jueves, 7 de julio de 2011

A la Abuela Chola

Desde que tengo memoria, 7 u 8 años, era horrible dormir con los pies fríos. Ella me tejía una especie de botitas de tela que no recuerdo cómo las llamaba ella. A mí y a mis hermanos, estimo que también a mis primos. ¡Cuánto alivio en los polares fríos de Neuquén dormir con esa especie de escarpines para grandes!. Se rompían fácil, por lo menos a mí, que los usaba hasta para jugar con la pelota de goma tal como lo hace el hoy el Tomy. A los 8 años hasta un par de ojotas son botines profesionales. Los míos eran de Maradona, los del Tomy son de Messi. Por eso no me duraban nada, pero ella me volvía a tejer otros además un poco menos chicos que los anteriores.

El cine hoy es una de mis pasiones, me refiero al cine en su esplendor, a ir a ver una película a un cine. Incluso fue uno de mis mejores refugios en mis años más oscuros. Si la película es nacional mejor, si el cine no tiene cultura yanqui mejor. El que más me gusta es el Cine Teatro Español, fue el primer cine que conocí ¿será casualidad? Lo conocí cuando mi abuela me llevó a ver Las Aventuras de Chatrán, y años después Jurassic Park. En la fila ella me convenció que yo era grande y valiente y no me iba a asustar la película. No sólo no me asustó, aprendí de memoria las tres películas de la saga porque me fascinaron. También comparto con el Tomy la alucinación por las películas y todo lo que tenga que ver con dinosaurios.

Cuando iba a la primaria, una vez a la semana iba a almorzar a su casa, me iba a buscar a la escuela justo los días que tenía plástica, y le mostraba las cosas que hacía en esa materia que odiaba. Jamás me llevé bien con las acuarelas, las pinturas, las tijeras, ni siquiera servía para colorear los libros que me regalaban. Era un mamarracho. Me hubiese gustado mostrarle trabajos dignos de ser exhibidos pero nunca me llevé bien con las manualidades. Después tenía que sacarme el guardapolvo, lavarme las manos, y cumplir con la misión imposible de terminar un plato de fideos, en ese momento me parecía que mi abuela había cocinado para todo el edificio pero había puesto todo en el plato para que lo coma yo. Las caras mías que habrá tenido que soportar, sobre todo cuando me sorprendió con un mondongo.

Después mirábamos tele, siempre me encantó acostarme en su cama, años después y a escondidas de ella jugaríamos con Jere a dar vueltas al carnero en la cama. A veces nos quedaba tiempo para jugar a las cartas, previa cátedra de hombría: “Mirá que yo no te voy a dejar ganar como tus abuelos, así que si perdés ¡a no llorar!”.

Hasta que me acompañaba a la parada de colectivo y me hacía acordar unas ocho veces por minuto que me asegure que el Cono Sur 105 se dirija al Fonavi y no a La Sirena. Hasta que el colectivo no doblaba en Antártida Argentina ella no se movía de la parada. Siempre pensé qué haría si el colectivo seguía por Avenida Argentina para ir al barrio La Sirena. Ni ella ni mis padres tenían teléfono fijo, y mucho menos yo un celular. Pero igual le servía para irse tranquila.

Reconozco algo. Al día de hoy me duele ir a la peluquería, me da vergüenza, no se cómo explicar el corte que quiero porque no se nada del asunto. Hasta la adolescencia la que me cortó el pelo fue ella. Mi solución es salomónica. Me rapo y vuelvo al suplicio de la peluquería en tres meses. Me parece no correspondido ir a una peluquería existiendo ella, pero fue ella la que dimitió con grandeza, reconociendo que ya no tenía fuerza ni pulso para hacerlo.

Esta es mi historia, y ese amor que ella me profesó no lo dividió, lo multiplicó por cuatro hijos, diez nietos, y siete bisnietos. Mas la pena sin nombre de perder a un nieto en un accidente absurdo. Ella se repuso a todo, y me emociona comprobar que sus bisnietos la aman como la amaba yo a su edad. Nueve décadas de amor son demasiadas, qué más podemos pedirle si hasta no dio la posibilidad de festejar su cumpleaños número 90 en familia. Tuve la oportunidad de presentarle al amor de mi vida.

Hacé lo que quieras y cuando quieras abuela, te sobra paz para hacerlo. Nunca te vas a ir, aunque suene a una frase hecha yo la puedo fundamentar. Cuando mi hermana me abrace y me de besos le voy a pedir que “no me vuelva maricón”. Cuando jugando con el Tomy me pregunte algo que me haga acordar a vos, te voy a evocar con alegría. Y cada noche de mi vida me voy a asegurar de tener los pies calentitos.

Sebastián Sánchez.

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