Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
Yo me entero de lo que pasó con Ringo en la sede de Huracán, un sábado, entra Canario así y empieza a mirarnos. Nosotros esperábamos que dijera algo, aunque sea "buenas". Y él meta mirar, se prepara para hablar pero no le sale la voz. Hasta que le sale y dice: Lo mataron a Ringo.
Parecía mentira porque lo dijo con voz de pito, “lo mataron a Ringo”, como si se estuviera aguantando la risa.
-La puta madre me está jodiendo, -le digo-.
-No, -me dice-, lo hicieron mierda, no sé qué hizo este tarado.
Pobre Canario, se le fueron todos al humo. Uno lo empujó y el Canario se puso a llorar. De tristeza se puso a llorar, no del empujón.
Le digo:
-Quién lo mató.
Ya quería salir armar lío yo. Y él me dice:
-Qué sé yo. recién dijeron por la radio.
Y ahí nomás a prender el televisor. Prenden el televisor, no andaba. Los de la cantina acomodaban la antena, la daban vuelta hasta que parecía que agarraba, pero sacaban las manos y volvían las rayas.
Al otro día, los diarios decían que se había metido con el mafioso de ese del representante, el tano jetón, como todos los petisos, y que le habían mandado un matón. En la foto, el tipo fumaba un habano, un Toscano. No sé cómo se llama. Parecía que Ringo salía con la mujer, pero al otro día salió que no, que lo mataron porque se había quedado con plata, que le habían encontrado los bolsillos llenos de guita, con las manos en la masa.
Yo me acordaba de cuando Ringo sacaba el billete más grande que tenía en la billetera y me decía:
-¿Sabes cuánto tengo de esto? Tres mil de esto tengo, tomá do.
Al otro día mi mujer mira el diario, deja la plancha, se está quemando una manga con la plancha. Y ahí me dice:
-Eso le pasó por andar haciéndose el vivo.
-Qué vivo, -le digo-, sí es vivo no lo matan.
-Tenés razón, -me dice, chinchuda-.
-Claro que tengo razón, o vos lo conoces a Ringo, -le dije-.
Digamos que tenía razón yo. Ella no lo conocía a Ringo. Yo lo conocía,
-¿Por qué no te embarcas? -me pregunta la yegua-.
Y yo hacía una semana que había vuelto de las Canarias, todavía se me movía el piso, así que lo digo:
-Ah sí, ¿y por qué no te embarcas vos, eh? Dale, embarcate vos que yo plancho, capaz que hasta conseguís novio.
Y ella me dice:
-Maldita la hora en que me casé con vos.
-Está bien, -le digo yo- tenés razón, maldita la hora, maldita la hora en que yo me casé con vos, -le digo-.
Y al yo se lo digo fuerte para que escuche bien. Todas las discusiones terminaban así.
Después Ringo llega como a la semana, porque el hermano lo va a buscar y le hacen llenar no se cuántos papeles. Llega Ringo. Lo llevan al Luna Park para hacerle el velatorio. No sabes la gente que había. Era increíble. El día que fui yo, la cola llegaba hasta el Sheraton.
Entro y lo veo. Blanco, pobre Ringo, con los bigotes, los mostachos, tenía la cara como si estuviera haciendo fuerza. y yo dije "seguro que sufrió". Y un tipo que estaba al lado mío, un cajetilla, me dice "ya lo creo, ya lo creo". Tenía pinta de promotor. Uno al lado mío decía que era el dueño de Luna Park, pero no creo porque yo lo había visto en alguna foto, y nada que ver.
Y ahí se escuchan unos gritos, un movimiento, "¡atrás, atrás!". La gente se empieza a correr como en una avalancha, se armó un quilombo bárbaro. Un cafetero voló con termo y todo y le pegó en la cabeza a un vigilante.
-¿Qué te pasa, palito Ortega?", -le dice el cana-, y empieza: ¡Cuidado, correrse!
Yo lo miro y le digo:
-Pará un cachito, ¿dónde quiere que me meta?
Miro así, lo veo a Lanusse, viejo estaba, lo veo a Lanusse y del otro lado aparece un pariente de Ringo, viene caminando rodeado de vigilantes. Cara de orto, el tipo. Por eso pensé, "este es un pariente". Se para delante del cajón y le dice:
-Levantate Oscar, levantate que llegó el jefe.
Y yo:
-Mirá que se va a levantar, -me salió del alma-.
-Es un honor, -le dice el tipo-.
Y Lanusse le dice:
-Lo siento mucho.
Y que estaba detrás de mí, dice:
-La que te puso Perón sentiste mucho vos.
Y Lanusse lo escucha y mira justo para donde estoy yo, pero el tipo se esconde, entonces Lanusse me ve a mí, me clava la mirada el viejo, no sé, habrá pensado que era un colimba yo. Entonces, le digo, digamos del cagazo:
-General.
Pero él no dice nada, me mira nada más, fijo, a lo Tusam cuando mira a una gallina.
Al otro día lo llevan a Ringo al cementerio. Yo me quedo a ver cuando sacan el cajón y los coches con flores. Empiezo a contar, y cuento 18 Fairlanes, Ramblen, no sé lo que eran. Al rato viene el Canario y me dice:
-Viste la cantidad de autos con flores.
-Sí -le digo-, 18.
-No ciego -me dice-, 21, ¿que estás mirando?
-No sé, -le digo- qué mierda me importa, ¿te pensás que va a resucitar?
Digamos qué mierda me importaba a mí. Entonces me dice:
-No sabés lo que me enteré.
-Qué -le digo-, de qué te enteraste.
-Que murió Gardel, -me dice el pelotudo-.
-No seas tarado, -le digo-, respetá.
Nos empezamos a reír de los nervios. Al final, digamos en los velorios uno se caga de risa porque el que se muere es otro, hay gente que se agranda en los velorios, se agranda porque se salvó de ser el muerto. El canario estaba tentado, me daba vueltas como una mosca, un hincha pelotas. En una de esas, viene y me dice:
-Me dijeron que la mina del mafioso era una viejita paralítica.
-Hablá más bajo, -le digo yo-.
-¿Y habrá salido este con la mina,? -dice el canario-.
Y yo lo miro nada más para que se diera cuenta de la idiotez que estaba diciendo. Y él me dice:
-En serio te estoy hablando.
-¿En serio me estás hablando? -le digo yo, no se podía creer lo que decía-, se levantó a la turca, no se a cuantas otras minas, todas hermosas, se va a hacer matar por esta mujer.
Entonces el canario me dice, justo cuando pasan unas motos para acompañarlo al Ringo, yo no podía creer que el tipo estaba muerto, entonces me dice:
-¿Vos con cuántas paralíticas saliste?
-Bueno dejá, dejá, está bien Canario, sos imbécil de nacimiento, basta, no hablemos más.
Como a la semana cae un gordo a Huracán. Yo no estaba, pero no lo conocía nadie. Un meterete, digamos. Uno de los hermanos Gavilán me contó que dijo que lo había visto a Ringo donde lo mataron. Gavilán decía que Ringo estaba de "pibe de los mandados", que se tenía mucha pica con un guardaespaldas del mafioso, el que dicen que lo mató. Que una vez había boxeado con un oso, y que era un referí de minas que peleaban desnudas. Deben ser esas luchas en el barro, donde las minas se tocan todas. Eso escuchó uno de los Gavilán, de este gordo que no sé quién es.
El gordo dijo que a Sally Conforte, le decía: Mama. Como le decía a la madre, pobre vieja, cuando peleaba Ringo, la vieja no escuchaba la radio ni nada porque sufría. Ringo terminaba la pelea y la llamaba por teléfono. Estoy hablando de la vieja, eh, de la de la madre de Ringo, no de la paralítica. No le decía una palabra de la pelea. Cuando recibía mucho contra el Goyo, o algún otro aguantador, me decía a mí que la llamara:
-Dominga, -le decía yo-, Oscar manda decir que se quede tranquila.
Y ella me decía:
-¿Dónde está? ¿Está vivo?
-Ni lo tocaron, -le decía yo-.
Nunca preguntaba por la gente, pero sabía que a veces lo puteaban por fanfarrón. Una de esas noches que me mandó a hablar con Dominga. Después de matarse a palos con el Goyo, con un ojo en compota medio achinado, por las piñas, me dice:
-Sirvo tres ñoquis más y me compro el Mercedes.
Y yo le digo:
-Por qué mejor no te la cuidá, mira que gastarla es fácil.
-Sí vos nunca gastaste un mango, niente en la puta life. ¿Dónde vas a gastar vos? -me dice, mal, caliente, haciéndose el inglés, me dice-. La de los demás te habrá gastado vos.
A los dos meses se lo compró nomás, rojo. Pasaba por la sede con el brazo colgando de la puerta y un habano, un Toscano, no sé como se llama. Echando humo, igual que el que se la juró, igualito. Un día el gallego, que tenía la cantina, lo ve pasar y dice:
-Ahí pasó el Parrilla.
-¿Y por qué lo decís Parrilla?
-Grasa y humo.
Graza, decía el gallego. Yo no se lo festejé, yo le dije:
-Decíselo a él.
-¿Qué? -me dice el gallego-, ¿tú eres el alcahuete? Eres su hembra, eres.
-Mirá lo que digo yo, mejor cerrá la boca porque te la voy a cerrar yo -le digo-, yo no soy la hembra de nadie.
Y ahí el gallego me quiso decir, no sé qué cosa y yo le dije medio a los gritos:
-¡Está clarito! ¡Está clarito para vos, gallego!
-Bueno, bueno, -me dice el gallego y me quiere agarrar-.
-Bueno las pelotas -le digo-, y a mí no me toques porque te hago tragar los dientes postizos.
-No ves que hablas como a Bonavena, -me dice el gallego pensando que yo no lo había escuchado-.
Lo sigo y lo agarro del cogote, digamos, pero un Gavilán y mi hermano me lo sacan. Yo le digo:
-Dejamelo, dejamelo.
-Pará -me dice mi hermano- no ves que es una joda.
El gallego decía que yo hablaba como él, pero la verdad es que él hablaba como yo. Lo que pasa es que como yo no aparecía en la televisión, parecía que me copiaba. Yo le dije la famosa frase del peine. No era mía, pero digamos, se la enseñé. Yo entro a cortarme el pelo en la peluquería del parque, en verano, y escucho la conversación. Uno que estaba esperando, le dice a otro:
-¿Te vas de vacaciones?
-Sí, -le dice el otro- al patio de mi casa.
-¿Qué -dice-, no te dan?
-No, sí, sí que me dan, pero a dónde voy a ir si ando pelado.
Ahí el otro contesta:
-Es como darle un peine a un pelado.
-Claro, -digo yo para hacerme el simpático- ¿Para qué se lo dan si no le sirve para nada?
Cuando me lo cruzo a Ringo, a los dos o tres días, lo veo medio renegado. Ya era campeón argentino y me dice:
-Estoy podrido.
-Vos estás podrido -le digo yo-, ¿y yo cómo tengo que estar?
Y Ringo me dice:
-Me tienen podrido, hace dos meses que no cobro un mango.
-Sí -le digo yo-, pero sos campeón nacional.
-Sí, -me dice-, pero para qué me sirve si ando seco.
-¿Andás pelado? -le digo yo-.
-Pelado, pelado, -me dice Ringo-.
-O sea que sos campeón, pero andás pelado, -le digo-.
-Sí, -me dice-, o sos boludo.
-Y entonces sos como un pelado con un peine -le digo-.
-Claro, -me dice-.
Como a los dos meses, antes de la defensa contra un negro que no me acuerdo como se llamaba, prendo el televisor y aparece Ringo. Un periodista, el narigón del 7, le dice:
-¿Te sirve la experiencia para esta pelea, Ringo?
Y Ringo lo mira y le dice:
-La experiencia es un peine que te dan cuando te quedas pelado.
Yo le digo a mi mujer:
-Eso se lo dije, yo.
-¿Querés que te aplauda? me dice ella.
-Está bien, -le digo-, no dije nada.
Un día Ringo viene y me dice:
-Che, ¿vos sabes que la turca está bien conmigo?
La mina era vedette. Y salía desnuda en el teatro, y él como ya era famoso tenía un número, hacía unos chistes ahí en el escenario.
-¿Y vos como sabé? -digo yo para ver si mentía-.
-Porque me lo dijo.
-¿Qué te dijo?
-Sí, me dijo que quería salir conmigo, vino y me miró y me dijo, Ringo, quiero estar con vos.
-¿Y? -le dije-.
-Nada, qué sé yo.
-¿Y está buena?
-Qué sé yo.
A la otra semana aparece en las revistas: La Bella y la Bestia. La bestia era Ringo. Estaban bailando en un boliche meta franela. Ringo tenía esas poleras que usaba para que se le marcaran los músculos, y una cadena gruesa tenía arriba. Después de eso, cayó a la cantina y se sentó con nosotros. Juntamos dos mesas, pasan los minutos...
-¿Y la turca?
-No me hablé -dice-, es una fenómena -dice-. estoy bárbaro ¡Cómo la paso!
El Canario se puso colorado. Le preguntó algunas cosas, intimidades, y le ponía cara de sobrador, digamos, era la época en que aparecía todos los días por la televisión. Ringo cantaba como el culo, pero cantaba una canción que se llamaba Pío Pío. Un día le dije:
-¿Por qué cantas esas boludeces? Pareces un payaso.
-Y a mí qué me importa -me dice-, yo quiero ser famoso, más famoso que los Beatles.
-Mirá las pavadas que decís -le digo-, vos tenés que ser mejor que Ali, no más famoso que los Beatles -le digo-, dedícate a lo tuyo porque el negro te va a hacer un puré de diente. Dicho y hecho, Ringo dice que lo tiró, sí. Cuando volvió, me dijo eso, que él lo había tirado:
-Se me escapó, ya lo tenía.
-¿Qué vas a tener? -le dije, si casi te revienta.
-Sí -me dice él-, pero lo tiré.
-Que vas a tirar, si se tropezó.
Se ofendió, estuvo unos meses que no me dio pelota. Después se empezó a caer, me buscaba. Nos quedábamos en la sede de Huracán hablando de fútbol. Pasaban los jugadores y Ringo los saludaba. Un día que estaba medio distraído, se quedó mirando el techo un rato y me dijo:
-Me parece que me voy a la mierda.
Yo me acuerdo que me fijé la hora y dije:
-Sí, yo también.
-No -me dijo Ringo- a Norteamérica me voy, no a mi casa.
-¿A qué?
-Qué sé yo, voy, allá, me conocen.
A los tres o cuatro años de la muerte de Ringo yo estoy en mi casa, preparando para embarcar, y me fijo que me toca: San Francisco. Agarro un mapa y veo que Reno está cerca. Calculo con la regla y veo que hay unos 700 km. más o menos. Digo: "Yo voy".
Antes de salir, cuando agarró el bolso, mi mujer me dice:
-¿Eso que está arriba de la mesa, me dejas? No me va a alcanzar,
Yo le digo:
-¿Y vos qué le pensás, que yo la cago la guita?
-No me alcanza para tantos días -me dice-.
-Mirá, te va a tener que alcanzar.
Y ella me mira nada más, con esa cara de perra que pone.
-¿Qué pasa? -digo yo-, ¿algún problema?
Ella me sigue mirando para hacerme calentar.
-Lo único que falta es que vos, que te gastas la de otro, tengas problemas ahora -le digo-, porque ¿cuándo gastaste la tuya, vos? Yo te contesto: Nunca. La de los demás gastaste vos.
En San Francisco, me tomé el Franco después de descargar y me fui a Reno. Cuando vi el lugar donde lo habían matado a Ringo, pensé: Pobre Ringo. Era un rancho de madera con luces por todos lados. Estaban apagadas porque era de día, pero se veía que eran muchas. Alrededor no había nada, desierto nada más, así que ¿qué se iba a escapar, Ringo? No había un árbol para esconderse, nada. Le tiraron y chau. Y si le erraban, le tiraban de vuelta y se acabó, ¿dónde se iba a esconder?
Por ahí veo un bar y me meto, entro y no entiendo nada. Espero un rato. Escucho que alguien habla castellano, una cubana era. Y ella me dice que era cubana, una negra, trompuda.
-Así que tú eres argentino -me dice-, pues qué va a tomar mi amigo.
Y le pregunté si sabía algo de Ringo, y me dijo:
-Oye, mi amigo te va a hacer contar, con que allí pa' allá que dice oye nada del Ringo.
Yo le pregunto si sabe algo, y ella me dice:
-Toas cosas que se dicen, se sabe na' más que pa' hablar.
-¿Y qué se decía?
Dice ella:
-Porque peleaba con Oso y otra fiera, pero tómate algo que pa' luego es tarde -me dijo-.
Yo tomé una cerveza, una porquería, era cerveza caliente. Le seguí preguntando por Ringo:
-¿Boxeaba? -le digo yo-.
-Lucha, no boxeo chico. Todos nombres raros: el forzudo, el atila, el ogro.
-¿Vos sabías que peleó con Ali y con Frazier? -le digo yo, digamos para que vaya teniendo una idea-.
-Tú dices que Alibabá -me dijo- porque a mi memoria no es perfeta.
-¿Por qué lo mataron? -digo yo-.
-Negocios sucios, -me dice ella, en inglés me dijo-, dirty business.
Peor todavía.
-¿Qué? -le digo-, ¿por qué no me hablas en cristiano?
Entonces me dice:
-Cosas fea.
-¿Y qué, salía con esta mujer, con la paralítica?
La negra no entendía lo que quería decir, así que tuve que hacerle la seña con los dedos para que se diera cuenta.
-Pues Sally is paralític, no puede chico.
-¿Y qué no puede?
-Solo puede hacer algunas cosas, mi amigo, no me haga hablal.
-¿Y vos cómo sabes? -le digo-.
-Toos conocen, es famosa en Reno, no lo era antes de su diabeti ¿Qué iba a cambiar, luego. Tu Ringo le daba la insulina a su mama, como le decía a él.
Yo me acerco y le digo:
-¿Vos viste cuando lo mataron?
-No, -dice-, pero dicen que el hombre de Joe lo corría.
-¿Y qué decía? -le digo-.
-Pues se le escuchaba decir: ¡Pará loco! ¡Help, help! -gritaba Ringo-. Antes de dejar de hablal, dijo Mama.
-Y el que le tiraba, ¿qué le decía? -le pregunto yo a la cubana- ¿El que le tiraba qué le decía?
-Pues lo que le decía siempre en broma: Muérete Ringo.
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