viernes, 23 de agosto de 2024

El ahijado de Dios - Cuento de Eduardo Quintana


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Hay cosas en la vida que se llevan eternamente, muchas de ellas, impuestas por los padres. Los nombres y apellidos, los familiares, la religión y el club de fútbol, entre tantos ejemplos Es muy raro que dichos mandatos se cambien, más aún, cuando son herencia de los viejos. En los pueblos grandes o ciudades pequeñas, y en algunas ocasiones, los nombres son todo un problema. Por costumbres familiares, por el santoral, por el nombre de un cacique o bien por algún personaje de novela, el niño es castigado con un apelativo para toda la vida. El caso de Sandro, si bien no era extremo, se ubicaba dentro de las variantes de elección compartida. Sandro Diego Armando Ruiz Sotelo era rionegrino y había nacido en la ciudad de General Roca. Hijo único del matrimonio formado por Amalia Sotelo y Felipe Ruiz, ambos roquenses e hinchas desde el primer día del Club Social y Deportivo General Roca, algo que heredó naturalmente Sandro, el sentimiento puro del Naranja y de nadie más. General Roca es una ciudad ubicada en la margen norte del Río Negro, en el Alto Valle; el lugar elegido por los antecesores de ambas parentelas para desarrollar sus vidas. Amalia provenía de una familia hincha y socia del Club Río Negro y los Ruiz eran fanáticos de Italia Unida. Unos meses antes de la fecha de la fundación, directivos de ambas instituciones, sumados a dirigentes de Tiro Federal, sentaron las bases de la fusión y juntos participaron en la fundación, que fue un 1° de septiembre de 1974, ciento cinco años después del nacimiento de la ciudad; adquiriendo como colores para los símbolos, el naranja con vivos azules y como localía, el estadio aportado por Italia Unida, que lleva el nombre de uno de los dirigentes que más hizo por la fusión: Luis Maiolino. Sandro llegó a la familia en 1979, justo con la Selección Argentina campeona juvenil y ahí parte de su nombre. Amalia, y su locura por “Sandro de América”, logró imponerse ante el Diego Armando, “maradoniano”, de Felipe. La vida iba a recordar que ese momento, por lo largo de la conjunción, no encontraba lugar en ningún formulario y que fue obviado en la firma. Cuando creció y preguntó el porqué de lo largo de su nombre, la respuesta de Felipe fue sencilla: “Vos te llamás así porque Diego Armando Maradona es tu padrino”. Ni Amalia, ni el mismo Felipe entendían el motivo de aquella mentira. Había salido de adentro y no había forma de volver atrás. Todo comenzó con una foto, sacada con una vieja Kodak, un frío viernes de septiembre de 1980, por la tarde, cuando Felipe y Amalia, con Sandro en brazos, caminaban por la Avenida 25 de Mayo rumbo al pediatra. Esa noche, la Asociación Atlética Argentinos Juniors visitaba el estadio Luis Maiolino en un partido amistoso frente al Naranja. El Bicho de La Paternal contaba en sus filas con un tal Diego Armando Maradona. Cuando Felipe vio al Pelusa, que paseaba junto otros jugadores, se acercó a saludarlo y a presentarle a Amalia, que cargaba con el pequeño Sandro. Un fotógrafo que merodeaba el plantel de Argentinos Juniors, tomó una foto en el momento que Maradona le daba un beso en la cabecita al niño. Esa foto recorrió los diarios del país, ante la sorpresa de las familias Ruiz y Sotelo, con un título que decía “Sandro, ya tiene padrino”. Allí se generó ese mito que Felipe siguió por muchos años. Sandro fue creciendo con la figura de Diego como padrino, sin saber siquiera que no había sido bautizado. Cada cumpleaños invitaba a “su padrino” y a la postre recibía una carta debajo de la puerta, que prolijamente escribía Felipe, excusándose y enviándole saludos. Así fueron pasando los años y sosteniéndose la mentira.

A la participación en el Nacional ’78, se le sumó la de 1982, en los cuales ambas familias estuvieron presentes; en realidad todos menos Martín, el hermano menor de Amalia, hincha furioso de Argentinos del Norte. El Carcelero y el Depo dirimían el clásico de la ciudad. Pero no era el único partido que Sandro y su familia esperaban. Deportivo Roca y Cipolletti jugaban el duelo más importante del Alto Valle y cada encuentro era un gran peregrinar de unos y otros, de ciudad a ciudad. En la crisis del 2001, Sandro con veintidós años mudó sus sueños a Italia, donde unos años después se recibió de Ingeniero en Sistemas y forjó una familia junto a una bella napolitana. El mito del “ahijado” de Diego siguió normalmente su curso, sabiendo que Nápoles y Maradona eran denominador común en el amor mutuo. La foto con la nota que los diarios replicaron, formaba parte de los adornos que engalanaban una de las paredes del estudio de su casa del “Golfo de Nápoles”, más precisamente en Sorrento. A medida que fue mejorando la situación económica, Sandro comenzó a viajar anualmente a ver a su familia, visitar su ciudad y a reencontrarse con la pasión por Deportivo Roca. Su sentido de pertenencia lo demostraba a diario, vistiendo la camiseta naranja o estando al tanto de las participaciones en los Torneos Federales y semana a semana, por internet, siguiendo las incidencias de la Liga Confluencia. El idioma italiano y sobre todo el dialecto napolitano fueron comprendidos, asumidos y hablados en la nueva familia, que sumó en seis años dos hijas y un hijo. Al sentimiento por la Societá Sportiva Calcio Napoli que, indudablemente, todo napolitano siente, Sandro les inculcó el amor por el Club Social y Deportivo General Roca y, ni hablar, la veneración como napolitanos y argentinos por el jugador más grande de todos los tiempos: Diego Armando Maradona. Las vacaciones del año 2010, no fueron en el Alto Valle; la familia completa decidió ir a ver el Mundial de Sudáfrica. Mucho tiempo antes compraron el paquete turístico para los cinco integrantes y las entradas hasta la final. En uno de los días libres de la Selección Nacional, se encontraron con muchos jugadores, entre ellos con Messi, a quienes sus hijos idolatraban. Buscaron la foto y la consiguieron. Unos metros más atrás el director técnico de la selección, el mismísimo Maradona, caminaba tranquilo charlando con sus colaboradores, y ahí fue cuando Sandro le gritó: ¡Padrinooo…! Diego giró la cabeza y lo miró extrañado. —¿Deportivo Roca, no…? Preguntó, ante la alegría del roquense. —Sí, Diego… Sigue caminando y Sandro le dice: —¿No te acordás de mí, padrino? Diego que se ríe y acota: —Por lo menos me encajaron un ahijado y no un hijo… Sandro se quedó helado y con la mano temblando sacó de su bolsillo la foto del diario y le dijo: —¿No te acordás de esto? Diego que lee el encabezado. —“Sandro ya tiene padrino”. ¿Vos sos el bebé? —Sí, tenía un año. —Sí, me acuerdo, perdimos con Roca dos a uno, una noche de frío. —Sí, mi viejo siempre me cuenta que Graneros hizo los dos goles del Depo. —Claro —interrumpe Diego— y Pedro Pablo Pasculli hizo el nuestro. Mirá vos, qué lindo recuerdo. ¿Me lo regalás…? —Por supuesto, es tuyo, padrino. Maradona se aleja y le pide algo a un colaborador, que sale al trote. Mientras Sandro le contaba sobre la admiración que junto a su padre le tenían desde siempre. —¿Sandro te llamás? Le pregunta Diego. —Sí, mi vieja me puso el primer nombre. —¿Por Roberto Sánchez? —Sí claro, mi mamá me puso el primer nombre y mi viejo los otros.

—¿Y cómo son tus otros nombres? —Sandro Diego Armando Ruiz Sotelo. De la emoción su “padrino” le dio un abrazo que quedó retratado por Ornella, ya no por una máquina Kodak de rollo, sino por una sofisticada cámara digital Diego lo mira y le dice: —Tomá “ahijado” esta es para vos. Y le regaló la celeste y blanca con el diez en la espalda. Instintivamente, Sandro se sacó la “Naranja” y se la obsequió en el mismo momento. —Esta es para vos, Diego. Y Diego no tiene mejor idea que colocársela y decirle: —Vení que nos sacamos una foto. Mientras Ornella sacaba con su máquina, el fotógrafo oficial de la selección lo hacía con la suya. Ahí llegaron los chicos y juntos con Ornella incluida se fotografiaron con el jugador más grande de todos los tiempos Se abrazaron fraternalmente y allí se fue Diego junto a sus colaboradores, luciendo la camiseta naranja del Depo. Sandro quedó feliz, rodeado por su familia, con los ojos llenos de lágrimas y una acongojada emoción. Seguramente, ya no le importaría todo lo que quedaba por vivir en Sudáfrica. Haber visto al diez con la camiseta de Roca era el sueño de todo hincha del Depo. Lucir la celeste y blanca de Maradona, con toda la magia que ello implicaba, debería ser el logro más grande de cualquier hincha de fútbol. Caminaron un rato por Johannesburgo, visitaron lugares turísticos y volvieron a cenar al hotel. Antes de acostarse, en una de las computadoras de la recepción, Sandro les escribió a Amalia y Felipe para contarles la historia vivida. La mañana siguiente, como era previsible, la ciudad de Roca amaneció convulsionada con el título de tapa del periódico, que decía: “Diego Maradona se reencontró en Johannesburgo con su ahijado roquense Sandro Ruiz Sotelo”. Ilustrado con una foto en la que aparecía Sandro vestido con la camiseta oficial de la selección, abrazado a un sonriente Diego Armando Maradona, que lucía la tradicional camiseta naranja, con vivos azules, del Club Social y Deportivo General Roca. Padrino y ahijado. La albiceleste y la naranja. Argentina y el Depo. Diego y Sandro. El amor y el fútbol. Simplemente eso, el fútbol…

Libro: Con la ilusión en ascenso Entretiempo (2014).

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