domingo, 31 de marzo de 2024

Homenaje a Alfonsina Storni

Lecturas de los poemas Humildad y Hombre pequeñito, y musicalización de Alfonsina y el mar en versión de la Orquesta Sinfónica del Neuquén.


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Humildad

Yo he sido aquélla que paseó orgullosa
El oro falso de unas cuantas rimas
Sobre su espalda, y creyó gloriosa,
De cosechas opimas.

Ten paciencia, mujer que eres oscura:
Algún día, la Forma Destructora
Que todo lo devora,
Borrará mi figura.

Se bajará a mis libros, ya amarillos,
Y alzándola en sus dedos, los carrillos
Ligeramente inflados, con un modo

De gran señor a quien lo aburre todo,
De un cansado soplido
Me aventará al olvido.

Hombre pequeñito

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar…
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.

sábado, 30 de marzo de 2024

Qué Grande! Ep. 22: Orquestas

Artistas nacionales con orquestas sinfónicas 🎶🎻

Fito Páez, Valeria Lynch, Marité Berbel, Los Nocheros, Les Luthiers, Walter Olmos, Los Palmeras, Nito Mestre y Gustavo Cerati. Homenaje a Alfonsina Storni con dos poemas y música de la Orquesta Sinfonica del Neuquén. Emitido en vivo el sábado 30 de marzo de 2024 en Radio Comunitaria Quimunche, Las Perlas, Río Negro.



jueves, 28 de marzo de 2024

Ketalar* - Poema de Marcelo Gobbo


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

a veces pasa
la noche y deja un largo
camino de regreso

arriba mis entrañas
mi vómito
mi sangre

aquí el río atestado
de compañeros

se acordará
alguien
de nosotros
algún día

hará alguien
las preguntas
que debieran hacerse

o esta agua
marrón
fría ominosa

el agua de esta patria arrebatada

se llevará nuestros nombres
nuestros hijos
nuestros padres
el coraje
el dolor
el placer
el amor

a donde no hay justicia

se llevará todo
como el verdugo lleva

mis entrañas
mi vómito
mi sangre

a que un colimba los lave
los silencie
los niegue

mientras estos labios
que besaron tus manos
tu boca
tus hombros

esos que también
se hunden
embolsados
cerca de mí

se mantienen sellados
cosidos ahora
por los golpes
por los cortes
por el nylon

estos labios negros
mudos
ciegos
donde se agolpan los gritos
asordinados
de todos nosotros

sin entrañas
sin vómitos
sin sangre

nuestros gritos y tumbas
silenciados
por el hambre de peces
contra este lecho barroso.

______________________________________________

* Según confesó el capitán Eduardo Francisco Stigliano, durante la última dictadura militar el “método ordenado para la ejecución física de los subversivos prisioneros, los cuales sin ningún tipo de juicio de defensa se me ordenaba matarlos a través de los distintos médicos a mis órdenes” era “con inyecciones mortales de la droga Ketalar. Luego los cuerpos eran envueltos en nylon y preparados para ser arrojados de los aviones Fiat G 22 o helicópteros al Río de la Plata. Dichas máquinas partían en horarios nocturnos desde el batallón de aviación del Ejército 601. Las ejecuciones o asesinatos llevados a cabo por este método fueron cincuenta y tres, siendo cuatro de ellos extranjeros”.

Libro: La necesidad de los vivos (2022).

lunes, 25 de marzo de 2024

Quemado - Cuento de Marcelo Gobbo


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

El papá de Miguel es un hombre extraño.

Cuando se aburre de golpear a Mamá se las agarra con él o con sus hermanas pero nunca parece saciarse. A veces lo ata a una mesa y lo fustiga con la hebilla del cinturón durante toda la tarde o le quema los antebrazos, de tanto en tanto, con las colillas de sus cigarrillos negros: nada parece cansarlo.

En cambio, en su trabajo, la secretaria siempre le comenta a Miguelito: “Tu papá está tan cansado”. Y a él le dan ganas de contarle, de explicarle, de decirle, pero mejor no porque, si lo hiciera, Papá lo dejaría atado a la mesa durante una semana.

Es abogado. Según dicen sus clientes, de los buenos. La mitad de sus clientes son hombres que van uniformados: militares, policías. La otra mitad son políticos. “Corruptos de mierda”, masculla Papá mientras maneja el auto, del cole a casa, al escuchar algo en la radio. “Sacate esos anteojos de mierda que los vecinos van a decir que te fajo”, le dice a Mamá cuando llegan a casa y ella los recibe con unos anteojos de sol puestos, los más grandes que tiene. “Comé esa mierda que preparó tu madre”, le dice a Miguel, golpeándolo en la nuca, cuando se rehúsa a comer esa masa indigesta que Mamá puso en el plato. “¿Qué hacés con esa putita de mierda?”, le pregunta a la hermana cuando se despide de su mejor amiga de la secundaria y futura novia en la puerta de casa. “Mierda” es la palabra preferida de Papá. Es más: la tarde que Miguelito cayó sin previo aviso en su oficina y encontró a la secretaria arrodillada frente a Papá, él le ordenaba con ese tono que mete miedo a cualquiera: “¡Chupá, mierda!”.

Pero hoy Papá no fue a buscarlo al cole; y cuando Miguelito vuelve a casa, a pie, encuentra en la puerta a Mamá, con los anteojos puestos, que le dice en voz baja: “Entrá, dale, entrá pronto”. Y adentro está Papá, en calzoncillos, mirando a través de la persiana, de rodillas en su sillón, y ni lo registra cuando entra. Miguelito mira a Mami, que tiene un costado de la cara ennegrecido, como preguntándole qué pasa, pero ella le hace un gesto que le da a entender que mejor se calle. Papá, ahora sí, se ve cansado y parece tener miedo.

Miguelito nunca lo vio así, puede jurarlo. No sabe qué le habrán hecho al pobre Papi. No entiende cómo puede estar así, casi desnudo, al mediodía, en casa y con toda la pinta de estar ocultándose, justo él que no le tiene miedo a nada y siempre sabe poner todo en su lugar. Hasta debe haber faltado, ay, al trabajo.

No sabe porqué se acerca a él y le dice, con ganas de abrazarlo. “No te preocupes, todo va a salir bien”, con el mismo tono que Papá usó con él alguna vez, hace mucho. Y Papá lo abraza con lágrimas en los ojos y entonces el mundo es maravilloso y ninguna mierda como las que él suele decir le quita a Miguel la sonrisa.

Y ese será el último momento glorioso de Papá, no después cuando la golpee a Mami hasta dejarla desmayada o más tarde cuando le deje marcada la espalda a la hermana mayor ni tampoco al día siguiente, cuando le metan dos balazos en la cabeza en un descuido. Ni tampoco ocho años más tarde —a mitad de camino entre la última pepa tomada en la granja de rehabilitación a donde lo había mandado el juez y el templo de donde el pastor López lo rescataría—, cuando su fantasma se le apareciera a Miguel y le profetizara: “¡Mierda, te vas a meter a evangelista!”

Libro: Barbarie y civilización (2002).

sábado, 23 de marzo de 2024

Qué Grande! Ep. 21: Nunca más

Cuentos, poemas, música y evocaciones por la Memoria, la Verdad, y la Justicia. Emitido en vivo el sábado 23 de marzo de 2024 en Radio Comunitaria Quimunche, Las Perlas, Río Negro.

Textos leídos
  • Robo de vidas (de Mariel Clark).
  • Quemado (de Marcelo Gobbo).
  • Corte total (de Diego Fabián Gómez).
  • Los estranguladores (de Mariel Clark).
  • Ketalar (de Marcelo Gobbo).
  • Florencia Penacchi, desaparecida por las redes de trata (de Vicky Ibañez).

lunes, 18 de marzo de 2024

Fotos viejas - Cuento de Eduardo Sacheri


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Mirar fotos viejas constituye un pasatiempo peligroso. Es cierto que, a primera vista, parece una actividad inofensiva. Pero es tal vez allí, en su aparente candidez, donde reside buena parte del riesgo. La situación toda habla de la parsimonia, de la nostalgia, de la mansedumbre, y no parece que bajo esa dulzura puedan agazaparse amenazas. Pero lo hacen, y vaya que lo hacen.

Para contemplar viejas fotografías uno necesita cierta disposición de ánimo. Difícilmente emprenda la tarea al volver de un paseo dichoso, o rodeado del bullicio de la familia en pleno en un día festivo. Nada de eso. Uno tiene que llevar en el alma, en el momento de la decisión, una extraña conjunción de nostalgia y de recogimiento y de un no sé qué de tristeza y de algo perdido que busca asir nuevamente entre sus dedos. ¿Para qué mira uno fotos, si no es para mejor ejercitar y dirigir la facultad de la memoria?

La tarea de contemplar fotos exige, asimismo, una exclusividad inmaculada. Uno no puede ver fotos viejas mientras escucha un partido de fútbol por la radio, ni mientras almuerza un bife de chorizo con papas. Y no sólo por temor a engrasar esos papeles lustrosos. Simplemente se trata de incompatibilidades evidentes. Por eso uno dejará toda otra actividad de lado. Nada de televisión ni de ensalada mixta: apenas un sillón bien iluminado. Como mucho, una música tenue capaz de reforzar ciertos efectos, pero nada que sea demasiado por sí mismo, nada distractivo, nada capaz de torcer nuestros ojos y nuestro espíritu de eso otro que sí, de eso otro que nos convoca, de esos rostros que nos miran en silencio.

Y digo rostros porque fotos, fotos propiamente dichas, fotos en el sentido cabal de la palabra, son aquellas que retratan a personas. Fotos son porque atraparon a la gente y la fijaron como estatuas en dos dimensiones. Nada de cataratas ni de montañas nevadas ni de mares grises y estáticos. Ésas son simples postales y no cuentan. Ni aun cuando haya alguien posando en medio de paisajes gigantescos. Porque ahí las personas son excusas, simples extras que están para justificar lo otro, o para dar la real dimensión gigantesca de la catarata o de la montaña o del océano.

No. Nada de eso. Fotos-fotos son las de la gente, donde el fondo que hay atrás es simplemente eso: un fondo detrás de lo importante. Fotos de rostros que miran en la cándida ingenuidad de desconocer a su interlocutor, ese otro mudo que es uno y que los observa desde el sillón bien iluminado sin otra labor que esa de explorarlos.

Ver una foto significa trampear subrepticiamente al tiempo. Una foto es una ventana a otro presente, a otro mundo, a otra vida. Si uno mira una foto a conciencia, de inmediato debe imaginar el momento en que la tomaron. Debe evocar al fotógrafo, a los posibles testigos, a los protagonistas. Debe pensar en los rápidos pestañeos que precedieron a la toma, en las respiraciones contenidas, en los sonidos del ambiente, en el pensamiento de «Cómo saldré, cómo me veré, qué tan lindo o feo quedaré aquí congelado».

En lo personal, cuando miro fotografías soy más ambicioso. Me imagino lisa y llanamente la vida. Porque una foto es eso. Es la vida como era entonces. Por supuesto que no hablo de la foto del mes ni del año pasado. Hablo de fotos en serio, o las que para mí son fotos en serio. Fotos de… yo qué sé, treinta años para atrás, por lo menos. Porque las que cuentan son ésas. Esas que te hablan desde una vida que era otra, otra totalmente distinta, donde el mundo era otro, y el sol que les pegaba de costado y les dejaba medio en sombra un lado de la cara también era otro, y esa magnolia que se ve borrosa en segundo plano hace años que se secó para siempre apestada por un pulgón que no hubo manera de sacarle, y el colectivo que no se ve pero que pasa detrás de la medianera (y que hace que la nena de la foto entrecierre apenas los ojos aturdida por el ruido) hace años que dejó de andar porque ni siquiera sirve para usarlo de reparto de verduras, tanto tiempo hace de aquella tarde de sol brillante.

Es que uno puede (en realidad uno debe) seguir hundiéndose en la observación. Porque tiene que llegar a la comprensión de que ese mundo era otro porque pensaban en otra cosa. ¿En qué iban a pensar? Si su mundo era ése. Ese que no sabía cómo prevenir la polio; o ese otro que lloraba a Kennedy y le tenía un miedo pavoroso al triunfo mundial del comunismo; o aquel que contaba los días para que Perón volviese a arreglar todo de una vez y para siempre; o el mundo que decía mirá vos, qué bárbaro el Mundial; o el de no sabés, vieja, a la fábrica están trayendo unas máquinas nuevas que son bárbaras, hacen todo solitas.

Ellos miran, silenciosos, en general sonrientes, casi siempre con cara de ingenuos. Claro, pobres incautos, si no tienen la más pálida idea de lo que va a venir. O peor todavía (y eso es lo verdaderamente dramático): ignoran que lo que ellos temen, que lo que ellos saben, que lo que ellos sueñan, que las cosas y los miedos y las certidumbres que pueblan sus vidas ya pasaron, ya se acabaron, ya se fundieron en el polvo. Desconocen la sencilla verdad de que el mundo que vivieron no era El mundo, sino simplemente un mundito fugaz, un mundito modesto, un chispazo tan volátil como el fogonazo de luz que los plasmó en esos papeles lustrosos que hemos derramado a nuestro alrededor sobre el amplio sillón del living.

Y aquí es donde resulta inútil y redundante que siga. Porque el simple transcurrir de nuestro pensamiento nos conduce a la evidencia absoluta, al corolario ineludible, a la certeza dolorosa que nos dice que nosotros también poblamos ciertas fotos. Que allí yacemos, en nuestras estatuas planas y modestas. Convencidos del enorme valor, de la importancia indiscutible, de la trascendencia profunda de nuestro respectivo y minúsculo mundito. Este que no es el de nuestros muertos, y que parece tan firme, y tan importante, y tan definitivo, y que sin embargo terminará siendo parte del mismo polvo que nuestros huesos. Quedarán las fotos. Ellas sí han de trascendernos en algún cajón de la cómoda. Y tarde o temprano llegará el tiempo de que alguien nos exhume y nos vea así: silenciosos, convencidos, sonrientes, descorazonadoramente ingenuos.

Libro: Lo raro empezó después (2003).

domingo, 17 de marzo de 2024

Qué Grande! Ep. 20: Feria en la Biblio

Micro en la radio abierta de Quimunche en el evento Feria en la Biblio, en el patio de la Biblioteca Popular Quimún. Emitido en vivo el domingo 17 de marzo de 2024 en Radio Comunitaria Quimunche, Las Perlas, Río Negro.

Textos leídos
  • Crimen perfecto (de Diego Gómez).
  • Fotos viejas (de Eduardo Sacheri).

sábado, 16 de marzo de 2024

Atajó Roma - Cuento de Aldo Riera


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

"Si sabes encontrar el triunfo tras la derrota,
y recibir a estos dos mentirosos con el mismo
gesto, si puedes conservar tu coraje y tu
cabeza cuando todos los demás la pierdan,
entonces los reyes, los dioses, la suerte,
la victoria serán para siempre tus esclavos
sumisos y, lo que vale más que los reyes
y la gloria, serás un hombre, hijo mío".

RUDYARD KlPLING

-¡Hola, hola, probando!

José Bolzoni, don Pepe para el barrio, está probando los parlantes para transmitir la carrera.

Sí, otra vez carreras de bicicletas y el barrio está de fiesta. La Sociedad de Fomento organiza.

El micrófono conectado a la consola, los cables en su lugar, en minutos todo estará listo, con tiempo y a la perfección, como a él le gusta. No deja nada librado al azar. Es un perfeccionista, tiene experiencia, esta es la centésima carrera que va a transmitir. Una bocina colgada de cada plátano y las tres cuadras principales tendrán información. Todo está saliendo a pedir de boca.

Las densas nubes que se habían juntado en el poniente a las primeras horas de la mañana se van disipando. No lloverá, les espera otro día bochornoso de calor. La champion tapó los pozos. El regador por la tarde humedecerá la tierra, solo falta eso. Lo demás todo listo. Pero Pepe no está conforme, esa tarde tiene otra cita impostergable, esa tarde Boca puede asegurarse el campeonato; está aun punto de River; al que debe enfrentar hoy, ¡el clásico nada menos! El partido del siglo, exageraba la prensa capitalina. Ganar y la gloria.

El partido comenzará a las cinco, la carrera también. Lo que dura el partido, durará la carrera. Imposible escucharlo; estaba realmente malhumorado. No concebía a Boca jugándose un campeonato y él ausente, aunque solo fuera como oyente. La solución se la dio su sobrino Ricardo.

Rolando Narciso Rivero echa el agua de la palangana sobre su cabeza calva, no ha podido dormir la siesta, las sábanas se le pegaban en su piel lampiña, el calor es insoportable. Pero este hecho no lo ha puesto mal. Está feliz; debuta después de un centenar de carreras. Sí, debuta con la famosa bicicleta del Pescado Gaveglio, recientemente retirado, que con dolor y por necesidad tuvo que venderla. Aquella, casi una leyenda, la que encontró en un basural y con paciencia y artesanía puso competitiva. La que lo llevó a destacadas actuaciones por las rutas nacionales. Grande fue el esfuerzo de Rolando Narciso, pesito a pesito fue juntando con horas extras y changas. Y por fin se le cumplió su sueño. Hoy es el día. Hoy se va a prender con los Uturriaga, los Lomónaco, los Impala, en fin, con los líderes de la categoría.

Está lleno de expectativa y ansiedad. Se seca la cabeza con una toalla, arranca del almanaque el día 8, hoy es el día 9 de Diciembre de 1962, Boca puede ser campeón, a él no le preocupa, ni le interesa. Solo piensa en ganar, ha participado en más de cien eventos y nunca ha ganado, pero ahora no es una utopía pensar en un triunfo. Por primera vez tiene máquina para pelearles a los más encumbrados de la Tercera Libre. Le puso grafito al piñón, la rueda giró y giró libremente durante largos minutos. ¡Es una maravilla!, está conforme. Se ató el pañuelo en la frente. Un beso a Matilde. "Que triunfe, hijo", su deseo de madre, "pero en caso contrario, recíbalo con el mismo gesto", y con ternura la anciana completa el consejo, "Serás un hombre, hijo mío". Le abre la precaria puerta; Rolando Narciso Rivero (Revire, para los muchachos del ambiente, apodo que se ganó por méritos propios, pues sus reacciones eran un tanto díscolas) salió del interior de la casucha montado en su máquina, parado sobre los pedales, balanceándose, camino a la gloria. Su madre se queda con el brazo levantado despidiéndolo hasta que se pierde en el fondo de la calle polvorienta. Será una sorpresa para todos, está seguro.

Un mundo de gente alborotada en derredor del palco. Por los parlantes el dúo Gardel-Razzano y sus guitarras amenizan. El sol cae a plomo, insoportable, no importa; un sombrero, una gorra, un pañuelo, una sombrilla y el entusiasmo por ver el espectáculo lo aplacan. Don Pepe, con la radio a válvulas al hombro, llega al palco.

-Mi sobrino es un genio. El transmitirá la carrera, el gordo Muñoz el partido y todos felices.

Marino Castellani, una gloria del pedal de las décadas de los cuarenta y cincuenta, bajó la bandera a cuadros y...

-¡Largaron! -gritó el viejo Bolzoni.

Nai Foino, pitó con energía.

-¡Comenzó el clásico! -tronó la voz del Gordo Muñoz- ¡Valentín para el Beto Menéndez! -pero no se escuchó, la radio bajita para que no interfiriera en sus relatos.

-¡Y, allá se va el pelotón, en busca de la grandeza que solo uno logrará. Son treinta pasiones, son treinta almas que ansiosas pedalean hacia la gloria! ¡Se pierden en el fondo de la recta! ¡Señores y señoras! acaban de presenciar la largada de la tercera edición de la vuelta del barrio Emilio Mitre, que organiza la Sociedad de Fomento. La Tercera Libre está en carrera; disputan el trofeo "Joyería Biondini". Don Miguel Difeo, representante de la firma, se ha hecho presente y él mismo en persona hará entrega en mano al ganador este bonito trofeo que ustedes están visualizando, aquí mismo en este palco.

Eufórico Pepe, en su lenguaje tan personal, transmite los primeros minutos del evento. Con sus gritos tapa la voz de Muñoz, que es difundida por el receptor casi sin volumen.

-Doblaron en la esquina de Irigoyen y avenida La Plata, Aquiles Tonarelli marcha en punta, muy de cerca lo escolta Felipe Impala, su compañero de equipo. Atrás los hermanos Cottini, luego el pelotón como un enjambre de abejas.

A Rolando Narciso Rivero el sudor se le desliza por la frente, el pañuelo que le hace de vincha se empapa, los lentes ahumados le cortan los reflejos. Está último, ni se da cuenta, está tan concentrado, tan poseído, solo piensa en su carrera. Me mantendré expectante, debo sorprenderlos, planea su estrategia.

-¡Centro laaargo de Sarnari, sale Roma y controla bien! -la vieja radio a válvulas sobre la mesa con el volumen muy bajo; Muñoz, relata, don Pepe no la escucha.

-¡Caballero quiere vestir elegante y distinguido, un traje a su medida, Casa Rizzo el as de la tijera! -los ciclistas transitan la recta opuesta, Rolando Narciso agacha su cabeza calva, los músculos de sus piernas se tensan, la bicicleta se desliza con una velocidad increíble, es liviana, una pluma, está sorprendido, es bárbara.

-¡Su Paperino lo espera en Casa Meypa, la moto del futuro! ¡Panadería La Equidad!; el petiso Conti, un amigo que aquí lo visualizo y saludo, le llevará el pan calientito a la puerta de su casa, patrona. El panadero con un gesto le devuelve la atención.

-¡Allá vienen, allá vienen! -gritó el público, los corredores han doblado y enfilan por la recta principal.

-¡Aquiles, el eterno Aquiles, comanda el pelotón, Impala, su compañero de equipo, le cuida la espalda; los siguen el Claro Cottini, atrás, su hermano Tarcisio, Cucaracha para todos; marchan bien los lecheros, después viene Jesús Domínguez, siempre firme con su piñón fijo, en tenaz persecución, el Nato Becerra, atrás de este Luisito Uturriaga, ganador de la última edición; luego muy juntitos vienen Mediasuela Jiménez y el Ladrillo Minervino, representante de Chacabuco... cierra el pelotón el Pelado Rivero.

Si una virtud tenía el Pepe, era lo claro y ligero que transmitía, habilidad de nombrar a todos los integrantes del pelotón sin equivocarse nunca en los puestos que cada uno llevaba al cruzar frente al palco. Tanta era su seguridad que los organizadores recurrían a él cuando había duda en alguna clasificación final. Y ya se había hecho costumbre pues el planillero oficial, don Prudencio Dell’ Gesso, no solo estaba viejo, sino que a causa de las cataratas estaba prácticamente ciego, y por el respeto a su larga trayectoria no lo desplazaban del puesto.

Sin grandes variantes transcurrieron las primeras vueltas. Pepe alternaba transmisión y publicidad, una cobertura muy profesional. Pero del partido, nada. Boca se iba con todo sobre el arco de Amadeo Carrizo. Muñoz, lo gritaba cada vez más fuerte, como para que Pepe lo escuchara. Pero éste no, seguía con la transmisión. Cuarenta segundos de relato, cuando pasaban frente al palco, un minuto de propaganda cuando los ciclistas transitaban la recta opuesta. Pero no aguantó más, perdió la paciencia. Entonces conectó la radio al equipo, y por los amplificadores, se empezó a escuchar la estridente voz del gordo Muñoz. El público lo recibió con una gran algarabía.

-Los anunciantes comprenderán, que me perdonen. En la quinta vuelta los hermanos Cottini se escaparon del pelotón y se mandaron a mudar. Van nueve minutos de carrera.

-¡Aquí pasan los Cottini, en punta! ¿Aguantarán el ritmo? Los persiguen, Impala, Aquiles, Luisito Uturriaga, el Omar Lomónaco, el Jesús, Ladrillo Minervino, Becerra, Gardenia, Mediasuela, De Biasi, Azcurra, Linares, el Pingüino Broggi, Chumillo, Crisanfulli, y... cerrando el pelotón el Pelado Rivero.

Y Rolando Narciso piensa, todo va bien, las gotas de sudor se deslizan por su cráneo brillante y mueren indefectiblemente en su pañuelo anudado.

Y en la repleta Bombonera: Primer tiempo minuto nueve.

-Pelotazo del Beto, para el pibe Pezzi, que lo deja solo frente a Carrizo, ¡tapa el arquero! -el gordo a voz en cuello, hace que los de River festejen a la distancia.

Rolando Narciso alarga las pedaleadas, la bici se desliza en la tierra, como pejerrey en la laguna. Se da cuenta que le sobra máquina, está tranquilo, no siente el esfuerzo, espera el momento.

Entran en la octava vuelta y los hermanos, abdican ante la tenaz persecución del pelotón, van catorce minutos de carrera.

-1º Uturriaga, 2º Impala, 3º Tonarelli, 4º Becerra, 5º Lomónaco, luego vienen el Aldo Chumillo, el Ladrillo, Gardenia, Jesús Domínguez, Claro y Cucaracha Cottini, Mediasuela, De Biasi, Azcurra, Linares, el Pingüino, el pibe Crisanfulli, y... cerrando el pelotón, el Pelado Revire, perdón Rivero.

-¡Catorce minutos, pared de Pueblas y Menéndez, toque para Valentín! ¡Ditro que queda en el camino, el brasileño en posición de gol, sale Amadeo lo engancha! ¡Penal! ¡Penal! ¡Claro penal! José María Muñoz le pone emoción a uno de los momentos culminantes del partido.

-No le quedaba otra al excelente arquero, era penal o gol. La pena máxima siempre da una posibilidad más. Enzo Ardigó y su criterioso comentario. Silencio total en el barrio.

-El mismo Valentín lo va a ejecutar. ¡Toma carrera, tiraaa... gol, gol, gol, goool de Boooca...! -por las bocinas se difunde el gol. ¡Goool de Boca! todos se llenan la boca de gol; nadie le presta atención a Aldo Chumillo, que ha comenzado a comandar la carrera.

¡Boca, Boca, Boca, para todo el mundo!

Es una topadora, su andar es firme y sostenido! Este grandote de gran porte y mucha polenta que es el Aldo, se ha cortado del pelotón y es el nuevo puntero. Veremos cuál será la reacción del resto. ¡Gana Boca viejo y peludo nomás!

Respira con ritmo, se siente bien, su corazón acelerado pero sin sobresaltos, le dice que esta es su carrera. Está último como de costumbre, pero en otras ocasiones ya las piernas le han aflojado. Hoy no, está entero. Rolando Narciso espera su momento.

-Fue un tiempo de poco fútbol, River no apareció. Sarnari no tuvo las luces prendidas, Delem deambuló por el medio campo sin poder hacerse de la pelota. Rattín y Gonzalito conduciendo a un Boca que, con más garra que fútbol, empujó dentro de su área a un River timorato y sin ideas. Merecido el uno a cero y el resultado no fue más abultado gracias al gran Amadeo, que como es su hábito siempre respondió con solvencia. Pero ya nadie escucha a Ardigó. Don Pepe ha bajado el volumen y comienza a ponerse al día con los anunciantes.

-Su Roma Sport está en Casa Carballeira. ¡Olvídese del carbón, la leña y el kerosén, sea moderna, patrona! Ahora, gas en garrafas en Casa Richelmini Hermanos.

El Aldo Chumillo les ha sacado más de trescientos metros de ventaja, siempre firme en el pedal -Bolzoni, transmite la carrera-.

Vuelta cuarenta y cinco, comienza el segundo tiempo, Aldo Chumillo pasa frente al palco oficial, lleva el pie estirado, a los pocos metros salta de la bicicleta, siempre con la pierna tensa, un calambre lo ha dejado fuera de carrera.

¡Se quedó el grandote, se quedó Chumillo!, ahora la punta es del Ñato Becerra, 2º Tonarelli, 3º Uturriaga, 4º Impala, 5º Minervino, 6º Gardenia, luego Lomónaco, De Biasi, Jiménez, Domínguez, Azcurra, Crisanfulli, Broggi, Linares, los lecheros Cottini que se van quedando, y... cerrando el pelotón, el Pelado Rivero.

-Este segundo tiempo no tiene nada que ver con el primero. River ha dado un vuelco total a las acciones. Delem se ha transformado en la figura del partido... se ha juntado con Pando y Sarnari y se han adueñado del medio campo. Enzo Ardigó comenta las vicisitudes del clásico. -Van treinta minutos; River está cerca del empate -los boquenses sufren, la carrera continúa.

-¡Uturriaga es el puntero ahora, el vasquito guapo! Van cincuenta vueltas, a este ritmo, llegarán a completar un total de sesenta. El Ornar Lomónaco se va para arriba, va a ser protagonista, el de Chacabuco también en franca avanzada, el Ñato no le da tregua -Pepe Bolsón comenta las vicisitudes de la competencia-. De estos cuatro saldrá el ganador, estoy seguro -ahora anticipa un pronóstico-. Luego vienen Aquiles, el Chiche Impala, Gardenia, Crisanfulli, Di Biase, Mediasuela, Azcurra, Broggi, Linares, Piñón Fijo, el Claro, el otro Cottini, Cucaracha ha abandonado y... cerrando el pelotón el Pelado Rivero. Faltan quince minutos de carrera y tendrá un desenlace de incógnita.

Pepe se prepara para transmitir un final emocionante.

Al partido también le faltan quince minutos.

-River dominador absoluto, Boca se defiende con garra y entereza, nada está definido, habrá un final de incógnita también -José María Muñoz, le pone cada vez más énfasis, para un final emocionante.

Ya pasaron las dieciocho y treinta. ¡Es el momento! Piensa Rolando Narciso. Solo depende de mí, una hora y media de carrera, y es como si recién hubiera largado, no he sentido el esfuerzo. Es la máquina, estoy entero. ¡Ahí voy! Hundió el pie izquierdo en el pedal y luego el derecho, y otra vez el izquierdo, agachó la cabeza, le puso toda su fuerza, le puso toda su alma.

Los tomadores de puesto se fueron preparando, tres vueltas más, y se cumple la hora de llegada. A la vuelta sesenta se define, ya no hay dudas. A Claro Cottini le pasó como un poste. Linares, Azcurra y Mediasuela, también fueron superados. Ahora Rolando Narciso busca a los punteros. Tengo aire, firmes las piernas, me sobra máquina. Sigue pasando rivales. ¡Esta carrera es mía! ¡Es mía! El pelotón enfila la última recta.

¡Ahí viene el pelotón, los corredores están por entrar en la última vuelta! ¡Última vuelta! ¡Campana de última vuelta! -grita don Pepe y clasifica-: 1º Uturriaga, 2º Lomónaco, 3º Becerra, 4º Minervino, 5º Gardenia, 6º Crisanfulli, y luego una sorpresa, Rolando Rivero, el pelado. Han quedado atrás, Aquiles, el Chiche, el Pingüino, Piñón Fijo Domínguez, Mediasuela, Azcurra, Linares y... cerrando el pelotón, el Claro Cottini. -Ha sonado la campana, los tomadores de puesto han clasificado, cotejan los puestos están de acuerdo.

El público se aprieta para ver -¡Un final ELECTRIZANTE! -enfatiza el relator-. El vasquito al frente, el Omar no le da tregua. Final abierto, nadie se pudo escapar del pelotón. Sorprendente lo del pibe Crisanfulli, en su avanzada, pero más sorprendente aún lo del pelado Revire, perdón, Rivero, que desde el fondo del pelotón se ha encaramado entre los punteros, pero lamentablemente no le va a alcanzar.

Nai Foino da tres minutos de descuento. Una eternidad piensa Pepe, pero mejor, la carrera terminará antes, la podré transmitir, luego disfrutaremos del triunfo de Boca, se consuela.

-Van cuarenta y tres minutos, este resultado se está haciendo insostenible para Boca, River carga con todo. Delem para Roberto, toque para Artime, que pisa el área, el Cholo Simeone se le tira atrás, ¡Penal!, ¡penal! -grita Muñoz, las bocinas aturden. Silencio helado en la tarde tropical del barrio.

Primero Crisanfulli y luego Gardenia, no le hacen resistencia en la curva opuesta. Faltan solamente ochocientos metros, ahora Rolando Narciso, va en busca de los punteros. ¡Es mía! ¡Es mía!

Pepe también Se quedó mudo. Ya estaba, dos minutos y ya estaba, se lamenta. Adiós campeonato.

Van por avenida República, las cabezas gachas, los lomos inflados, las piernas tensas, los corazones acelerados, nadie afloja. FINAL ELECTRIZANTE, al que ya nadie le presta atención, todos atentos a los parlantes que cuelgan de los árboles.

Última curva, último esfuerzo. Las gotas de sudor le bajan por la frente, el pañuelo se ha saturado, ya no las contiene, le arden los ojos. Los punteros están rueda a rueda; Rolando Narciso, media bici atrás. El pasacalle anuncia LLEGADA, es lo último que ve, cierra los ojos, aprieta los dientes. Va por la gloria. Uturriaga, Lomónaco, Becerra y ahora él también rueda a rueda.

Pepe los ve venir pero no reacciona, está totalmente compenetrado en el relato de Muñoz.

-Toma carrera Delem, tirooo... ATAJÓ ROMA! ¡ATAJÓ ROMA! Una explosión de júbilo y algarabía en el barrio. Don Pepe arrojó su sombrero al aire. Empezó a gritar como un energúmeno: -¡Atajó Roma! ¡Atajó Roma! Los cuatro ciclistas cruzaron la meta, pegados.

Los controladores se abrazaban entre sí, nada controlaron. Atrás el pelotón como un enjambre. Cuando le preguntaron a don Pepe, el partido había finalizado y contestó ¡Ganó Boca! ¡Ganó Boca! La decisión fue salomónica, clasificaron como pasaron en la vuelta anterior, la cincuenta y nueve. Coronaron a Luisito Uturriaga. Miguel Difeo, emocionado le entregó el trofeo. Nunca nadie supo quién ganó verdaderamente esa carrera.

¡Dale campeón, dale campeón! La barra de Boca, en una chatita de Ford ‘A’ embanderada de azul y oro, lenta y ruidosamente cruzaba por la plaza principal.

-¿Quién es ese?, ¿está loco?

Un pelado, totalmente desnudo, izaba su bicicleta en el mástil junto a la enseña patria.

-Es Revire, un tumbado, es corredor de bicicleta, un crudo, jamás ganó una carrera. Se volvió loco del todo.

La chatita siempre lenta y con su barra bullanguera se fue hacia el centro de la ciudad a completar los festejos. Las bombas estallan a lo lejos. Los últimos rayos del sol se reflejaban en su cuerpo lampiño y transpirado.

La ambulancia del Hospital Regional lo vino a buscar.

Este cuento está dedicado, a todos aquellos
que nunca ganaron y que siempre hicieron
deporte por amor a éste.

Libro: El fútbol chico y el fútbol grande (2003).

Milagro en Parque Chas - Cuento de Inés Fernández Moreno


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Aquella noche, las calles de Parque Chas me recordaban más que nunca el cementerio de La Chacarita. Esas módicas casitas de la calle Berlín o Varsovia, de ventanas estrechas y muros grises, se correspondían indudablemente con aquellas bóvedas de mármol y piedra del cementerio vecino. Unas casas un poco más reducidas al fin y al cabo, un poco más silenciosas, pero esencialmente iguales. Bóveda o casita, allí estaba la misma orgullosa clausura de la propiedad privada, el mismo persistente deseo de jardinete delante, de cantero florido, la misma respetuosa interdicción en el umbral. Hasta los enanitos de jardín y los perros de terraza mantenían su parentesco con ciertas figuras de vírgenes o de ángeles guardianes en lo alto de los mausoleos.

Admito que yo estaba deprimido.

Hacía pocos días que me había quedado sin trabajo y los brasileros nos ganaban uno a cero en la Copa América. Así me lo había dicho durante todo el primer tiempo la voz impiadosa del relator. Y así me lo seguía diciendo, a través del walkman, en los comienzos del segundo. Por eso, tal vez, aquella nube de pensamientos fúnebres se las arreglaba para trabajarme el ánimo, en segundo plano, pero en una unívoca dirección de melancolía y derrota.

Llegué hasta la avenida Triunvirato en busca de un quiosco abierto para comprar cigarrillos y me detuve frente a la vidriera de una casa de artículos para el hogar.

Un grupo de seis o siete hombres seguía las alternativas del partido a través de varias pantallas encendidas. Siempre me ha producido cierta desazón ver a esos solitarios, es fácil imaginarlos con hambre, con frío, sometidos a un deseo que se conforma con las migajas del confort. Pese a todo, en medio del abandono y la luz mortecina de la avenida, el grupo resultaba una isla esperanzada de humanidad.

Me paré detrás de todos y me dejé magnetizar como ellos por las imágenes mudas de la pantalla. Yo tenía la dudosa ventaja del sonido, con la voz del relator puntuando el movimiento de los jugadores. Es decir: los errores de nuestra Selección y el avance avasallante de los brasileros.

Súbitamente las luces parpadearon, las pantallas dejaron ver un último destello luminoso y después se oscurecieron por completo, dejándonos desconsolados y boqueando como cachorros a los que hubieran arrancado de su teta. No sé por qué razón, tal vez porque yo era el que había llegado último, todas las caras se volvieron hacia mí. Levanté los hombros, un poco desconcertado.

–Se debe haber cortado una fase, aventuré.

Me siguieron mirando. Yo de electricidad, sabía poco y nada.

¿Qué querían de mí?

Vamos, hombre, aclaró por fin un viejo de boina gris, diga usté, que está conectado, cómo va el partido.

Todos hemos tenido, de chicos, la fantasía de ser relatores de fútbol, todos hemos intentado alguna vez alcanzar la portentosa velocidad necesaria para seguir la carrera de una pelota y la de los jugadores tras ella. No lo niego. Pero verme lanzado así a relator, de buenas a primeras, era otra cosa.

Algunos avanzaron un paso hacia mí, no supe entonces si en actitud amenazante o más bien como buscando una mejor ubicación. Los miré. Vi en primer plano a un muchachito ojeroso envuelto en una bufanda verde, a un morocho corpulento de campera de cuero, a un hombre rubio de cara gastada con el diario doblado bajo el brazo...

Eran hombres abatidos, lo suficientemente castigados por los políticos, por la falta de trabajo, de esperanzas, por la torpeza de nuestra Selección y ahora, además, por ese corte inesperado que los dejaba otra vez afuera del partido.

Era un deber solidario agarrar esa pelota.

Empecé tímidamente a reproducir las palabras del relator.

“...recibe la pelota Aldair... Aldair para Ronaldo... sigue Ronaldo... sotana para el Tulu... ¡qué bien la hizo Ronaldo!... pasa mitad de cancha... pelota para Romario que está habilitado... se viene Romario... ¡ay, ay, ay!... ¡¡peligro de gol...!!”

Apenas iniciado el relato pude notar cómo las palabras, entumecidas al principio, se daban calor unas a otras, cómo se volvían resueltas y hasta temerarias –ya me lo había comentado un amigo que estudiaba teatro, la voz emitida públicamente se anima de otra fuerza, se enamora de su propio arrullo y termina haciendo su propio juego.

Fui casi el primer sorprendido cuando en lugar de cantar el poderoso gol de Romario con el que Brasil se ponía dos a cero, desvié unos centímetros la pelota en el aire y la hice pegar en el travesaño.

“...pega la pelota en el travesaño... –dije–, increíble, señores –agregué–, increíble... Argentina se salva por milagro de un nuevo gol brasilero.”

Mi tribuna suspiró aliviada y yo seguí adelante, sin vacilaciones.

“...viene el Zurdo... toca para Angelini... Angelini para Pedrete... Pedrete para Gonzalito...Gonzalito...Gonzalitoooo...”

La ofensiva argentina hubiera continuado limpiamente su avance si no fuera por Quindim, el central brasilero, un mulato descomunal que traba con Gonzalito, gana firme en la línea de fondo, y pone un pelotazo en el área argentina.

No resultó igual de fácil desviar la dirección en que rodaban mis palabras.

De manera que digo: “...Quindim traba fuerte abajo... tropieza, cae y sigue Gonzalito... ahora nadie lo para... se viene el mano a mano... tira Gonzalito y... ¡gooool! ¡¡¡gooooooooooool de Argentinaaaa!!!!... –canto– que se pone uno a uno con los brasileros... ¡¡¡Graaaande, Gonzalito!!!”, –apunto, ganado sinceramente por la euforia del empate.

Mi tribuna salta de alegría. El grito crece hasta estremecer la impávida quietud de Triunvirato.

El jubilado se saca la boina gris y la agita en un arco enorme, como si quisiera saludar con ella al universo entero. El pibe ojeroso de la bufanda se abalanza sobre la espalda del morocho, que lo agarra de las piernas y le hace dar varias vueltas a caballito. Más atrás un grupo de tres o cuatro se abraza y salta rítmicamente. Yo mismo corro hacia la esquina con los brazos en alto. Un motociclista, contagiado por el entusiasmo, se detiene en el semáforo y hace sonar su bocina.

El festejo se silencia apenas retomo el relato, pero persiste en los ojos brillantes y la actitud expectante del grupo.

Con un vértigo de angustia entiendo que todo ha quedado ahora en mis manos, en mi voz. Que puedo hacerlos caer nuevamente en el desconsuelo o hacerlos vivir momentos de gloria.

El frío se ha vuelto más penetrante y desde las pantallas de la casa de electrodomésticos me llega, como una advertencia, un guiño de luz.

Empiezo a desplazarme por Triunvirato hacia La Haya. Y ellos detrás de mí, siguiendo el hilo tenso de mi voz que consigna cada vez con mayor profesionalismo el increíble vuelco de la Selección argentina en el segundo tiempo.

Me basta con corregir apenas al relator. Cuando habla del avance seguro “de los brasileros”, digo “de los argentinos”; cuando dice “Bertotto se durmió en el pase”, digo “Branquinho se durmió”; cuando dice “uhhh, qué gol se comió el arquero argentino”, digo “uhhh, qué gol se comió el carioca”.

Una pareja que se besa lentamente en La Haya se suma a la hinchada. Un ciruja nos saluda con su linterna y echa a rodar su carro detrás del grupo. Un hombre que pasea dos perros salchichas por las veredas de Berlín empieza a seguirnos. Una mujer desmelenada, en pantuflas, corre por Varsovia y nos alcanza. Dos pibes que están fumando un porro en Amsterdam, también. Como en el flautista de Hamelin, el despliegue armónico y consistente de la Selección argentina resulta una música irresistible.

Llegamos al fin a la plaza Éxodo Jujeño. Aunque el verano ya ha quedado atrás, hay en el aire un recuerdo de jazmines. Dejo entonces de escuchar al relator, a aquel que sólo me hablaba a mí, con la voz soberbia y estridente de quien se cree dueño de la verdad. No lo necesito. Me irrita con su voz chabacana y sus goles mentirosos. Ellos, los de mi grey, sólo escuchan mi voz, ven a través de mis palabras, se elevan y gozan y temen pero sólo para volver a gozar porque, como nunca, la acción se ajusta a una estrategia inteligente y rigurosa: los delanteros atacan, los defensores defienden, los arqueros atajan.

Los errores brasileros, en cambio, se multiplican.

Equivocan los pases, se comen los amagues, se arman mal en la línea de fondo, erran dos penales imperdibles...

El equipo argentino se perfecciona, se vuelve imaginativo, deja jugadas –un caño, un taquito, un gol de media cancha– que podrán recordarse por años. Los goles, en esa fiesta de grandeza, son casi lo de menos y llegan con asombrosa puntualidad. Ganamos cinco a uno.

Ni la niebla que desciende sobre el parque, ni la pobre claridad de los faroles, logran opacar la alegría. Por el contrario, les confieren a los abrazos, a las camperas y las bufandas desplegadas, a las manos que se agitan, a los que caen de rodillas, se santiguan y se besan y cantan y bailan, una dimensión de misteriosa epopeya.

Parque Chas es territorio liberado, y lo ha sido por la vibración de mis palabras, por las imágenes que ellas han convocado frente a todos aquellos ojos.

La hinchada por fin se dispersa lentamente. Yo camino a la deriva. Voy como entre nubes, agotado, pero sereno y orgulloso.

Una lucecita, como una boya, me guía hasta el quiosco de Gándara y Tréveris, que ahora está abierto.

–Antes no estaba abierto –le comento al quiosquero.

–Las cosas cambian –me dice con filosofía–. ¿No vio acaso cómo terminó el partido?

Lo dice con una sonrisa que bastaría para iluminar el barrio entero.

–Todos lo vieron –digo yo, tratando de recordar su rostro entre los hombres de mi hinchada.

Después le cabeceo un saludo y sigo mi camino.

Lanzo hacia el cielo una bocanada de humo que se prolonga en una nube tenue de vapor.

En el techo de una casita gira locamente una figura oscura. Es una veleta. Un perro de azotea. Un ángel que festeja el milagro de Parque Chas.

Libro: Milagro en Parque Chas (1996).

¡Qué lástima, Cattamarancio! - Cuento de Roberto Fontanarrosa


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

—Va a venir el centro desde la punta derecha, es un infierno el área 18, arde el cuadro de rigor, Magrín entre los tres palos, empujándose Sabioli con García Mainetti. ¡Cuidado muchachos, cuidado muchachos! Si los ve el árbitro se van los dos para los vestuarios. Entraña serio peligro este tiro libre, sube Tomé, sube Romano, ahí también va Julio Esteban Agudelo en procura del centro, no respeta la distancia Omar Grafigna. ¡Qué cosa con Grafigna, siempre lo mismo! ¡Vamos Grafigna, un poco más atrás! Va a lanzar desde el flanco derecho Juan Carlos Marconi, el áspero marcador de punta de River Plate, se demora la maniobra. ¡Cabrini!

—¡Almaceri termina con el ruido de su motor! ¡Almaceri 348, el anticorrosivo líquido amigo del motor de su coche! ¡No lo olvide! Búsquelo en...

—¡Un momento, Cabrini! Vino el centro, saltó un hombre, un cabezazo, rebota el esférico, sale del área, surge Peñalba, otro golpe de cabeza, va al suelo Tomé, nuevamente Peñalba llega, cruza, pelea. ¡Un león, Peñalba! Salta Romano, cuidado, ahí está, le va a pegar... ¡Qué lástima, Cattamarancio!... Llegó, apuntó, midió, le metió un derechazo tremendo y la mandó apenas rozando una de las torres de iluminación, para ser más preciso la que da a espaldas de la Figueroa Alcorta.

—Se lo perdió Cattamarancio. Llegó muy bien a esa pelota alejada por Peñalba, le pegó de zurda y la tiró a las nubes. Lo habíamos dicho.

—Estaba el gol ahí.

—Estaba el gol.

—¡Qué bien, Peñalba! ¿No, Rodríguez Arias?

—Usted lo ha dicho, Ortiz Acosta. Excelente el uruguayo, un jugadorazo.

—¡Qué estampa, qué figura, qué manera de pararse en la cancha! ¿Sabe a quién me hace acordar, Rodríguez Arias? A aquél que fuera extraordinario fulback de Racing y nuestra selección... ahora su nombre no viene a mi memoria... ¿Cómo es que se llamaba? Que hacía pareja con Alejo Marcial Benítez, el «Sapo» Benítez, la misma forma de pararse, hasta el mismo peinado tiene, vea...

—¿Saúl Mariatti, dice usted?

—No, no, Cabrini. ¿Cómo era este muchacho? Que tantas veces luciera la blanquiceleste, averígüeme Cabrini; le digo más, atajaba Delfín Adalberto Landi para la institución de Avellaneda en esa época...

—Le averiguo, Ortiz Acosta.

—Y actíveme la comunicación con Petrogrado, Cabrini. En pocos minutos tendremos contacto con la ciudad soviética de Petrogrado, allá en la fría tundra del gran país socialista. En pocos minutos, señores. Se nubló sobre el Monumental de Núñez, qué feo se ha puesto el día, cayeron las sombras sobre el estadio de River, pero el público no deja por eso de vivir intensamente esta fiesta del deporte porque el fútbol es la pasión argentina dominguera que nos aleja al menos por un día de los problemas cotidianos, porque no sólo ya el hombre de la casa disfruta de este espectáculo sino que también las mujeres y los niños, la familia argentina plena goza de esta fiesta hebdomadaria y porque, ¡se animó el partido, Rodríguez Arias!

—Usted lo ha dicho, Ortiz Acosta. Se fue River arriba empujado por el temperamento, la fuerza y la petulancia de Sebastián Artemio Tomé.

—Con la pelota Ignacio Surbián, avanza el rubio mediovolante de la visita, cruza la línea demarcatoria de medio campo, pelotazo para el puntero derecho, no va a llegar, no va a llegar, no va a llegar y no llegó. No llegó Falduchi a esa pelota. Jugó un tiempo en Racing y luego pasó a Atlanta, si mal no recuerdo. El zaguero de la Academia cuyo nombre trato de recordar, luego de Racing pasó a militar en el conjunto bohemio, estoy casi seguro. Esa pelota se fue a la tribuna. Averígüeme Cabrini. Otra vez River en el ataque, ahí va Giménez, lo busca a López, pared para Giménez, se metió, se metió... ¡Qué fuerte salió Bermúdez! Va muy fuerte el misionero, algún día va a lastimar a alguien. Trabó abajo, le sacudió el tobillo al chico de la bandera roja, muy fuerte, muy fuerte el cuevero de San Lorenzo. Es para tarjeta.

—No tiene necesidad Bermúdez, es un buen jugador. Lo habíamos dicho.

—Yo no sé qué le pasa a ese chico. Se enloquece en el campo de juego. Y es un muy buen muchacho fuera de la cancha. De buena familia, buenos padres, hogar bien constituido, madre comprensiva. Pero no sé, adentro se transforma... ¡Cabrini!

—¡A correr, a saltar, a «Monigote» no le van a ganar! Ropa para niños «Monigote», la línea que lo aguanta todo. Otro producto diez puntos de la afamada marca.

—¡Un momento, Cabrini, que se va a ejecutar el tiro libre y hay sumo riesgo para la valla defendida por Guillermo Rubén Magrín, el muchacho de Tres Arroyos! Se forma la barrera con dos, tres, seis hombres, imponente esa barrera, una verdadera muralla, el balón descansa aparentemente tranquilo a unos... 23 metros del arco en línea casi recta al entrecejo del golquíper azulgrana.

—Lindo tiro para García Mainetti.

—Para García Mainetti o Giménez. Los dos le pegan bien. Por favor Cabrini, averígüeme. Este zaguero de Racing que le digo, también formó pareja con Anastasio Rico, un tres que pasó por Boca y que luego brillara tantos años en el fútbol colombiano. 

—¿Pablo Eleuterio Mercante?

—No, Mercante no, no. ¿Cómo se llamaba este muchacho? ¿Ya está la comunicación con Petrogrado? ¿Ya la tenemos?

—Todavía no, Ortiz Acosta.

—Va a tirar García Mainetti, hay peligro, hay peligro, aroma de gol en el estadio, atención, atención... ¿Cómo se llamaba este muchacho que jugaba con Alejo Benítez? Me parece estar viéndolo, alto, rubio, venía de Excursionistas. ¿No tenemos la comunicación con Petrogrado? Todavía no la tenemos, están haciendo esfuerzos los muchachos de la estación terrena de Balcarce, gracias muchachos, no es responsabilidad de ellos, hay peligro en este disparo, es problema de la estación receptora de Quito, Ecuador o tal vez del radioenlace de Ciudad del Cabo... ¿Ya lo tenemos, Cabrini?

—Un momento, Ortiz Acosta, nos informan desde...

—¡La pelota pegó en el palo, rebota, se salvó San Lorenzo, un bombazo, entra López, remata, pega en un hombre, cuidado, puede ser...! ¡Qué lástima, Cattamarancio! Llegó a la carrera ante ese rebote corto, le pegó de volea como venía y estremeció el Autotrol de un pelotazo... 

—Entró bien Cattamarancio, con el olfato clásico de los goleadores, se apuró a darle, le pegó con un fierro y abolló el cartel indicador.

—Lesionado Peñalba, Ortiz Acosta.

—Lesionado Peñalba, lesionado Peñalba. Quedó en el suelo Peñalba, atención esto puede ser importante, hombre fundamental en el esquema de San Lorenzo, está en el suelo, se toma la pierna...

—Pierna derecha...

—Pierna derecha, puede ser aductor, o gemelo, vamos a ver, averígüeme Cabrini, juego detenido, esperemos que no sea nada, corren los auxiliares. Este muchacho que hacía pareja con Alejo Benítez, luego de revistar en Atlanta, pasó al Cúcuta de Colombia cuando era técnico Isidro Mendoza, el «Colorado» Mendoza. ¿Usted no lo recuerda, Rodríguez Arias?

—¿El Pardo Sabina?

—No. No. Éste era rubio, alto, buen físico. ¿Cómo se llamaba este muchacho? Parece mentira, pequeñas trampas que nos hace la memoria, sigue el juego, ataca San Lorenzo, ataca San Lorenzo, se viene Grafigna, creo que el apellido empezaba con «hache», un apellido polaco o algo así, se tiró a la punta, busca el desborde Manuel Carrizo, muy veloz, la tiró para adelante y a correr, si la alcanza hay peligro, cuidado, cuidado... ¿Tenemos la comunicación con Petrogrado, ya la tenemos? ¡Tenemos la comunicación con Petrogrado, adelante don Urbano Javier Ochoa, desde Petrogrado, adelante don Urbano Javier Ochoa!

—... 

—¿Qué pasa?... Algo pasa... No se oye... ¿Se cortó?

—¿Ortiz Acosta?... Sí... ¿Ortiz Acosta?

—¡Don Urbano Javier Ochoa, Ortiz Acosta le habla desde el estadio de River, están jugando River y San Lorenzo, 15 minutos del segundo período y empatan sin goles, señor Ochoa!

—Muy bien... yo estoy muy bien, pero...

—El pueblo argentino quiere saber, señor Ochoa, quiere que nos cuente, cómo ha sido hasta el momento ese raid que usted está llevando a cabo a lomo de dos caballos argentinos, dos caballitos argentinos como fueran ya hace muchos años Gato y Mancha, frescos aún en la memoria y el orgullo de todos nosotros. Y que nos cuente además, señor Ochoa, cómo ha sido ese viaje que tras cruzar el Estrecho de Bering lo ha llevado a la tundra soviética, señor Ochoa... 

—Bueno, Ortiz Acosta, yo estoy...

—Los argentinos, quiero adelantarle, señor Ochoa, y perdone que lo interrumpa, estamos muy pero muy orgullosos y asombrados de que en esta época de los vuelos interespaciales y las comunicaciones maravillosas que nos unen con todos los confines más remotos del planeta, un hombre, un gaucho nuestro, se lance a la aventura de unir San Antonio de Areco con Stalingrado...

—Bueno, señor Ortiz Acosta, yo...

—Un momento, amigo Ochoa, un momento, acá lo dejo con Peñalba, recio pero leal cuevero de San Lorenzo de Almagro, quien en estos momentos se encuentra lesionado al costado del campo de juego y a quien ya, ya, nuestro colaborador, Miguel Horacio Cabrini, le coloca los auriculares y lo dejaconversando con usted. Explíquele a él las características de esos dos maravillosos caballos argentinos que lo están llevando a usted por todos los rincones del mundo proclamando a los hombres de buena voluntad el firme e indoblegable temple de los jinetes de nuestra tierra.

—Cómo no, señor Ortiz Acosta, pero yo...

—¿Cómo le va, señor Ochoa?

—Bien, bien, yo querría...

—Bueno, acá el partido se ha puesto un poco duro, yo recibí un golpe en la canilla, creo que fue al trabar con el ocho de ellos, no hubo mala intención, son cosas que suceden en el ardor del juego...

—Sí, por supuesto, amigo... ehh...

—Peñalba, Eber Virgilio Peñalba.

—Sí, amigo Peñalba, yo no tengo el gusto de haberlo visto jugar a usted porque cuando yo salí de San Antonio de Areco, hace ya de esto unos...

—¡Ochoa! ¡Don Urbano! Ortiz Acosta le habla... ¿Está muy frío allá?

—¿Acá? Bueno, señor Ortiz Acosta, el problema en estos momentos no es tanto el frío, usted sabe que...

—Porque yo recuerdo que cuando fuimos con la selección argentina, hace unos años, hacía realmente mucho pero mucho frío...

—Bueno, sí, es cierto, señor Ortiz Acosta, pero...

—Lo dejo de nuevo con Peñalba, señor Ochoa, explíquele a él, por favor, el efecto que ha causado ese clima tan duro, tan difícil de sobrellevar, en los dos caballitos argentinos que le están posibilitando a usted ingresar por la puerta grande de la historia de la hípica nacional.

—¿Cómo le va, señor Ochoa?

—Bien, amigo Peñalba, como le decía al amigo...

—No. No habla Peñalba, yo soy Escudero, el masajista de San Lorenzo. Peñalba ha vuelto a jugar y me pasó los auriculares...

—Mucho gusto, señor Escudero, yo...

—¡Don Urbano, don Urbano! Ortiz Acosta lo interrumpe, dígame, usted con esa proverbial memoria del criollo de nuestra tierra que lo hace recordar hasta los más mínimos detalles ya sean históricos o geográficos, y ahí está el ejemplo siempre presente de los baqueanos, yo le quería preguntar, don Urbano, si usted no recuerda el nombre de aquel zaguero que hiciera pareja con Alejo Marcial Benítez en Racing, que luego fuera transferido a Atlanta, allá por el año...

—Bueno, amigo Ortiz Acosta, para serle sincero yo...

—Tal vez estoy abusando de su sapiencia, don Urbano...

—No, lo que pasa es que yo quería contarle algo que...

—A ver... ¡Un momentito, don Urbano, un momentito! Creo que ya tenemos comunicación con Tonopah, en el estado de Nevada, Estados Unidos de Norteamérica. Creo que ya la tenemos. Un momentito... ¡Sí, sí, adelante señor Santiago Collar desde Tonopah, Estados Unidos de Norteamérica, adelante!

—Buenas tardes, Ortiz Acosta.

—¡Buenas tardes, buenas tardes, amigo Collar, aunque para ustedes, calculo debe ser ya de noche en el gran país del Norte! ¡Señor Collar, lo voy a poner en contacto con un gaucho argentino, un criollo de ley, que en estos momentos está cumpliendo un raid, una verdadera hazaña a lomo de dos caballos argentinos y que habla con usted desde la ciudad de Petrogrado en Rusia! 

—Cómo no, señor Ortiz Acosta, será un placer para mí y además...

—Atención en Petrogrado, don Urbano Javier Ochoa, lo dejo conversando con el señor Santiago Collar, un relevante ingeniero argentino que se encuentra trabajando en los yacimientos carboníferos de Tonopah, Nevada, 150 metros bajo tierra. El ingeniero Collar es presidente de la «Peña Argentina Amigos de Radio Laboral» agrupación formada totalmente por mineros compatriotas nuestros que están trabajando allá en esas formidables vetas carboníferas y que se reúnen religiosamente, don Urbano, para escuchar los encuentros de fútbol que Radio Laboral les hace llegar hasta las oscuras profundidades del socavón. ¡Adelante, adelante ustedes, señor Santiago Collar, desde Tonopah! 

—¿Cómo le va, señor Ochoa? Es para mí una gran emoción...

—Perdón. Escudero lo escucha, señor Collar, el masajista de San Lorenzo.

—Mucho gusto, señor Escudero, bueno, sería interesante si yo pudiera hablar con el señor Ochoa, allá en Rusia...

—¡Adelante, señor Ochoa desde Petrogrado, adelante!

—Bueno, amigo Ortiz Acosta, lo que yo quería comentarle desde acá, desde Petrogrado, es que está sucediendo algo extraño. La gente acá está muy asustada, ha habido varias explosiones atómicas, han caído misiles sobre muchas ciudades rusas, se habla de un ataque nuclear norteamericano, y a decir verdad, señor Ortiz Acosta, yo también estoy bastante asustado, mis animales están nerviosos, no se sabe bien qué pasa...

—¡Qué pena, don Urbano, qué pena, qué pena que nos da todo esto que usted nos cuenta, realmente nos aflige como argentinos, esa situación que usted está viviendo ante la intemperancia que reina en algunas regiones del mundo por las cuales usted está transitando como verdadero símbolo de paz, don Urbano! ¡Qué pena que ocurran estas cosas, gente que no sabe disfrutar un domingo en paz, tranquilamente!

—Sí, amigo Ortiz Acosta, se dice que el aire está contaminado...

—¡Un momentito, un momentito, don Urbano, que acá avanza River, puede haber peligro, se van en contraataque el conjunto de la banda roja, entró al área Menegussi, midió, tiró, la pelota cruza frente a los palos, llega el once, cuidado...! ¡Qué lástima, Cattamarancio! Solo frente a los palos la quiso reventar y en lugar de tocarla la fusiló sobre la bandeja alta...

—Es de no creer, Ortiz Acosta. Con todo el arco a su disposición, el wing izquierdo millonario la tiró a cualquier parte. Lo habíamos dicho.

—¡No quiera creer usted el gol que perdió Cattamarancio, amigo Collar, allá en Estados Unidos! ¡Adelante usted!

—Gracias Ortiz Acosta, yo quería aprovechar la posibilidad que tan gentilmente nos brinda su emisora, porque aquí a mi lado se encuentra ni más ni menos que el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Acá está sucediendo algo terrible, señor Ortiz Acosta, ha habido un ataque nuclear soviético, muchas de las grandes ciudades están destruidas, el presidente de los Estados Unidos, junto a algunos otros hombres de gobierno, se ha refugiado acá, junto a nosotros, bajo tierra, y me piden, dado que todos los otros medios de comunicación parecen estar inutilizados, si aprovechando la presencia de don Urbano en Rusia, no se podría hablar con Moscú y resolver esto, que parece haber sido un gran error.

—Por supuesto, no habrá problemas, señor Collar. Dígale al presidente que espere un momentito, enseguida estamos con él... ¡Cabrini!

—¡Un resplandor de frescura en la garganta! ¡«Marcador», el masticable que se anotó un golazo en el gusto del hincha argentino! ¡«Marcador» quita la sed, quita las ganas de fumar, baja la presión arterial!

—Enseguida estamos con el ingeniero Collar y el presidente de los Estados Unidos, apenas venga este tiro de esquina, una de las últimas posibilidades de empatar para la divisa azulgrana. ¡Qué pena, qué pena esto que nos cuentan tanto el ingeniero Collar como don Urbano Javier Ochoa desde el exterior! ¡Cómo hubiésemos querido no tener que escuchar estas cosas, estas muestras de intemperancia! Tal vez así sepamos apreciar un poco más, señores, lo que estamos viviendo acá, en cancha de River, una verdadera fiesta popular en un marco de corrección y tranquilidad que no siempre sabemos valorar en la medida que se merece...

—¡Señor Ortiz Acosta, señor Ortiz Acosta! Collar lo llama, por favor, Ortiz Acosta...

—Un momentito, amigo Collar, un momentito, viene el córner, ya lo vamos a conectar con Rusia, veremos la posibilidad de contactar a ambos presidentes, sería muy interesante una charla entre los presidentes de ambas instituciones, no sabemos si habrá tiempo porque acá sigue el partido a ritmo vertiginoso y la acendrada rivalidad de este clásico de todos los tiempos es un tema excluyente de cualquier otro, máxime cuando se trata de hechos tan desagradables como los que nos han contado, va a venir el córner, atención, en todo caso grabamos la emisión desde los EE.UU. y la pasamos mañana en nuestra polémica de los lunes, entra Marcilla... 

—¡Ortiz Acosta, Ortiz Acosta!

—Sube también Julio Jorge Tolesco, hay un micrófono de campo abierto, es la última oportunidad quizás para San Lorenzo, vamos muchachos, se está poniendo muy fea la tarde, el cielo se ha puesto de un extraño color verde, es raro esto señores, el cielo de un color verde, un verde que nos hace acordar que tenemos un llamado desde cancha de Ferro, atención Ferro, cuando venga el córner estamos con ustedes, viene el córner, entra Tolesco, salta Cattamarancio...

Libro: Puro fútbol (2000).

A los 27 minutos - Cuento de Rodolfo Braceli


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

No se sabe cuál es el nombre del coco Morales, porque todo el mundo desde siempre lo llamaba así: el Coco.

Bien, El Coco Morales era camionero y mecánico de su camión. Desde el departamento de Rivadavia, en Mendoza, trasladaba vino en tanques. Lentísimos viajes que duraban las horas de un día entero y de medio más.

A esa monotonía de las rutas, especialmente cuando lo invadía el sopor de la siesta o el temible sueño de ciertas horas de la madrugada. El coco Morales la afrontaba relatando dramáticos partidos de fútbol. Instalado sobre la visera de su camión, tenía un micrófono que se había fabricado a partir de un colador en desuso.

Para sus transmisiones, había armado su propio campeonato. Las alternativas de ese campeonato digitadas por él, no coincidían con las del campeonato real. En cierta forma, el coco Morales era el Dios de esos torneos. El equipo de sus amores, Independiente de Avellaneda, siempre estaba prendido entre los punteros y ganaba por lo menos un campeonato de cada tres.

Un día de marzo del 79, el Coco estaba transmitiendo el segundo tiempo de un partido entre Vélez e Independiente. Se fue en una curva a un par de kilómetros antes de entrar a Rufino, su camión quedó con las ruedas mirando el ciclo estrellado. La inmensidad del pasto fue redimida por el emocionante olor a vino derramado. A los 20 minutos nomás, llegó la ambulancia. El Coco todavía respiraba, pero estaba bañado en sangre e inconsciente.

Ya en la ambulancia la aplicaron oxígeno, abrió apenas los ojos y al ver la mascarilla la consideró micrófono, y sin más dijo: "Y el partido se suspende a los 27 minutos del segundo tiempo". Y cerró los ojos el Coco.

Podría ser más conmovedor el final de este relato si dijéramos que el coco murió diciendo: "Y el partido se suspende a los 27 minutos del segundo tiempo". Pero no fue así.

Una conmoción cerebral pasajera, seis puntos de sutura en la frente, un par de semanas de descanso y todo fue nada más que un susto. El Coco Morales volvió a la ruta con su lenta carga de vino imprescindible.

En su siguiente viaje, al llegar a la misma curva del vuelco, ahí en Rufino, tomó el micrófono y dijo: "Y el partido se reanuda a los 27 minutos del segundo tiempo".

Libro: De fútbol somos (2001).

Qué Grande! Ep. 19: Relatores

Cuentos emocionantes de relatos, y narraciones reales históricas. Emitido en vivo el sábado 16 de marzo de 2024 en Radio Comunitaria Quimunche.

Cuentos leídos
  • A los 27 minutos (de Rodolfo Braceli).
  • ¡Qué lástima, Cattamarancio! (de Roberto Fontanarrosa).
  • Milagro en Parque Chas (de Inés Fernández Moreno).
  • Atajó Roma (de Aldo Riera).

Relatos históricos

  • José María Muñoz: Argentina campeón del mundo 1978.
  • Víctor Hugo Morales: Argentina campeón del mundo 1986.
  • Bocha Houriet: Argentina campeón del mundo 2022.
  • Peter Drury: Argentina campeón del mundo 2022.
  • Fioravanti: Penal que ataja Roma a Delem.
  • Víctor Hugo Morales: Gol de Maradona a Inglaterra.
  • Marcelo Araujo: Gol de Palermo a River.
  • Mariano Closs: Gol de Martínez a Boca.
  • Rodolfo de Paoli: Penal de Montiel a Francia.

lunes, 11 de marzo de 2024

Se dice de mi - Texto de Felipe Pigna


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Cambios de modales 

Los relatos de la época solían ridiculizar los nuevos «modales» y «etiqueta» adoptados por la oligarquía en su afán modernizador, sobre todo en la pluma de autores que hacían gala de «criollismo» como el entrerriano José Sixto Álvarez, más conocido por su seudónimo de Fray Mocho. En estos casos, los personajes de los cuadros costumbristas solían ser mujeres de la antigua elite porteña, enfrentadas a sus congéneres más jóvenes. Así, en uno de sus cuentos, Fray Mocho relata la visita de doña Feliciana a su sobrina Mariquita, recién regresada de Paris, que se topa en la puerta con «un francés todo afeitado y vestido de fraque», que en lugar de dejarla entrar al comedor, «donde siempre acostumbraba a recibirme Mariquita», la mete en la sala («que a las tres de la tarde estaba ya con luz encendida y con todas las ventanas cerradas... («¿Creerás?»). La pobre Feliciana estaba por escaparse [...] cuando se aparece Mariquita en una de las puertas, de gran cola y me hace una cortesía a uso de minué... ¡Claro!... Corri a abrazarle diciéndole: «sí, soy yo, hijita», pero ella con una sonrisa seria en que solamente me mostraba el colmillo de un lado, me estiró la mano en silencio y con una frialdad que me heló, che, a pesar del calor...

Nos sentamos y naturalmente le pregunté por su esposo [...] Apenas me dijo que bien, preguntándome de paso por Mamerto... ¡Si vieras la cara que puso cuando le dije que todavía seguía con sus pobres pies! [...] Y después de esto, se estiró bien en el sofá y no me habló una palabra más... 

—Asi es la moda de ahora, Felicianita de mi alma [...]. 

—Mirà, m’hijita, ¿sabés una cosa?... Yo no creo que en Paris la gente sea como ésta que va y vuelve... ¿Qué querés?... A mi me parece que éstos toman por franceses a los maniquís de alguna tienda...

La «pobre obrerita» 

La contracara de la tilinguería creciente entre «las que volvieron de Paris» está en las mujeres trabajadoras, cuya síntesis se encuentra en unos versos de Carriego, titulados nada menos que «Residuo de fábrica»: 

Hoy ha tosido mucho. Van dos noches
que no puede dormir; noches fatales,
en esa oscura pieza donde pasa
sus más amargos días, sin quejarse. 

El taller la enfermó, y así, vencida
en plena juventud, quizás no sabe
de una hermosa esperanza que acaricie
sus largos sufrimientos de incurable. 

Abandonada siempre, son sus horas
como su enfermedad, interminables. 

Sólo, a ratos, el padre se le acerca
cuando llega borracho, por la tarde... 

Pero para decirle lo de siempre,
el invariable insulto, el mismo ultraje:
le reprocha el dinero que le cuesta
y la llama haragana, el miserable! 

Ha tosido de nuevo. El hermanito
que a veces en la pieza se distrae
jugando, sin hablarla, se ha quedado
de pronto serio como si pensase... 

Después se ha levantado, y bruscamente
se ha ido murmurando al alejarse,
con algo de pesar y mucho de asco:
—que la puerca, otra vez escupe sangre.. 

Libro: Mujeres tenían que ser (2012).

domingo, 10 de marzo de 2024

Qué Grande! Ep. 18: Mujeres

Poemas, relatos y canciones de mujeres y sobre mujeres. Mujeres del arte y de la historia, desde Alfonsina Storni y Juana Azurduy hasta Patto Martens y nuestras escritoras independientes. Emitido en vivo el domingo 10 de marzo de 2024 en Radio Comunitaria Quimunche.

Lecturas
  • Arde (de Miguel Gane).
  • La armadura (de Alfonsina Storni).
  • Se dice de mi (de Felipe Pigna).
  • Vaga-mundo (de María Irene Palacios).
  • Cipo (de Edith Galarza).
  • El piso de madera (de Annabella Rinaldi).
  • Ahora lo llaman "buylling" (de Mariel Clark).

sábado, 9 de marzo de 2024

Arena - Cuento de Alejandro Dolina


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Los paganos admitían la existencia de divinidades toscas, imperfectas, chapuceras.

Los dioses no sólo estaban sujetos a toda clase de vaivenes éticos sino que también cometían numerosos errores en el ejercicio de su profesión: creaban universos endebles, se dejaban engañar por los humanos, desconocían el futuro, fallaban en sus cálculos.

Las grandes religiones monoteístas acuñaron la idea de la infalibilidad divina, de un poder sin grietas.

No es nuestro propósito ejercitarnos ociosamente en la lógica para entretenernos con esas paradojas que tanto divierten a los gandules agnósticos. Ahorraremos al lector la modesta perplejidad de pensar si Dios es capaz de crear un objeto tan pesado que él mismo no pueda levantar.

Sin embargo, la historia de la arena comienza con una distracción de un Dios omnipotente.

Las tradiciones islámicas dicen que, habiendo finalizado la creación, el Señor advirtió que faltaba la arena. Grave defecto, si bien se mira. Los hombres estarían privados de la deliciosa voluptuosidad que sienten al caminar junto a los mares. El fondo de los ríos sería siempre ríspido, los arquitectos carecerían de un material indispensable, los caminos no podrían suavizarse, las huellas de los enamorados serían invisibles.

Dispuesto a remediar su olvido, Dios envío al arcángel Gabriel con una enorme bolsa de arena a que la desparramara allí donde fuera necesario.

Pero el Enemigo trabaja siempre para estropear la obra divina. Mientras Gabriel volaba con su carga inconcebible, el diablo le agujereó la bolsa. Esto sucedió exactamente sobre la región que hoy es Arabia. Casi toda la arena se volcó en ese lugar, de modo tal que las nueve décimas partes del país quedaron convertidas para siempre en un desierto de arena.

Advertido de esta catástrofe, Dios resolvió ofrecer a los árabes algunos dones compensatorios.

Les dio un cielo lleno de estrellas como no hay otro, para que miraran siempre hacia lo alto.

Les dio el turbante, que bajo el sol del desierto es mucho más valioso que una corona.

Les dio la tienda, que es mejor que un palacio.

Les dio la espada. Les dio el camello. Les dio el caballo.

Y les dio algo más precioso que todas las otras cosas juntas: la palabra, el oro de los Arabes.

Otros pueblos modelan en la piedra o los metales. Los árabes modelan en el verbo.

El poeta ( el chair ) es sacerdote, juez, médico, jefe. El poeta es poderoso: puede traer alegría, tristeza, encono. Puede desencadenar la venganza y la guerra. Puede matar con la palabra.

Los errores de Dios, como los de los grandes artistas, como los de los verdaderos enamorados, desencadenan tantas reparaciones felices que cabe desearlos.

Libro: El libro del fantasma (1999).

viernes, 8 de marzo de 2024

Teatro I - Cuento de Alejandro Dolina


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

En cierta época de la tragedia clásica, se entendía que el personaje que aparecía por la izquierda venía desde lejos. Contrariamente, el que entraba en escena por la derecha, venía desde un lugar cercano o vivía allí mismo.

Este código ahorraba una serie de trámites palabreros. El director teatral Enrique Argenti, enemigo profesional de los textos, soñó con extender estas convenciones, de suerte que con sólo asomarse o situarse en un lugar determinado el personaje revelara su condición, su pasado, sus propósitos y aun su futuro.

Para ello dispuso en el escenario un número adecuado de puertas, ventanas, sillas y pasadizos, cada uno de los cuales garantizaba un destino.

Había una puerta para los enamorados, otra para los traidores, otra para los maridos engañados. Por la puerta azul entraban los valientes, por la blanca los cobardes. Asomarse a la ventana más alta era informar que uno estaba loco, por la más baja miraban los mentirosos.

Había una silla para que se sentaran los que morirían jóvenes, y un sillón para los espías de un rey enemigo. Los delincuentes se paraban bajo una luz roja. Los delatores, contra un muro gris.

El futuro y el pasado correspondían a la derecha y la izquierda respectivamente. En general, todos los actores iban desplazándose hacia la derecha, conforme avanzaba la obra. Cuando alguien marchaba en sentido contrario, se comprendía que estaba recordando.

Argenti quiso ser todavía más audaz: lo dicho bajo la luz de un determinado reflector debía entenderse de modo metafórico. Las luces generales alumbraban el sentido literal. Tachos luminosos velados por distintas gelatinas anunciaban metonimias, sinécdoques, anadiplosis o epanalepsis. Velos transparentes colgando de las alturas flameaban sobre las familias que arrastraban una maldición. Las críticas a las autoridades eran señaladas por un gong cuyo sonido hacía estallar en aplausos a las muchedumbres opositoras de la platea.

Los diálogos se redujeron a lo imprescindible, y casi no era necesario ser actor para comunicar estados de conciencia. Bastaba con pararse en el lugar apropiado.

El público también decidió ubicarse en situaciones geográficas que denotaran su opinión. Quiero decir que no fue nadie.

Libro: El libro del fantasma (1999).