«Mi tenue disculpa se escribe así: recopilar textos propios es acaso soberbio, pero también melancólico. Mira uno viejas fotos de su alma y siente muchas veces esa mezcla de ternura e indignación que producen las antiguas piruetas, ya desechadas por la desconfiada madurez». Alejandro Dolina
Año nuevo, soledad qué me importa lo que diga el almanaque para mí es un día más.
Año nuevo, soledad qué festejan por allá qué le pasa a la campana de la iglesia de aquí la escucho sonar.
Qué festejan por allá yo me rijo por un viejo calendario que me dice que aún falta mucho tiempo para el día en que fuera de estos muros tal vez vuelva a festejar un año nuevo aunque el viejo corazón pasó conmigo no resista festejar tal año nuevo
Año nuevo, soledad han pasado lentamente tantos años que el dolor duerme acá.
Año nuevo, soledad de la culpa ni hablar quién es quién para escuchar quién es nadie quién me ha oído llorar de la culpa ni hablar.
Yo busco tus negros ojos del cielo en la inmensidad en la noche junto a una flor llorando mi voz por la soledad en la noche junto a una flor llorando mi voz por la soledad.
Con el temir de los vientos hiriéndome el corazón donde tu perfume bebí donde esta un jazmín llorando el ayer donde tu perfume bebí donde esta un jazmín llorando el ayer.
Solo en la noche perdido para qué quiero vivir a veces por verte otra vez en mi atardecer antes de morir.
Escrita por Marcelo Berbél. Interpretada por Marité Berbél y Traful Berbél.
Libro querido, fiel amigo mío siempre te he alabado como a un ser querido porque me has enseñado lo que te he pedido y en mis noches frías y aburridas un libro a mi madre le pedía, porque mirar, leer v admirar los paisajes yo quería que en sus hojas, tiempos y ancas él traía y mirando estas cosas me dormía y en mis noches lluviosas yo soñaba que en mis manos muy fuerte te tomaba y tus hojas yo leía y admiraba y al despertarme el sol de la mañana mis útiles despacio preparaba yo entre ellos a ti te resguardaba. Y después de tomar mi desayuno a la escuela despacio caminaba yo de ti las lecciones conocía porque haciendo estas cosas yo sabía que con la patria un día yo cumplía.
Escrito en tercer grado (1937) en la escuela de Plaza Huincul, Neuquén.
Homenaje a Marcelo Berbél desde el corazón creativo de sus obras. Canciones y poemas inéditos, museo, emociones y risas en la Casa Cultural "Lo De Berbel", junto al talento y la genialidad de Marité y Traful Berbél. Emitido el jueves 25 de septiembre de 2025 en Radio Comunitaria Quimunche, Las Perlas, Río Negro.
En las polvorientas canchas del torneo de ascenso argentino, donde la pelota pica más que rueda y los sueños se aferran al barro, brillaba (más por extraño que por hábil) un marcador de punta llamado Robustiano Picciforte.
Jugador rústico, de botines duros como sus quites, era sin embargo un fenómeno fuera de lo común, pero no por sus centros, que no solían ser los más precisos, ni por su velocidad, que podía ser superada ampliamente por cualquier rival, sino porque hablaba como si el mismísimo Jorge Luis Borges le dictara las respuestas desde una cabina celestial.
Picciforte no había terminado la escuela primaria, pero durante su infancia, cuando la mayoría de sus compañeros pateaba piedras o jugaba en la calle, él se encerraba en su habitación a leer uno de los tantos libros que su abuelo siempre le traía de la biblioteca tratando de incentivarle la lectura. No comprendía ni tampoco le interesaba los argumentos de las novelas ni el pensamiento de los grandes literatos. Solo memorizaba frases que le parecían bonitas. El leía y leía. Y así se le grabaron en la memoria párrafos, versos y sentencias que después usaba con generosidad.
Jugaba de lateral izquierdo en Deportivo Humildad, un equipo tan modesto que su utilero también era arquero suplente. Pero cada vez que terminaba un partido, sin importar el resultado, los periodistas saltaban el alambre de la cancha para escuchar al poeta de los despejes. Ni el goleador, ni el enganche talentoso, ni el DT gritón: todos sabían que el show lo daba Picciforte.
- ¿Qué pasó con ese penal que pateó Ramírez y terminó en la tribuna?, preguntaba un periodista.
- Errar es humano, perdonar es divino, pero patear así debería ser delito. Como dijo Shakespeare: ‘Hay más cosas en el aire que en la red de tus filosofías, Ramírez”, decía Robustiano con una sonrisa.
- ¿Y la expulsión tuya, Picciforte? Te dieron roja por aplaudirle irónicamente al árbitro.
- Fui como Ícaro -contestaba, mirando al cielo- Volé muy cerca del sol de la ironía y me derretí en el mar de las tarjetas.
- ¿Y qué opinás del empate de hoy?
- Este empate fue como la espera de Godot: larguísima, absurda y al final… no vino nadie.”
Los diarios se regocijaban con las tapas de los suplementos deportivos cada vez que jugaba Deportivo Humildad. Los títulos y los destacados de cada domingo eran frases textuales de Picciforte por más que su equipo estuviera último en la tabla de posiciones.
“Se quebró como se quiebran los atardeceres con las tormentas”, dijo una vez al referirse al planchazo que le metió a un delantero rival, que lo dejó inactivo por seis meses.
En otra oportunidad le pidieron su opinión por el gesto que tuvo una fanática al arrojarle el corpiño desde la tribuna en señal de ofrenda: “Donde no hay amor, poned amor y encontraréis amor”.
El único problema era que a algunos de sus compañeros, especialmente los más talentosos, les empezaba a molestar que el aplauso, las cámaras, los micrófonos y las ovaciones fueran siempre para el filósofo de los laterales y no para ellos.
“Robustiano tira un taco sin querer y los periodistas creen que es una metáfora visual del barro existencial”, se quejaba uno. “Nosotros metemos goles, y él cita a ese tal Faulkner porque despejó de cabeza”, protestaba el otro.
Pero más allá de los celos comprensibles de sus compañeros, los hinchas lo amaban. Las redes sociales explotaban con sus frases. Era como si la literatura importara más que el fútbol. Los resultados eran lo de menos, siempre que hablara el Sábato del área chica.
Una vez su respuesta a una dura goleada que recibió su equipo (“Todo se desmorona aunque nunca haya estado firme”) fue impresa en una bandera gigante que colgaron en la tribuna popular. Nadie en la hinchada supo bien qué quería decir, pero la frase sonaba realmente impactante y dramática.
Y así se repetían las escenas cada domingo después de terminados los partidos. Los periodistas corriendo detrás y él lanzando máximas y metáforas que dejaban a todos embelesados, por más que las preguntas estuvieran orientadas a temas simples o aunque él no hubiera formado parte del equipo titular. “La salud es la mayor posesión. La alegría es el mayor tesoro. La confianza es el mayor amigo”, contestó una vez cuando un cuadro agudo de colitis lo dejó en el banco de suplentes.
Picciforte era realmente un fenómeno popular y querido como nadie. En la calle lo frenaban para tomarse fotos o para pedirle autógrafos, el supermercado más grande del pueblo usaba su imagen para promocionar sus productos, las muchachas le regalaban miradas cómplices y seductoras cada vez que lo cruzaban y hasta una pequeña bodega había lanzado su “Picciforte Reserva”, de edición limitada.
Pero como ocurre con todos los grandes ídolos, la vida deportiva alguna vez se termina. Y Robustiano Picciforte no fue la excepción.
Finalmente, llegó su último partido. A los 39 años y con las rodillas gastadas de tantas pelotas trabadas, patadas y cruces fuertes, decidió colgar los botines, pese a las súplicas de la Comisión de Fútbol y al lamento de los hinchas que no podían creer que ese día fatídico -que nadie nunca quería imaginarse- hubiera llegado.
“La vida tiene diferentes capítulos. Un mal capítulo no significa el final de la historia”, dijo al anunciar que jugaría su último partido a modo de despedida.
Aquel fue un domingo glorioso para el club. La cancha estaba llena como nunca, pero no por el partido, sino porque todos sabían que esa tarde Picciforte jugaría y hablaría por última vez.
Muchos padres habían llevado a sus hijos pequeños para que fueran testigos de aquella fiesta y para escuchar las palabras mágicas que interpretaban al fútbol de la mejor manera. Las banderas con su imagen flameaban en las tribunas. Su nombre se repetía una y otra vez en camisetas, pancartas y banderines.
Deportivo Humildad perdió 3 a 0 y uno de los goles en contra fue obra del propio Picciforte, que intentó despejar con un zurdazo, pero pifió, la pelota voló envenenada hacia atrás y se le coló en el ángulo derecho de su arco.
Pero la derrota no importó. Cuando el árbitro dio el pitazo final, la hinchada explotó en ovaciones, mientras las autoridades del club colocaron una tarima con un micrófono en el medio de la cancha para que su ídolo eterno dijera las últimas palabras frente a los hinchas y ante decenas de periodistas y corresponsales de otros pueblos que lo habían rodeado a modo de conferencia de prensa. Y allí subió Picciforte, todavía transpirado, con los botines en la mano.
- A continuación, el presidente de Deportivo Humildad, doctor José Pérez, hará uso de la palabra y le entregará una plaqueta a nuestro ídolo eterno Robustiano Picciforte, dijo el relator del estadio.
De golpe el silencio se apoderó de las tribunas y en la cancha no se escuchaba nada más que el canto lejano de algunos pájaros, que parecían ajenos a aquella fiesta tan multitudinaria y emotiva.
- Querido Picciforte: para nosotros este es un homenaje más que merecido. Fueron muchos años de dedicación constante donde lograste elevar al club al pedestal más alto de toda su historia. Por este motivo, te entrego esta plaqueta en nombre de la gente y te invito en este momento tan lindo a que nos cuentes cómo te sentís después de este último partido y de esta carrera tan... literaria, dijo el presidente del club.
Picciforte recibió la plaqueta, lo abrazó y repasó con la mirada empañada los miles de rostros que lo observaban expectantes. Luego hizo una pausa larga, muy larga; tan larga que el silencio parecía hacer eco en cada rincón de las tribunas.
Y entonces, con la voz cansada y tratando de recuperar un poco de aire, se acercó al micrófono y lanzó una frase que explotó como una bomba: “La vida es una mierda y me siento como el culo”.
El presidente quedó pálido y mudo tratando de encontrar una explicación, mientras los miembros de la comisión directiva también estaban atónitos con la respuesta. Confundidos, los periodistas comenzaron a hacer comentarios en voz baja.
- Sí; así como lo oyen… - siguió- me siento como el culo. Y no quiero hablar más.
El clima en la cancha era tan tenso como desconcertante. La conferencia de prensa con la que todos soñaban no había ocurrido. Indudablemente Robustiano Picciforte, el lateral izquierdo de palabras hermosas y gambetas rústicas había sentido el retiro en lo profundo de su corazón y su alma. Con el fútbol también se había terminado la poesía.
- De esta manera, como un Quijote con botines, Robustiano Picciforte nos enseñó que a veces, la mayor metáfora… es no decir ninguna”, fue el comentario oportuno del relator que intentaba animar a los presentes.
Pero el estadio reaccionó de inmediato. La ceremonia de homenaje a su ídolo no podía terminar de esa manera. Las lágrimas tenían que ser de alegría; nunca de tristeza. Alguien de la tribuna comenzó a cantar: “♬ ♪ ♫ Olé, olé, olé… Pichí… Pichí…♬ ♪ ♫”. E inmediatamente se fueron sumando unos y otros, hasta que todo el estadio se convirtió en un coro gigante con estrofas cruzadas: ♪ ♫♪ ♫ “Pichi: Mi buen amigo; esta campaña, volveremo' a estar contigo; te alentaremos de corazón; esta es tu hinchada que te quiere ver campeón ♪ ♫♪ ♫. ♬ ♪ ♫ “Vamo, vamo, vamo, vamo Pichi♪ ♫♪. ♪ ♫♪ Aunque ganes o pierdas no me importa una mierda…♬ ♪ ♫
Y así, las interpretaciones, sentidas, populares y hasta con ribetes poéticos, finalizaron con un aplauso que parecía interminable.
El paso de Robustiano Picciforte marcó una impronta imborrable en el club y en la memoria de miles de personas que siguieron alentando al equipo todos los domingos, siempre recordando la figura de su inolvidable lateral izquierdo.
Tanto impactó su presencia y su personalidad y tanto calaron sus frases y metáforas que desde aquel día del retiro, cada vez que Deportivo Humildad pierde, los hinchas despliegan una bandera gigante que dice:
“La vida es una mierda. Me siento como el culo”.
Y debajo, a modo de firma: “Robustiano Picciforte, poeta, lateral y leyenda.”
Los dos ejércitos alineados en formación de combate están sobre el tablero para comenzar la partida es una batalla de ideas y ambos jugadores saben que no hay azar ni suerte.
Se saludan estrechándose las manos y se ponen en marcha los relojes que marcaran el tiempo de juego de cada uno las blancas abren el juego y las negras arman su defensa.
Los peones como la infantería, tratando de dominar el centro Alineados para defenderse entre si ya que nunca podrán dar un paso atrás.
Los saltarines Caballos se ubican en casillas estratégicas y Alfiles en las grandes diagonales listos para el ataque o defensa.
El rey se enroca con una de sus torres En una jugada extraordinaria Porque es la única vez que el ajedrecista mueve dos piezas en una sola jugada y queda a resguardado protegido por sus vasallos dispuestos a morir por él.
Terminado el desarrollo de piezas comienza la táctica Aguardando el momento preciso de atacar lanzándose al duelo de sobrevivir o morir
La Dama, es la pieza más poderosa que permanecía atenta como apoyando una defensa ahora ya está lista para salir con espada en mano para apoyar un ataque y pegar el golpe mortal.
Desencadenada la batalla los infantes tratan de avanzar y llegar hasta la última línea ya que allí son trasportados a la gloria.
Tomando mejores posiciones apoyando un buen ataque y son los únicos que pueden capturar con Toma al Paso a un contrario de su mismo rango.
Lista la caballería para golpear a diestra y siniestra. Los Alfiles listos para salir donde se los necesite según el plan programado Las torres como carros de asalto toman las columnas abiertas
La batalla continua Los ejecitos se agrupan si no hubo victoria Los Reyes deben salir porque también son piezas de lucha para adelantarse y ganar la oposición para apoyar a sus peones incondicionalmente a coronar ya que de allí saldrá la victoria.
En los últimos movimientos de lucha el jugador que tiene su escuadra en desventaja buscara desesperadamente hacer Tablas por Jaque Perpetuo o por Rey Ahogado La batalla termina por Jaque Mate que significa que el Rey contrario está perdido y la partida finalmente terminada.
Claro que me gustaría conocer a quien frotó la lámpara para sacar al genio que pergeñó esta película, la mejor, jamás vista en la historia del cine. Porque tiene de todo. Es épica, pero tiene tramos conmovedores, románticos, tristes, emotivos, dramáticos, y por supuesto, al menos para mí, final feliz. De lo que no tengo dudas es que luego de esta historia ya no podrá inventar nada igual.
Te lleva por lugares que nunca hubieses imaginado conocer, territorios inexplorados en donde los sentimientos se mezclan de tal modo que no entran en una clasificación convencional. Genio el anónimo ser que inventó esta maravilla y afortunados nosotros, no muchos, que en el contexto universal tenemos la posibilidad de asistir a la función.
Porque lo que hasta ahora no les dije, es que, una vez terminada la película, como en Misión Imposible, se autodestruirá. Entonces, a partir de allí, nunca nadie jamás en la historia de la humanidad podrá volver a verla. Habrá fragmentos, se contarán mil historias, se recordará por siempre. Pero así, en vivo, ahora, tal y como la estoy viendo, nadie volverá a hacerlo.
También debo decir que siento la alegría de estar viendo esta obra maestra, pero a la vez, la enorme tristeza de darme cuenta que se están proyectando los minutos finales. Siento el honor de haber sido uno de los elegidos para disfrutarla y el horror de saber que pronto el cartel de THE END gobernará la pantalla.
Estoy en el momento en que el héroe entra por última vez en el castillo monumental para despedirse de su amada. Tiene como misión comunicarle que se preparará para la batalla final, aunque no le asegura que pueda hacerlo. Apenas cruzar el umbral del pórtico, de sus ojos asoman destellos diamantinos y en su barbada cara aparecen muecas que pretenden disimular el impacto emocional que le provoca este último encuentro. Pero es un héroe que no se puede permitir estas flaquezas y por lo tanto saca a relucir su hidalguía, abraza largamente a esa fiel seguidora y le deja dos perlas como ofrenda postrera.
Esta historia comenzó hace más de veinte años, al menos así lo narra la película, cuando el rey Humberto advirtió que tras los mares, un espadachín de cualidades notorias sobresalía por sobre el resto de los guerreros. Entonces, decidió enviar a su general José a reclutarlo. Lo que parecía una misión complicada finalmente no lo fue porque nuestro héroe tenía claro que combatiría para este bando cuando llegasen las guerras. Mientras, otras batallas las daría en la tierra que lo cobijó y le permitió crecer. Así fue como en poco tiempo se sumó como un soldado más a las tropas de José. De inmediato mostró las condiciones por las que venía precedido. No debió transcurrir mucho tiempo para que fuese ascendido a capitán.
Y comenzó a ganar batallas. Por supuesto también a perderlas. Y en el condado aparecieron las primeras voces agoreras, con críticas infundadas sobre su dedicación y entrega en las batallas en tierras al otro lado del mar, pero el escaso compromiso para las lides lugareñas.
Lo compararon con D10s, aquel otro guerrero que dejó su marca indeleble que vivirá por siempre con su imagen en los escudos de los soldados de nuestro condado. Pero ese D10s lo entendió, lo protegió y pidió que no lo comparen, que él ya había hecho su camino y ahora era el tiempo de este héroe. Ese que creció allá lejos pero que siempre mantuvo giros idiomáticos, costumbres y amistades que lo ligaban a estas tierras. Habitaba en aquel mundo nuevo y deslumbrante, pero vivía en este condado porque sentía que éste era su lugar.
Muchos no lo entendían así. Decían que había ganado mil batallas pero ninguna guerra. Que cuando marchaban hacia la arena no cantaba el motivador himno de guerra, que no tenía voz de mando, que le faltaba energía en momentos decisivos. Tanto insistieron aquellas voces destructivas que lo hicieron dudar y por algún momento flaqueó. Fue entonces cuando la plebe del reino levantó la voz para hacerlo recapacitar. El clamor se hizo sentir con tanta fuerza en la bastedad del territorio que el guerrero reflexionó y se (nos) dio una nueva oportunidad.
Pasaron varios generales. Algunos lucharon con valor hasta quedar a las puertas de la victoria. Otros, sin pena ni gloria. Muchos soldados fueron cuestionados y alejados, otros renacieron de entre las cenizas. Mientras, una nueva generación de gladiadores se estaba gestando en el seno de este suelo feraz.
Ocurrió un proceso traumático. Y apareció el general Leónidas. Toda una incógnita que de inmediato provocó la fácil reacción de aquellos que rechazan todo lo que no provenga de la escuela de formación a la que adhieren. Que no tiene nombre, que es un arribista, que rompió códigos, que le falta experiencia, que hace años que no vive en estas tierras y que por lo tanto será un nuevo fracaso en la tarea de impedir que otras potencias nos dominen.
Leónidas formó una plana mayor cuyo principal objetivo fue proteger a nuestra primera espada. Lo arropó, lo cuidó y lo mimó. Pero, por sobre todo, lo entendió e hizo que los otros soldados lo entiendan. Y consiguió que el resultado fuese obtener un ejército compacto, convencido de sus objetivos y prácticamente invencible. Y entonces, todo el condado se enamoró de esos valientes luchadores. Y todos empujaron para que por fin y después de muchos años se pudiese ganar una guerra.
Fue una fría noche de julio cuando el lancero de caballería, el ángel guardián, el repudiado y perdonado, nos hizo sacar de adentro todas nuestras frustraciones para desahogarnos en un grito que resonó por todo el condado. Grito de guerra ganada, de emoción contenida. Ese quijotesco ángel, vapuleado, burlado y ridiculizado nos demostró de lo que era capaz, pero por encima de todo tuvo la grandeza de perdonarnos. Siguió enfrentando a los molinos de viento sabiendo que lo que faltaba no era una utopía, que todavía quedaban cosas por contar y él tenía palabras importantes para escribir en este libreto.
Ahora sabíamos que nos esperaba la gran guerra. Aquella que comenzamos con sufrimiento pero que nuestro mismo héroe, ese gigante que peleó por su talla haciendo sacrificios enormes para superar esa dificultad, se encargó de enderezar de inmediato ante los aturdidos aztecas. Hasta llegar a aquella batalla final épica, heroica, inolvidable. Porque el duelo final fue con los colonialistas blancos que para mantener su imagen de superioridad étnica mandaron a la guerra a los negros. Aquella epopeya gloriosa en donde su principal escudero atajó todas las lanzas y flechazos que le tiraron, donde el ángel volvió a decir presente y todos y cada uno de los soldados cumplieron al pie de la letra la estrategia de la plana mayor de Leónidas.
Debo confesar que nunca sentí lo que ocurrió en esta parte de la película. Por primera vez lloré por la alegría de haber triunfado, pero más lloré porque el vencedor fue aquel estigmatizado ganador de muchas batallas, pero perdedor de guerras. Lo vi feliz y lloré. Lo sentí pleno y no pude contenerme. Aquel gesto con cruzando los brazos varias veces a la altura de la cintura como diciendo “ya está”, “ya cumplí”, también lo sentí mío. Gloria a ese humilde capitán que de quien primero se acordó fue de aquellos que no pudieron lograrlo junto a él después de tantos intentos. ¿Cómo no derramar una lágrima en su honor y a esos gladiadores que superando adversidades nos mostraron el camino posible?
Por eso, quien pergeñó esta película no dejó ningún condimento afuera. Por eso que no quiero que termine, aunque esto sea inexorable. Se destruirá inmediatamente al finalizar y solo nos quedará la memoria y algunas imágenes para contarla. Fuimos afortunados quienes la vimos.
Porque no tengo dudas que se trata de una película. Porque ni el mejor escritor de la tierra pudo haber imaginado esto en la vida real.
Un programa distinto en el que no buscamos qué cuentos leer, los cuentos llegaron solos por la generosidad de sus autores, que los quieren compartir a través de Qué Grande por radio y YouTube. Emitido en vivo el jueves 18 de septiembre de 2025 en Radio Comunitaria Quimunche, Las Perlas, Río Negro.