Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
Una mañana de noviembre en la serena transparencia del domingo, discutian en la vereda un hombre y una mujer, como metáfora de una conversación universal.
-Yo necesito que me acompañes al cumpleaños de Graciela. ¿Cómo me vas a largar sola?
-Pero es un ratito nada más. Yo termino de jugar y caigo enseguida
-¡Siempre me hacés lo mismo! la gente piensa que estamos separados o que soy soltera.
-La gente siempre habla Cristina. Dale no me compliques. El partido es a las cuatro. Yo a las cinco te prometo que estoy ahí.
-¿Vos me estás cargando? ¿me tomas por estúpida? Me querés engrupir con que una hora dura un partido. Mirá Alfredo o me acompañas al cumpleaños o me separo.
Con mayores o menores tintes dramáticos, este revuelo es una constante en las parejas argentinas en las que uno de los integrantes (por lo general los hombres) establece con cierta preponderancia al fútbol, en sus listas de prioridades.
Sin embargo quiero intentar acá una pequeña defensa a favor de aquellos que alguna vez han sido víctimas de esa espada de Damocles que pesa sobre las cabezas y obliga a renuncias dolorosas.
La gente del fútbol no somos sólo gente ante del fútbol. Somos personas que nos involucramos con conciencia en la cultura popular, con los afectos, con las prácticas, con los sentimientos.
Nos angustian y nos alegran los temas cotidianos, como a todos.
Desde hace muchos años los escritores vienen dando batalla sobre esa idea infame de que el fútbol es cosa de ignorantes, de falsos pasionarios, de locos fanáticos.
No alcanzó con que Camus dijera que un campo de juego una representación de los grandes dramas y sentimientos de la vida. Ahí uno puede reconocer una cantidad inmensa de situaciones cotidianas y universales. El dolor, la tristeza, la angustia, la impotencia, la alegría, el amor, el odio.
Tampoco parecerían convencer a los escépticos, los escritos de Villoro en México, los de Galeano y Benedetti en Uruguay, los de Vicente Muleiro en España y Roa Bastos en Paraguay.
No alcanzó con los cuentos de Soriano, de Sasturain, de Fontanarrosa, de Dolina, de Braceli. No alcanza para esquivar la mirada descalificadora
A los serios pensadores de la alta cultura, no les bastó con Roberto Santoro y aquellos cuentos de la pelota, por eso tal vez, por esa cabeza tan genial, tan creadora, lo desaparecieron.
Los futboleros estamos atentos y preocupados por las grandes inquietudes existenciales del hombre.
Es una injuria gratuita considerarnos animales y brutos. Nuestra mirada es crítica, reflexiva y comprometida.
Los grandes temas de todos los tiempos nos preocupan y nos desvelan.
El tiempo, por ejemplo. Nos preguntamos por el tiempo. Tanto nos preocupa el tiempo que no sólo pensamos en la existencia de un tiempo único, inamovible como el que impuso la modernidad. Para nosotros hay dos tiempos, de 45 minutos cada uno.
Nos preocupa la economía, la inflación. Antes, un fútbol lo comprábamos por 30 pesos. Hoy por menos de $400 no conseguimos uno más o menos bueno.
Aunque no nos crean, sentimos que la realidad nos toca de cerca.
Nos tienen asustados el freno a las importaciones. No están llegando las remeras del Barcelona y del Manchester.
El medio ambiente, es una de las preocupaciones más grandes. Por eso para no romper el pasto, empezamos a cambiarlo por sintético, para no dañar este bendito planeta
Así vamos por la vida, los futboleros, enredados en la cultura popular. Atados a nuestra mirada tan redonda de la vida. Rogamos que la pelota se les escapa los chicos que juegan en la plaza para demostrar cómo le pegamos con tres dedos.
Miramos de reojo cuando en un picado, algún atorrante la para con el pecho y tira un sombrero.
Y aunque a un simple golpe de vista no lo parezca los futboleros somos seres con una imaginación ilimitada, capaces de ver un arco donde otros ven el marco de una puerta o ver el offside en el picado que jugamos en el living de una casa, o capaces de pergeñar un fútbol tenis en la terraza, o un veinticinco en la reja de la vereda. Los futboleros estamos capacitados para las grandes tareas del mundo, pues nuestra creatividad no reconoce techo. Capaces de jugar en equipo una marcadita en la habitación del tío Jacinto. O discutir hasta llegar a las manos por esa pelota rebelde que se fue por arriba de un travesaño imaginario.
A veces en la soledad de la cocina, cuando la madrugada envuelve la casa, levantamos con la derecha el globo que quedó del cumpleaños y somos capaces de contar cuantos golpes con la cabeza le damos, con soberana destreza.
Así somos...
Y vamos por un mundo que muchas veces no nos entiende, cambiando de ritmo, trotando y picando.
Un poco de carne y otro poco de cuero.
Libro: Fuerte al medio (2019).
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