domingo, 7 de abril de 2024

El sorprendido - Cuento de Marcelo Gobbo


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

El espesor de la sangre. Eso es lo primero que le llama la atención. Recuerda que una vez, en la escuela, actuó en un acto ―¿qué era?, ¿la batalla de Rosario de Lerma?― y la señorita le había fabricado la sangre con una mezcla de kero y colorante. En aquel momento a él le había parecido de verdad, igualita a la que veía en las películas cuando iba con su familia a la ciudad. Ahora entiende que no, que la sangre no es así. Nada que ver.

Lo segundo que lo sorprende es que al fondo se escucha Los siete magníficos. La reconoce enseguida porque es la canción que abre el cassette que le regaló su tío Pedro, el hermano más chico de papá, el que vive en Buenos Aires. Siempre discute con Pedro. El tío le dice: “Riqui, no jodas, los Serú Girán quieren ser los Steely Dan, que ya se separaron. Escuchá lo que está sonando ahora, no antes; tomá”. Y le regala cassettes. Y él los escucha y, sí, a veces le gusta eso que le trae, pero otras, muchas, no; en especial porque no les entiende lo que dicen, claro. Y lo bien que le vendría entender en ese instante. Y también al tío Pedro, que va a visitarlos dos veces al año, nada más, en el día de la Madre y para las fiestas, y que le cuenta de otros lugares a donde lo mandan del diario donde trabaja, aunque los últimos años se aparece cada vez más callado y menos afectuoso y no quiere contarle a su hermano qué le pasa: “No, mejor no, cuanto menos te cuente, más tranquilos van a vivir”. Lo escuchó clarito la noche de Año Nuevo, cuando se quedaron bebiendo, él y su papá, los fondos de las jarras con chicha. Al tío tampoco lo entiende mucho y tal vez por eso cree estar oyendo su voz que le repite: “Escuchá, escuchá”.

Pero lo que está sonando ahora es Los siete magníficos. Y los disparos de bala y alguna mina por ahí que estalla y revienta el cuerpo, tal vez, de un compañero. O, peor, que lo mutila. Seguramente, alguna de las minas que plantaron hace unos días y que no saben exactamente dónde porque fue de noche y perdieron los dibujos. De lejos, le llega Like cowboys do, in TV land, You lot! What? Don't stop, give it all you got y él quiere mover los pies para bailar, pero no puede, porque tiene la pierna doblada bajo el cuerpo, que le duele mucho, y entonces mira hacia arriba, como si así la música llegara mejor a sus oídos y se aislara de todo el resto, de los tiros, de los gritos, del viento.

Así, lo tercero que le sorprende es el cielo; más aún, eso que cae del cielo. ¿Cómo se llama? Porque él le diría nieve, pero, la otra tarde, el capitán Mansilla, que es de ahí, del sur, tomando mate con ellos, les decía que una cosa es la nieve y otra el aguanieve, que una cosa es la nevada y otra la nevisca, y les contó un montón de cosas que ellos, que nunca habían visto la nieve hasta pisarla ahí, no sabían.

Pero eso que ahora le cae sobre la cara tampoco es como en las películas, no son copos tan grandes, no parece algodón. Y es fría, muy fría, y apenas lo toca se derrite, pero es tan linda, tanto que tiene ganas de salir corriendo a contarle a su mamá cómo es la nieve, la nieve o lo que sea.

Y quisiera abrir la boca, abrirla y probar cómo sabe, a qué se parece, si es como la que probó del piso apenas llegó a la isla o si es distinta. Y siente que el cuerpo se le congela de a poco aunque la mano busca contener el torrente de calor, busca evitar que él se seque.

De alguna parte le llega una voz. Cree que es la de Celina, esa voz molesta con que le habla cada vez que espera que él la invite a bailar en los cumpleaños, la misma voz que, sin embargo, le gusta escuchar cuando se junta con su madre a cantar coplas. Pero no, es la voz de Sergio, el soldado ese con voz finita ―como la de Belgrano, según le dijo el sargento la otra noche, cuando los hizo trotar en pelotas por haberse reído del tono agudo de su compañero: habla igual que Belgrano, tagarnas, ignorantes, el creador de nuestra santa bandera―, el chico del Litoral. Es Sergio que le grita: “Ricardo, ¿estás vivo?”.

Y él gira la cabeza hacia un costado y lo ve a Sergio, ahí, a dos, tres metros, con el cuerpo apretado contra la piedra que le sirve de escudo contra las balas. Y él querría gritarle que sí, que sigue vivo, que todavía no lo mataron, pero no puede, no hay modo, no puede así, con la mano apretando el agujero en el cuello para que la sangre no le salga a borbotones

Libro: Restos culturales (2022)

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