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lunes, 17 de marzo de 2025

Ecos en la niebla - Cuento de Florencia Sánchez


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

En una pequeña aldea envuelta en niebla perpetua, vivían los mellizos Luna y Lucas. Desde su nacimiento, los aldeanos sospechaban que había algo inquietante en ellos; sus miradas eran demasiado similares, sus movimientos demasiado sincronizados. Sin embargo, los mellizos eran conocidos por su carácter tranquilo y su habilidad para mantenerse en las sombras.

Un invierno, una serie de desapariciones comenzaron a ocurrir en el pueblo. Cada vez que alguien desaparecía, los gemelos parecían aparecer en el lugar exacto donde se había visto a la persona por última vez. Aunque su coartada siempre parecía sólida, el miedo y las especulaciones crecieron.

Una noche, el viento aullante trajo consigo una tormenta de nieve que cubrió la aldea con una gruesa capa blanca. La niebla se espesó, y la visibilidad se redujo a casi nada. Fue en esta oscuridad que la desaparición más terrible ocurrió: la joven Martín, conocida por su cercanía con los mellizos, no volvió a casa.

Desesperados, los aldeanos organizaron una búsqueda. Al amanecer, encontraron una cabaña antigua en el bosque, una que había estado vacía durante décadas. La puerta estaba entreabierta, y una luz tenue parpadeaba en el interior.

Al entrar, los aldeanos encontraron a Martín en el centro de la sala, inmóvil. Sus ojos estaban abiertos, pero vacíos, como si miraran a través del tiempo. En las paredes de la cabaña estaban escritas palabras en un lenguaje desconocido. La atmósfera estaba impregnada de una energía fría y opresiva.

Mientras examinaban la escena, uno de los aldeanos notó dos figuras en la esquina más oscura de la habitación: Luna y Lucas, que miraban con una expresión de calma inquietante. Los mellizos estaban en completo silencio, y sus ojos reflejaban una comprensión de algo que los demás no podían percibir.

De repente, la luz se apagó, y el miedo se apoderó de los aldeanos. Un susurro lleno de eco comenzó a resonar en la habitación, repitiendo los nombres de cada uno de los presentes, seguido de un lamento desesperado. Cuando la luz volvió a encenderse, Luna y Lucas ya no estaban allí.

Esa noche, la niebla se levantó por primera vez en años, revelando un paisaje helado y desolado. Las huellas de los mellizos se habían desvanecido, y la cabaña se había vuelto a vaciar. Martín fue encontrado, pero estaba en un estado de catatonia que nunca pudo ser explicado.

Los mellizos nunca volvieron a ser vistos. La aldea, temerosa y cambiada para siempre, nunca volvió a ser la misma. Las desapariciones cesaron, pero las historias de los mellizos y la cabaña en el bosque se convirtieron en leyendas que advertían a todos sobre las sombras que acechan en los rincones más oscuros de la niebla.

sábado, 15 de marzo de 2025

Arañas - Cuento de Florencia Sánchez


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Hola, soy Florencia y les contaré mi historia. Hace 10 años, cuando tenía 10, estábamos de pijamada con mis amigas Sabina, Antonela, Morena y Morella. En medio de la noche, comenzamos a hablar sobre una casa abandonada en el barrio.

—¡Tengo una idea! —exclamó Sabi—. ¡Vayamos a la casa!

—¡Noooo! —dijo Morena en voz alta, pero no lo suficiente como para ser un grito. Aunque tenía miedo, al final logramos convencerla.

Cuando llegamos y entramos, la puerta se cerró de golpe detrás de nosotras con un ¡PLAM! que nos hizo saltar del susto.

—¡Buaaaa! ¡No debimos haber venido! —chilló y lloró Morena.

—Ay, chicas, tengo miedo… y la puerta no abre. ¿Qué vamos a hacer? —exclamó Morella.

—Ya vamos a encontrar una solución, no se preocupen —respondió Antonela con calma, tratando de tranquilizarlas.

—¡Ay, Anto! ¡Sos nuestra salvación! —exclamaron Morella y Morena al unísono.

De repente, mientras investigábamos entre las cinco, empezamos a escuchar sonidos raros… como si algo caminara a nuestro alrededor. Como si fueran… arañas.

Y cuando nos dimos cuenta…

¿¡Sabina no estaba!?

—¿Se habrá separado? —dije con la voz temblorosa.

—Lo dudo, Sabi es muy unida —respondió Morella, pensativa.

La buscamos por todos lados, pero no había ni rastro de ella. Nuestra preocupación creció y el miedo comenzó a invadirnos. Entonces, mientras caminábamos por los oscuros pasillos, encontramos a un niño.

Morella intentó acercarse para ver si se había perdido, pero en el último segundo me di cuenta de que algo no estaba bien. Ese niño… no era normal.

De su espalda brotaban patas de araña.

—¡MORELLA, NO! —grité aterrorizada, pero ya era tarde.

Cuando la volvimos a mirar, estaba tirada en el suelo… decapitada.

Morena quiso correr hacia ella, pero Antonela y yo logramos detenerla. Fue entonces cuando Morena gritó:

—¡Sabi! ¡Sabi está muerta en una telaraña!

Dios… qué fastidiosas… ¿por qué simplemente no se callan y dejan de gritar? —habló el niño, con un tono curioso y perturbador.

Pero lo más escalofriante fue lo que vi cuando giré la cabeza hacia Antonela y Morena.

Ninguna tenía cara.

Estaban muertas.

Mi cuerpo entero comenzó a temblar. Con mis últimas fuerzas, salí corriendo.

Cada pasillo estaba lleno de cadáveres.

Sangre.

Huesos.

Carne.

A lo lejos, distinguí una ventana y sin pensarlo, salté a través de ella para escapar de aquel infierno.

Siete horas después desperté en el hospital, con heridas y lesiones graves.

Nunca olvidé lo que sucedió.

Nunca volví a ver a mis amigas.