Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
La historia de Cipolletti y los penales decisivos siempre pareció tener un comienzo en el derechazo de Perales que dio en el palo derecho de Galant en 1973, y se metió, para la explosión de La Visera y del club a lo más alto del fútbol argentino. Justo tres décadas después, Henry Homann le metió el penal decisivo en Bahía Blanca al sobrino de Galant, y salió corriendo a festejar con los hinchas albinegros el pase a semifinales del Torneo Argentino A. Antes de la definición, un hincha de Cipo que viajó hasta la cancha de Villa Mitre, Leonardo Sánchez, le gritó al arquero rival: «Vas a perder igual que tu tío». El 1 del club bahiense se dio vuelta sonriéndole al memorioso.
Del caluroso febrero de 1979, en el que Carlos Ortíz metió otro penal clave en La Visera, en la final de un Regional nada menos que ante Huracán de Comodoro Rivadavia. Al helado mayo de 2010 en Paraná cuando sobre la hora Diego Jara batió al Oreja Ruíz frustrando el soñado ascenso al Nacional B. Categoría que solo conoce Cipolletti en el norte de la Patagonia, por una concreción de Miguel Ballejo desde los doce pasos sobre la hora en La Visera, que evitó que la capital neuquina sea la representante en AFA, mientras la selección de Bilardo triunfaba en México en 1986. Durante la corta y pésima campaña de la selección de Bielsa de 2002 en Japón, el Gringo Ciattaglia voló en una definición infartante para sacar el penal de su colega Pilón, y salvar a Cipolletti de un doble descenso que lo postraba al amateurismo.
Frío en la espalda. Extremidades temblando. Nervios que se transforman en lágrimas. Todos son ateos, hasta que empieza una definición por penales. Hoy que el destino nos hizo campeones del mundo por esa vía tenebrosa, sabemos que pocas veces la vida hace sentir desazón, euforia, frustración y desahogo con tan pocos segundos de diferencia. Cuando Cipolletti eliminó a Juventud Antoniana en La Visera en mayo de 2017, los jugadores eufóricos festejaban en el vestuario y sorprendieron al capitán César Medina serio y melancólico. Sobre su emoción pesaban los fantasmas de Paraná en el último minuto. Un año después fue el más desaforado en los festejos cuando el albinegro eliminó a Arsenal de la Copa Argentina, también desde los doce pasos. El mediodía que Matías Alasia atajó tres y se despidió de Cipolletti con un vuelo a la santificación, los hinchas le antepusieron San a su apellido.
En el año 2008, dirigentes de Cipolletti tuvieron la idea de bautizar a La Visera como Estadio Osvaldo Soriano. La moción fue noticia y tenía sustento en la cantidad de extranjeros que visitan la región y quieren conocer lugares descriptos por el escritor, que en su notable literatura hizo mucho hincapié a sus «años felices», cuando vivió en Cipolletti. Por otra parte, muchos hinchas repudiaron el proyecto, alegando que Soriano no jugó en Cipolletti, y que otros deportistas, dirigentes, y hasta fechas importantes merecerían un cartel de esa talla.
Uno de los cuentos más famosos del escritor Osvaldo Soriano es: El penal más largo del mundo, que fue llevado al cine por una productora española en el año 2005. El cuento habla de un penal que tardó una semana en ejecutarse en la cancha del ficticio Deportivo Belgrano. Pero a Belgrano lo describe como: «…el eterno campeón, el de Padini, el de Constante Gauna». Osvaldo Soriano vivía a tres cuadras de la cancha de Cipolletti en diciembre de 1953, cuando una final contra Unión Alem Progresista se suspendió al sancionarse un penal, y trece días después se ejecutó la pena. En esos años Cipolletti era el «eterno campeón», y contaba en sus filas con Padín y Constante Rodríguez, cuyos nombres se asimilan a Padini y Constante Gauna. Pasaron 40 años del penal original a la publicación del best seller del gordo Soriano.
En realidad, Cipolletti y Unión Alem Progresista eran el clásico de la Liga de Fútbol Confluencia, que no incluía a los clubes de Roca. Los dos llegaron a una apasionante final del torneo de 1953. Terminaron igualados en puntaje, y por reglamento debieron definir jugando en Allen y en la cancha del Club Cipolletti.
El primer partido se jugó el 22 de noviembre en cancha de Unión Alem Progresista, Cipo sintió la ausencia de su figura Tito Padín y cayó por 5 a 2. Al domingo siguiente se jugó la revancha en el reducto albinegro. Unión, impulsado por el triunfo, salió a asegurar el título y comenzó ganando por 3 a 1. Pero Cipolletti no bajó los brazos, presionó y metió en el segundo tiempo, y Padín con todas sus luces hizo crecer al equipo que logró empatar la final 3 a 3.
La leyenda comienza cuando faltaban ocho minutos para finalizar el encuentro. Un tiro de esquina muy cerrado bajó en el brazo de un jugador de Unión y luego la despejaron por el segundo palo. Los jugadores de Cipolletti aseguran que el árbitro Castell primero pitó penal, y después córner. Se le fueron encima en protestas al hombre de negro, y volvió a marcar el penal. Los de Unión dicen que el árbitro marcó córner en primera instancia, y por las protestas cambió el fallo. Jamás se sabrá la verdad. En diversos testimonios queda claro que la mano existió, pero si aún hoy no se ponen de acuerdo reglamentariamente con la intencionalidad, imagínese en el fútbol chacarero de 1953.
Cuando el árbitro Castell fue a la línea del arco y se dispuso a hacer los doce pasos, los jugadores allenses se le fueron al humo y no lo dejaron marcar el punto de ejecución del penal. Sin alambrado olímpico, se sumaron los hinchas de Unión a la protesta en el campo de juego, y volaron los primeros manotazos al aire. Los testigos aseguran que los golpes no fueron certeros, algunas amenazas, trompadas sin destinos, y demasiados empujones. Eso provocó que los hinchas de Cipolletti tampoco se queden en las gradas. El referí sobrepasado por la creciente batahola tuvo que suspender el partido.
Castell era un árbitro de la Liga de Neuquén, aceptado porque era uno de los más respetados del momento. Llevaba los partidos con orden y respeto. No tenía la agresividad típica de los árbitros de entonces. Nadie dudó en su designación ni de su honestidad pese al escándalo que llegó después. Curiosamente, no suspendió a ningún jugador, pero jamás volvió a dirigir. Los jugadores suponen que por vergüenza, como si se hubiese suspendido a sí mismo para siempre. Esa determinación hubiese parecido exagerada hasta en la ficción de Soriano.
El informe de Castell fue claro, el partido se suspendió con un penal a favor de Cipolletti, y justificó su decisión «temiendo por mi integridad física». La liga resolvió reanudar el partido el 12 de diciembre a las 19:30 h. en la cancha albinegra, a puertas cerradas. Jugar dos tiempos de cuatro minutos, comenzando con la ejecución del penal. Además, previendo el triunfo del local, la liga determinó que el tercer partido se juegue al otro día a las 18 h. en la cancha de Experimental de Cinco Saltos.
La ausencia de público es un condimento que coincide en la ficción de Soriano y en la realidad. Pero en el cuento restaban jugarse solo 20 segundos desde la ejecución del penal. Además, la suspensión y el penal de la ficción fueron de un domingo a otro. Castell suspendió el partido el 29 de noviembre, y la Liga de Fútbol Confluencia resolvió patear el penal el 12 de diciembre. Significa que el verdadero penal más largo del mundo duró casi el doble de tiempo que en el maravilloso cuento.
Tan convencidos estaban todos del triunfo de Cipo, que los equipos no presentaron a sus figuras en la reanudación, para guardarlos para el partido decisivo del día siguiente: Tito Padín de Cipolletti y Eliseo García de Unión Alem Progresista.
El formidable Perico Righetti pateó penales durante varios días. Y cuántos más habrá imaginado. Cuántas señales habrá buscado para torcer la intuición del buen arquero allense Otto Benjamín, a quien también le patearon penales en Allen durante largos días, sin contar las infinitas conjeturas en su imaginación.
Los clubes resolvieron traer árbitros de Bahía Blanca para jugar los ocho minutos restantes, concordaron el disparate por los grandes problemas que ambos habían tenido con los arbitrajes. Pero la liga puso las cosas en su lugar y arbitró el local Orán.
Solo algunos dirigentes presenciaron la reanudación del partido, pero algunos hinchas se treparon a la alameda que dividía la cancha del resto del club. También se subió a un árbol Luis Aragón, relator de radio Galena de Allen, y desde ahí transmitió. Cada tanto la policía iba a los árboles y le pegaba los hinchas con la fusta hasta bajarlos, pero cuando los uniformados se retiraban, los hinchas se volvían a trepar. El fanático albinegro Román Villalba resistió el dolor del último fustazo y se quedó en el árbol, porque ya se estaba por ejecutar el penal.
Orán contó doce pasos desde la línea del arco y puso la pelota en el piso. Dicen que tardó una eternidad en tocar el silbato para la ejecución. Tal vez la tensión del momento convierta unos pocos segundos en un par de minutos en la memoria de los viejos protagonistas, pero fue tiempo suficiente para que los jugadores de Unión molesten al volante cipoleño con intención de desconcentrarlo. A la hora de la verdad, quedaron las miradas de Righetti y el arquero Benjamín, a segundos de finalizar la historia del penal que invadió al valle rionegrino por dos semanas.
Nadie pudo suponer que a un jugador implacable podía pesarle tamaña responsabilidad. Tras varias décadas, algunos testigos prefieren suponer que algún pozo en la tierra lo desestabilizó. Otros dicen saber que si el penal se ejecutaba trece días antes, lo convertía sin dudas. Román Villalba en el árbol quedó tieso, incrédulo. Lo concreto es que Perico Righetti le pegó mordido y la pelota salió un metro afuera. El arquero Otto Benjamín no atinó ni a tirarse ante la sorpresa del disparo. La desazón hizo que algunos hinchas caigan de los árboles.
El golpe fue letal para el equipo de Cipolletti. Unión dominó los ocho minutos restantes de juego. Maggi desperdició una chance para que gane el visitante, y la rodilla hinchada le impidió al defensor Onofre empujar un centro con destino de gol albinegro. Al menos así lo relató Villalba, que seguía en el árbol resistiendo fustazos de la policía.
Terminó 3 a 3 y Unión Alem Progresista se consagró campeón. Allen fue una fiesta. El intendente decretó feriado el lunes, y agasajó a los jugadores con sánguches y cervezas, «para esos tiempos era mucho» aclaró el jugador allense Tarifa.
En los penales se podrá dudar si patear cruzado, con el pie abierto, fuerte al medio, y alguno tendrá los cojones suficientes para picarla. Lo que no se negocia es la actitud. Por eso Padín no perdonó a Soriano. En la ficción, Constante Gauna patea el penal y se lo ataja el Gato Díaz, pero el árbitro era epiléptico y había caído inconsciente, así que lo hace patear de nuevo: «Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque Ie ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacia la pelota», detalla el cuento. Quiénes conocieron a Tito, aseguran que se desentendió de la ficción y entendió su lugar en la obra, pero no le gustó: «Me hizo quedar como un cagón». Queda claro que si el árbitro hacía ejecutar de nuevo ese penal y se lo ofrecían a Tito en cancha, aceptaba gustoso.
El legendario Padín no es el único que vivió la historia real y protestó el inmortal cuento de Soriano. Seis décadas después del penal, el escritor Pablo Montanaro presentó en Allen su libro: Osvaldo Soriano, sus años felices en Cipolletti. Allí un señor mayor se puso de pie y con indignación explicó:
- Yo jugué ese partido del penal más largo del mundo. Pero las cosas no fueron como las contó Soriano. Puso a amigos suyos en los planteles. ¿Por qué mintió?
Montanaro sonrió y le respondió:
- Creo que si la literatura no tuviese ficción, sería muy aburrida.
Sebastián Sánchez
Libro: La pasión de Cipo. Tomo 1 (2023).
No hay comentarios:
Publicar un comentario