Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
Cuenta la leyenda que Limay y Neuquén eran dos de los hijos de los caciques más importantes de la Norpatagonia. Amigos inseparables, de infancia compartida y paralela, una tarde que juntos andaban, topáronse con los grandes ojos y la melena castaña de Raihué, joven mapuce de la que quedaron perdidamente enamorados y dispuestos a la competencia por ver quién conquistaba su corazón.
Tras escuchar al Chaman del pueblo y consultar a los dioses, decidieron hacer de esos dos jóvenes dos ríos, uno correría desde el norte y otro desde el sur y quien obtuviese antes del mar un caracol para que Raihué pudiese escuchar su sonido obtendría también la llave de su corazón. Pero en esa diatriba fue el viento quien ganó, ya que engañó a la joven que ofreció su vida al Dios Nguenchen para salvar a Limay y Neuquén y la transformó en un arbusto de flores perdida entre la vegetación patagónica. Al enterarse de esto Limay y Neuquén se fundieron en un abrazo y se hicieron el gran río Negro que con luto corre hasta alcanzar el mar.
Esta leyenda que da origen a las tierras desde las que son escritas estas líneas, vuelven a encontrarse de luto, esta vez por otra leyenda, la de nuestro mayor ídolo popular, el de las innumerables jugadas mágicas, pases de gol y anécdotas sin igual.
Es este también el motivo de estas letras. El de recordar el paso del ser más inmortal que se vio por estas tierras donde Limay y Neuquén jugaban tardes enteras a la pelota simulando ser el Dios Pelusa.
Porque no podemos pensar que ese D10S, menos en estas tierras tan pródigas de realismo mágico, sólo estuvo como jugador de fútbol o entrenador de la selección o promotor de espectáculos deportivos, como atestiguan los diarios de las diferentes épocas y escriben algunos de nuestros mejores periodistas deportivos. El Diego, seguro también anduvo ya por la Patagonia cuando ésta todavía no era ni continente, ni accidente geográfico, mucho antes quizá de que el Argentinosaurios jugara a ser Maradona en México ‘86.
Esta Patagonia áspera y majestuosa, tan llena de contrastes como la vida de nuestro 10, después de siglos y millones de años de leyendas, tuvo la suerte de recibir al D10S más humano, cuando su juventud no alcanzaba la mayoría de edad, pero su juego ya estaba para la selección Sub20.
Por aquellos años, la dictadura que desaparecía y torturaba personas, de manera federal, también impulsaba el opio de la selección nacional por todo el territorio del país. Así sucedió el 8 de abril de 1977, en Cipolletti, de provincia diferente, pero tan unida a la ciudad de Neuquén como unidos están Limay y Neuquén. Y cuentan quienes saben, que los dirigidos por César Luis Menotti anduvieron de visita por nuestra querida ciudad capitalina.
En aquella visita, Diego le regaló a la afición, que ya sabía de la existencia del astro por los diarios y la televisión un hermoso gol celeste y blanco. Meses más tarde volvería con la selección mayor, aunque poco después Menotti lo dejaría fuera del oprobioso Mundial ‘78.
Pasarían más de veinte años hasta que Maradona estuviese nuevamente de cuerpo presente por estas tierras originarias. Dos décadas en las que Maradona nos hizo muy felices con todo lo que sus piernas creaban y su sonrisa siempre ingenua y dulce hacían más increíble todavía.
En esos años nos dejó obras de arte que sólo son comparables a las bellezas con las que la Patagonia nos deleita. Porque, no me dirán ustedes que el gol de Maradona a los ingleses, el segundo, si lo miran desde el cielo o desde Google Maps, nos es sólo comparable, en estética y recorrido al camino de los Siete
Lagos, que une San Martín de los Andes con Villa La Angostura. Una obra de arte de la naturaleza. Una obra de arte del ser humano.
Machonico y Faulkner son Beardsley y Reid en el centro del campo. Villarino, Escondido, Correntoso y Espejo son Butcher y Fenwich y díganme si el Nahuel Huapi no tiene forma de arquero sacando una pelota. Si, el arquero Peter Shilton es el Nahuel Huapi. Y fue en las orillas de ese lago, veinte años después, en 1997, en el marco de la última pretemporada de Diego como futbolista profesional, el viento patagónico trajo al Pelusa hasta la ciudad del Bosque de Arrayanes, Villa La Angostura.
Diego entrenó en las canchas que otros veinte años después pisaría el entonces presidente del país, Mauricio Macri, a quien las últimas palabras que le dejó Diego fue: “Macri es un chorro y que sepa que a mí no me va a callar, yo soy cristinista hasta los huevos”.
Pero si algo tiene Diego, como la Patagonia, son sus desequilibrios y contradicciones. A las bellezas cordilleranas se le oponen estepas ásperas de viento y tierra, calles que fueron potreros de dioses de otras épocas. Aquí en la ciudad del Potrero más grande del Mundo, ubicado en el barrio Mudón, se encuentra el estadio Ruca Che, rodeado de bardas y barrios populares. Ese fue el escenario de la siguiente visita de Maradona a nuestra región. Corría el año 2008 y Neuquén todavía no era la tierra de Vaca Muerta.
El 8 de octubre con un físico más que admirable para sus 48 años, Diego hizo vibrar a un estadio colmado por más de 5 mil personas. Pero por si hubiese sido poco, cinco días después volvieron a jugar frente a Brasil, con quien el encuentro anterior salió empate, y esta vez vencieron los de la canarinha por un gol. Pocos días más tarde, Diego era oficializado como director técnico de la selección argentina, otro capítulo para escribir numerosos libros de literatura maradoniana.
Pero si Diego es los Siete Lagos, también es Cutral Co. Cuna y ejemplo de luchas populares y resistencias a las desigualdades; pero también ciudad oscura y sin ley, donde el submundo se institucionaliza y las adicciones se multiplican. Esa
fue la ciudad donde la selección dirigida por Maradona vino a jugar en el año de nuestro Bicentenario, en el estadio Ruca Quimey. Haití fue nuevamente la víctima, esta vez en el fútbol. Su arco fue goleado en cuatro ocasiones por un equipo comandado por el Diego y con figuras como Martín Palermo o el Burrito Ortega, ambos con un pasado valenciano, como el mío.
De esta manera podemos resumir el paso firme, la gambeta sin igual, de nuestro querido Diego, que como habrán leído, ha quedado demostrado que la Patagonia no sería la misma sin él, a quien debemos también este carácter abnegado y tenaz que tiene cualquier jugador del sur, como el “Huevo” Acuña, o mi amigo “El Mono”, o los miles de jugadores que participan en la región de los torneos más importantes del futbol amateur del continente.
De ese orgullo que pocos conocen, pero que a los neuquinos y neuquinas nos infla el pecho sin igual, ni Rio de Janeiro, ni San Pablo, ni Rosario, ni el estadio Maracaná, no hay tercer tiempo como en el fútbol amateur del Alto Valle, ni torneos de amigos que nos hagan sombra. Y allí seguro está también el Diego y su amor incondicional por la pelota, como mi amigo “El Mono”, gran jugador amateur y amigo de verdad.
Libro: Un D10S en la Patagonia (2023).
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