Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
Los libros siempre habían sido refugio y aventura para Lucía, pero nunca imaginó que serían la llave hacia lo imposible.
Desde pequeña, su abuela le decía que las palabras tenían un poder especial, que cuando se leía un cuento en voz alta, la historia cobraba vida en algún rincón del universo. La creencia le parecía poética, hasta que un día lo comprobó.
Era una noche de tormenta. Los relámpagos iluminaban su habitación mientras ella sostenía un viejo libro entre las manos. Al leer las primeras líneas de un cuento sobre una ciudad sumergida en el océano, sintió algo extraño: el aire vibró a su alrededor, y su reflejo en la ventana mostró destellos de agua corriendo por su piel.
Pensó que era su imaginación… hasta que, al cerrar los ojos, lo vio.
Un universo paralelo, formado por las palabras que acababa de pronunciar. En él, la ciudad sumergida existía realmente, con torres de cristal bajo las olas, peces luminosos que nadaban entre los edificios y un rey que observaba el horizonte, esperando la llegada de su salvador.
Lucía sintió el vértigo de la revelación. ¿Cuántas veces había creado mundos sin saberlo? ¿Cuántas historias habían cobrado vida gracias a su voz?
Decidió probarlo. Buscó otro libro, uno sobre un bosque encantado, y leyó en voz alta la descripción de un anciano guardián que protegía los secretos de los árboles. El aire volvió a temblar, y su mente atravesó el velo entre los mundos. Allí estaba el guardián, de pie bajo un árbol milenario, observándola con sabiduría infinita.
Cada historia era una realidad en otro lugar. Cada palabra tejía un destino nuevo.
La noche transcurrió entre cuentos y revelaciones, pero entonces, Lucía descubrió algo aterrador: si podía crear mundos al leer… también podía destruirlos si dejaba un relato inconcluso.
Las historias que había abandonado a la mitad en el pasado ahora quedaban suspendidas en el vacío, en universos rotos y sin final. Y alguien la estaba buscando desde esos espacios inconclusos.
Las sombras se agitaron en su habitación. La voz de un personaje olvidado susurró en el viento.
—Lucía… termina mi historia.
El destino de los mundos dependía de sus palabras. Ahora, más que nunca, cada cuento debía ser contado hasta el final.
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