parece que cabeceaba mejor que Palermo, porque donde tenía una la ibas a buscar adentro. Nosotros siempre poníamos a dos para que lo marquen».

Su ex compañero en Cipo, Mariano Manríquez, reforzó con datos la sorprendente capacidad para cabecear: «El Tito Padín media 1,67, y lo vi cabecear atrás de un defensor de 1,80 y ponerla en el otro rincón. Tenía un estado atlético muy superior al resto». El hincha Román Villalba, recordó la técnica para compensar la estatura: «Padín era petisito, y en los córner se quedaba agachadito. Cuando los otros saltaban a cabecear, él se impulsaba con la camiseta de los rivales y la mandaba adentro. ¡Si habrá hecho goles de cabeza!».

Marcó una época porque todos querían jugar como el, y no solo al fútbol. Tito a sus 13 años ya jugaba en el Club Cipolletti al tenis, siendo capitán del equipo y jugador formidable. Ganó muchos trofeos y fue convocado a la selección para representar a Rio Negro y Neuquén en campeonatos de la República.

Cuando se inauguró la cancha de pelota paleta también se destacó con la otra raqueta. Y practicó ese deporte hasta sus últimos días, finalizando la primera década del siglo XXI. Pero en el pueblo se hablaba de él a principios de los ’40, y no era sólo por su prometedor futuro como futbolista, a la par, brillaba como jugador de básquet también a bastones albinegros. No podía ser campeón porque Independiente de Neuquén monopolizaba el éxito en ese deporte. Pero Tito fue seleccionado por la Federación Neuquina para jugar un Campeonato Argentino en Corrientes.

Según quienes lo vieron entrenar y jugar, el hecho de disputar hasta tres deportes a la vez, y entrenar todo el día de distintas maneras, le dio una capacidad física superior a la de sus compañeros y competidores. Eso le sumó un plus de estrella a sus condiciones naturales. Por eso de Buenos Aires pusieron los ojos en él, tuvo pruebas satisfactorias en Tigre, lo llamó Racing, pero Tito nunca quiso dejar Cipolletti, donde vivían sus padres, y tenía un trabajo importante en el Banco de Río Negro y Neuquén. Recorrió el país con el seleccionado de la Liga Confluencia.

Por aquellas décadas, Cipolletti era campeón prácticamente de todos los torneos, y se impuso como club que logró más visitas de equipos profesionales de Buenos Aires, y que exportó más jugadores al fútbol grande: Cocinero Rodríguez y Cantera a Lanús, Almendra a Racing e Independiente, Contreras a Estudiantes de La Plata, y otros que no se consolidaron pero mostraron condiciones compitiendo de igual a igual en Buenos Aires.

Las canchas no tenían más que cien o doscientas personas, salvo en años de la Liga Mayor entre 1959 y 1961. Los principales clubes de la Liga Neuquina, la Liga Confluencia y la Liga Deportiva Río Negro le pidieron a la AFA poder hacer un torneo conjunto. Como de Buenos Aires no hubo ni respuesta, decidieron desafiliarse y armar la Liga Mayor. Fue un torneo de élite de las tres ligas del Alto Valle. La disputaron Independiente, Pacífico y Centenario por Neuquén; Cipolletti y San Martín por Cipolletti; Tiro Federal e Italia Unida por Roca; Atlético y Círculo Italiano por Villa Regina; Cinco Saltos y Huergo.

Al estar desafiliados de la AFA, los clubes se permitieron contratar jugadores de primer nivel de Buenos Aires para darse el gusto de verlos en vivo. Estrellas del fútbol nacional que ya pasaban sus últimos años en clubes de primera B que jugaban los sábados, se tomaban un avión y jugaban la Liga Mayor el domingo. Las canchas del Alto Valle por fin explotaron de hinchas, aunque la AFA impedía trascender más allá.

Junto a sus hermanos Omar y Carlos, Tito fue goleador en una delantera temible con Dionisio Mayorga y Diógenes Jara, más adelante reemplazado por Pedro Perico Righetti, un señor, que no era de trabar fuerte ni tirarse al piso, manejaba la pelota con docilidad. Decían que jugaba como una niña bonita, quienes lo vieron lo resaltaron como ídolo de su época.

La valiosa memoria de los últimos hinchas y jugadores de esa era amateur y grandiosa, recuerdan la zurda temible de Arturo Gallucci, los goles de Constante Rodríguez, los nombres de Palito Lorenzo, Onofre, Alegre, y por supuesto Pirata Rivero. El arquero Ángel Kossman tiene una divertida anécdota con este último: «Un partido atajé en la reserva, y Pirata Rivero jugó con nosotros porque quemaba los últimos cartuchos de su carrera. Yo era temperamental, mandaba, ordenaba, no sé qué le grité al Pirata y me dijo: “¿Qué querés? ¿La pelota? Ahí la tenés”. Y me la clavó en el ángulo, en contra».

Héctor «Tito» Padín colgó los botines de fútbol (en este caso hay que aclarar qué deporte) el 16 de septiembre de 1958. Lo ascendieron a gerente del banco y decidió no jugar más al deporte pasión de multitudes. Su despedida es la más grande conocida a un deportista de la región, y se la pelea a cualquiera a nivel nacional y más lejos.

El homenaje a Padín incluyó un torneo de tenis relámpago, un partido de fútbol entre las selecciones de la Liga Confluencia y la Liga Deportiva Río Negro, y un partido de básquet. Para cerrar el día con un gran banquete, en el que Antonio Elosegui, uno de los primeros presidentes del Club Cipolletti, le entregó una medalla de oro al ídolo máximo.

Pero Tito nunca dejó la institución. Con humildad y carisma, hasta sus últimos días entró al club con su raqueta de pelota paleta, sonriente como quien entra a su casa. Falleció el 22 de noviembre de 2010.

Para nacer grande, fue necesario un deportista como él.

Sebastián Sánchez

Libro: La pasión de Cipo. Tomo 1 (2023).

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