lunes, 26 de febrero de 2024

Cartas - Cuento de Sebastián Wainraich


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

Perdoname. Te voy a extrañar. Mucho. A mí me duele lo que pasó, me duele porque te quedaste sin trabajo y porque a lo mejor ya no nos veremos más. Y yo tengo gran culpa en todo esto, yo lo podría haber evitado. De nuevo te pido perdón, ojalá algún día te pueda ayudar de verdad.

Besos, te quiero, siempre te voy a querer

¿Qué otra persona que no fuera Carolina podría haber escrito esa carta? La leí cuando llegué a la esquina de la redacción y un sol espantoso que me pegaba en la nuca se vengaba de la tormenta del sábado a la noche. Había perdido todo. Todo lo que había tenido el sábado a la noche, cuando en la habitación del hotel Carolina me pidió que "no nos enamoremos". La lluvia se escuchaba, pero en ese momento era imposible pensar en otra cosa, pensar en que era la tercera vez que me mandaban a cubrir un recital y que yo tenia que estar ahí, si era mi trabajo, si era lo que me gustaba, si era para lo que había entrado a la revista. En la primera entrevista, Julio Barnes fue claro: "Ojalá un día escribas crónicas pero vas a empezar por cartas. Esta revista tiene un problema: los lectores no escriben cartas y quiero motivarlos. ¿Qué mejor si tenemos a un tipo que las inventa?" Me dijo lo que iba a ganar me pareció poco pero me dio culpa decirlo y entró Carolina a la oficina. Habló casi en secreto con Barnes y cuando se fue se produjo ese sagrado silencio en el que dos hombres se dedican a contemplar una pollera ajustada y después vuelven a verse a los ojos. Por suerte no dije nada. Alguien después me advirtió que Carolina era la mujer de Barnes.

Me adjudicaron un escritorio, una computadora y me pidieron que escribiera cuarenta cartas por semana para que se publiquen siete u ocho. Y empecé: imaginé a una señora que escribía que lo único que podia salvar a la Argentina era un Fidel Castro pero democrático. Me puse en la piel de un señor que contaba que estaba celoso del perro de su mujer. Al animal lo atendía le hacia la comida, lo sacaba a pasear, lo mimaba dormía la siesta con él. Escribí que un tal Agustín de veintitrés años tenía pesadillas todas las noches. En la última, él era un neumático de un auto de la policía que perseguía travestis. Se pinchaba y los policías lo cambiaban por la de auxilio y lo tiraban a la basura y unos perros callejeros 1o devoraban.

Algunas cartas gustaban y otras no. Carolina las leía y decidía cuáles se publicarían. Me aconsejaba, me criticaba y me decía que tenía pasta y que le recordaba a un novio que había tenido a los veintitrés. Ahora ella tenía veintinueve y yo tenía veintitrés. Barnes era separado, tenía dos hijos y un año atrás había festejado los cuarenta. Se lo veía cansado y estresado. Se lo veía forzando una juventud que empezaba a irse o que ya se había ido. Me decía: "Tenés futuro en la revista, de a poquito vas a ir creciendo". Y yo no confiaba, no confiaba en mí y tenía una teoría que pensaba que nadie me podía refutar: si hacía mal mi trabajo y la sección cartas no tenía repercusión, me mandarían con total justicia a la calle. Ahora, si hacía bien mi trabajo y los lectores mordían la carnada y empezaban a mandar cartas, la revista no me necesitaría y también me mandarían a la calle. Cuando le desarrollé la teoría a Carolina, se mató de risa. Fue un día a las siete de la tarde, cuando algunos fotógrafos se iban a cubrir eventos, algunos periodistas estaban cerrando notas y ella volvía a su casa y yo también. Me preguntó si me podía alcanzar a algún lado. Me podía dejar cerca o en la parada de un colectivo. Fueron tan agradables el viaje y la charla, que al final me llevó hasta mi casa. Nos despedimos rápido porque mi calle era algo silenciosa y oscura No la había elegido yo, pero como el departamento me lo prestaban y era la única oportunidad de vivir solo no pude decir no. "Me voy, no sea cosa que nos pase algo, ¿qué explicaciones damos después?", bromeó Carolina. Antes me tranquilizó, me dijo que si la sección cartas empezaba a funcionar genuinamente con los lectores, me pondrían en otra sección, me ascenderían. Me pidió que no me angustie: "Cuando empezás parece que todo es imposible, pero no. La mía es la típica historia. Era cadeta, después asistente, después desgrababa notas y recién después empecé a escribir. Y ahora soy esta especie de coordinadora de redacción. Y todavía me doy el lujo de escribir. Y te aclaro algo: mi relación con Barnes empezó después de que me nombrara coordinadora de redacción. Te lo aclaro, igual ya no me importa lo que digan. Yo sé lo que valgo y sé que mañana puedo dejar de ser la pareja de Barnes pero que si mi trabajo lo hago bien el puesto lo voy a conservar".

Carolina nombraba su pareja por el apellido Pensé una carta de una lectora que decía que nunca tenía intimidad con su marido porque se llamaban por el apellido. Enseguida censuré la idea, no me gustó Pero la dejé anotada porque podía ser disparador para otra buena de verdad. Todo el día pensaba en cartas. Cuando publicaron las primeras ocho, me sentí útil. A la segunda semana publicaron otras ocho y de a poco los lectores empezaron a escribir y Barnes me aclaró que yo tenía que seguir "al pie del cañón, hasta que se establezca la sección". Polemicé con lectores verdaderos, con lectores inventados, polemizaron lectores sin que yo me metiera. La sección se estableció. Y una tarde, a las siete, cuando Carolina me llevaba a casa, confesó: "No debería decirte esto, pero confío en vos. Sé que vas a aguantar hasta mañana y además que no tenés a quién comentarle lo que te diga. Bueno, preparate para la gran noticia. Mañana Barnes te va a ofrecer que vayas a cubrir un recital y que después escribas la crónica". Llegamos a la puerta de mi casa y nos dimos un abrazo. Le agradecí y ella me dijo "no hay por qué, vos lo lograste solo. Le dije a Barnes que se fijara en vos, pero si tus cartas eran malas, no te ofrecería nada". Nos dimos otro abrazo, éste más largo y más lindo. Me agarró miedo. La calle era algo silenciosa y oscura. Encima, lo que no había tenido en cuenta antes, los vidrios del auto polarizados. Carolina dijo otra vez: "Si nos agarran acá, abrazados, ¿qué explicaciones damos?". Yo le pregunté si ella le había contado a Barnes que de vez en cuando me llevaba a mi casa. "A veces le cuento y a veces no".

Al día siguiente, Barnes me ofreció cubrir el recital. Sería una prueba. La más importante de mi vida.

Escuché la discografía entera de la banda que se presentaba, leí reportajes que le hicieron al cantante, vi videos de sus recitales, llegué tres horas antes de que empezara el show. Me instalé en el sector prensa y estuve al tanto de todos los detalles. Era viernes y algunos amigos míos habían ido al recital y después se encontraban para cenar. Yo volví a casa y escribí la crónica en mi computadora. El lunes, Barnes la leyó y dijo que saldría publicada. Ese día era un día de locos en la redacción y Carolina se quedaba hasta tarde. Le dejé una carta en su escritorio en la que le agradecía los consejos y 1o que había hecho por mí. Le escribí "te quiero". A la noche me llamó a casa y me dijo que mi carta le alegró el día, que hacia un montón de tiempo que no le escribían una y que ella también me quería. Me hablaba bajito porque estaba en el baño y Barnes podia escuchar. "Creo que está durmiendo, pero está tan nervioso que a lo mejor se despierta con un ruido".

La crónica se publicó con mi firma. Me llamó mi mamá para felicitarme. Me la pagaron por más que hubiera sido a prueba y Barnes me dijo que el fin de semana cubriría otro recital. Sabiendo que podía contestarme no, invité a Carolina a brindar por todo lo que estaba pasando y ella me dijo: "Me matás de ternura". Esa frase arrastraba cierto aire asexuado, lo que me deprimió. Cuando me estaba llevando a casa, me preguntó si seguía en pie la invitación y le dije "por supuesto" y a los cinco minutos nuestras copas chocaban y nuestros ojos se miraban en un brindis sincero. "Mirá cuando empieces a crecer, seas jefe en la revista, te compres un auto y me lleves vos a mí". Alegres pero no borrachos llegamos hasta mi casa y sin pensar le di un beso en la boca. No preguntó "¿qué estás haciendo?", no dijo "estás loco". Mi calle era algo silenciosa y oscura y los vidrios del auto estaban polarizados. Nadie nos iba a descubrir.

Después de mi segunda crónica, Barnes me preguntó si me animaba a cubrir el recital de una banda española que venía a la Argentina y que tocaba viernes y sábado. Él era fanático de esa banda y me dijo que escribiría una columna pero que la cobertura del show sería mía. Barnes quería ir a los dos recitales pero sólo podia ir al del viernes porque el sábado tenía que viajar. El sábado ira yo. Barnes de viaje y Carolina sola. Pedí dos credenciales y la invité. Ella había visto el show el viernes pero "me gusta tanto que me encantaría ir de nuevo". Me pasó a buscar y frené mi impulso de invitarla a subir a casa. Estaba hermosa y era excitante verla fuera del ámbito de trabajo. Apenas subí al auto nos besamos como novios y ninguno de los dos dijo nada. En cada semáforo nos hicimos mimos y cuando estacionó, llegó otra sesión de besos inolvidables. Esta calle no era tan silenciosa y oscura como la mía, entonces fuimos a estacionar a otro lado. "Igual, con los vidrios polarizados no nos ve nadie", dijo y mientras ella buscaba un lugar más oscuro para dejar el auto, yo ya sabía que estaba enamorado, y ahora excitado. Como pude, porque estábamos en movimiento y la calle era empedrada, escribí en un papelito "quiero conocer tu ombligo". Le pareció cursi y hermoso. Propuso ir a otro lugar. "Después del show", dije. "Yo ya lo vi, hoy va a ser igual, puedo escribir tres crónicas si querés." Nos besamos, empezamos a tocarnos y no hubo manera de parar. Se largó a llover y el ruido del agua contra los techos tapaba los gemidos de otras habitaciones. Ella me pidió que "no nos enamoremos" y cuando terminamos los dos, juntos, felices, como nunca en una primera vez y como siempre en una película, la abracé y me pidió que me sacara el preservativo y que la abrazara más. Dormimos, afuera ya era diluvio y ella se despertó exaltada. Llamó a Barnes para saber si había vuelto. Volvería al otro día porque no quería viajar con la lluvia. Ni le pregunté dónde estaba. Encendimos las luces de la habitación, escribió la crónica del show y fue raro, me pidió que la corrija y que le imprimiera mi estilo para que nadie sospechara. Resulta que ahora yo tenía estilo. Terminamos la crónica, nos bañamos juntos, volvimos a la cama para tener un sexo menos ansioso y más largo. Después dormimos hasta el mediodía. Salimos del hotel, "el sol espantoso se está vengando de la tormenta", dijo y me llevó hasta casa. Yo estaba feliz y hubiera querido que subiera. Carolina se había entregado y había sido hermosa, supuse que también estaba enamorada pero su actitud era como si nada la afectara, como si vivir con Barnes y estar conmigo fuera lo más natural del mundo. En casa, me bañé solo y me pareció extraño. Después, pasé la crónica en la computadora y se la mandé por mail a Barnes. Dormí la siesta y era domingo, no me importaron los diarios, la gente, mi familia.

A la noche, tuve ganas de verla. De llamarla. De tocarla. De saber cómo estaba, cómo se sentía. Pero llamarla y que tuviera a Barnes al lado era feo. Rogué por favor que llamara ella, sabiendo que era imposible. Pero me llamó. "No quiero que estemos juntos nunca más", y explotó en llanto. "Me siento mal, horrible, con culpa. Soy una mierda. Lo cago a él y te cago a vos. No te puedo dar nada. Soy lo peor. No voy llevarte más a tu casa y en la redacción quiero que nos saludemos como dos compañeros normales. Por favor te lo pido. Así no puedo más. No aguanto más. Barnes volvió de viaje y ahora no sé con qué cara mirarlo. Tuve que bajar a la calle para 1lamarte, le dije que iba a comprar algo". Me desesperé y con torpeza le pregunté si quería que nos viéramos para tranquilizarla. Gritó "¡basta!", lloró un poco más y cortó.

Caro: ahora son las tres de la mañana y me parece imposible que un día vuelva a dormir. Quiero que sepas que nunca había estado enamorado. Ahora pienso en ayer, en esa noche. Dormir con vos, bañarnos, tu cara, abrazarte, tus tetas. Si vos me decís basta, no te voy a molestar más. Pero la verdad es que te quiero.

Escribir la carta me tranquilizó y saber que ella la leería al otro día mucho más. Me sentí cursi y optimista, dos estados puramente felices. Supe que tarde o temprano estaríamos juntos. Tomé un té, escuché música, apagué las luces y me dormí.

Me despertó el teléfono. Miré el reloj y eran las nueve. La hora en que algunos entraban a la redacción. Yo iría al mediodía para ver qué había pasado con mi crónica. Sonó el teléfono y atendí ansioso. Podría ser Carolina, que también entraba a la oficina al mediodía y hasta ese momento quería estar conmigo. Era Barnes. Quería que fuera urgente para la revista. Le pregunté "qué pasó" y me insistió para que fuera urgente. Apenas me lavé la cara, los dientes, me tomé un taxi. Cuando llegué, pasé a su oficina y estaban él y Carolina. Muy serios.

"¿Vos pensás que yo soy pelotudo?", me preguntó. Me quedé callado. "¿Qué pasó el sábado a la noche?". Miré a Carolina y ella miró un punto vacío. "No sé qué mierda habrás hecho. Pero me mandás esta puta crónica, encima bien escrita sobre el recital del sábado y dejás pasar el domingo y no te enterás de nada. Vivís en un puto frasco". Yo no entendía qué era lo que pasaba. Dije que no entendía. "No entendés porque sos un pelotudo". Barnes se paró y pensé que podia llegar a pegarme. Carolina dijo en voz baja: "E1 show del sábado se suspendió por la lluvia". Me puse colorado, transpiré y empecé a temblar. "Sos un pendejo de mierda, te doy la oportunidad y vos la desaprovechás así. Mirá si yo publicaba la crónica del show del sábado a la noche. De un show que no existió. No sé qué mierda habrás hecho el sábado, espero que haya sido algo que compense esta pelotudez que te mandaste. ¡Qué boludo! ¡Pero qué boludo! ¿Por qué no me dijiste que no podías ir el sábado? Ibas el viernes, ibas conmigo. Porque por la nota parece que fuiste el viernes, que el show lo viste. ¿Fuiste el viernes? ¿Fuiste? ¡Contestá carajo!" Dije que no. "Encima, sos hábil y conseguiste a alguien que fuera al show, que tome nota para que vos después escribas". La miró a Carolina. "La cagaste a ella también. No sólo a la revista, a mí y a vos. A ella también. Ella confió en vos. Ella me pidió que te dé una oportunidad. No sé si en otro lado te van a ayudar así tan rápido. ¡Sos un pelotudo! Te vas a morir escribiendo cartas".

Carolina se puso a llorar y yo también. Barnes entró al baño privado de su oficina. Me paré y cuando estaba saliendo, ella me dio la carta y me miró. Con un gesto me pidió que me fuera. Carolina abrió la puerta, yo me fui y nunca más volví a verla.

Libro: Ser feliz me da vergüenza y otros cuentos (2008).

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