martes, 9 de enero de 2024

Un fantasma en el baño (adaptación) - Cuento de Sebastián Wainraich


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

La pared del baño estaba rota. Mamá había mandado un plomero pero le pedí que se fuera, porque no tenía paciencia para poner atención en otra cosa que no fuera el partido. Salí del baño y llamé a Joaco. Le recordé que me tenía que pasar a buscar a las tres. 

- Faltan 18 horas -me dijo-. 

El siempre tan tranquilo, tan sereno, como si al otro día no nos jugáramos nada. Porque no era que nos jugábamos entrar a uno de esos octogonales inventados, no era que nos jugábamos un clásico o un campeonato, nos jugábamos mucho más. Nos jugábamos el descenso. Irse al descenso, es casi como ser menos hombre para los futboleros.

Joaco me pidió que lo dejara dormir y me quedé con el teléfono en la mano. Mi impulso me llevó a llamar a Paula. Cada vez que venía casa se llevaba libros y nunca me los devolvía. Igual la invité, tuve la esperanza de que el tiempo podría pasar más rápido junto a ella. Llegó a las diez. Y a las once menos cinco ya no teníamos nada para hacer juntos. 

- No te enojes Paula, estoy un poco mareado. 

- Pero cómo me voy a enojar porque estás mareado. Lo que sí te digo es que no es la primera vez que te mareas, deberías ir al médico.

- Fui, me dijo que no era nada.

- Entonces tenés que ir a otro. Me preocupa que te andes mareando tan seguido. 

¿Por qué Paula se iría y me dejaría mareado y solo? ¿Quién se iría y dejaría sola a una persona mareada? Ni yo haría algo así.

- Voy al baño.

- Esperá que te ayudo a que te levantes.

- Puedo solo.

- ¿Seguro?

- Seguro.

- ¿Vas a ir de cuerpo?

- No me gusta la expresión ir de cuerpo, me da rechazo. ¿Además de qué te sirve saberlo?

- Me importa. Mi abuelo, por ejemplo, se mareaba cada vez que le dolía la panza, ¿y sabes cómo terminó? Se murió.

- No digas así… Se murió.

- A vos no te gustaría que te digan que te moriste.

- Si estoy vivo, no.

- Es tan relativo estar vivo y estar muerto.

- No, no es relativo. Vos y yo estamos vivos. Tu abuelo no.

- En este tema nunca nos vamos a entender.

- Vení. Dame la mano.

- Sí, te ayudo para ir al baño.

- Puedo solo.

- Cualquier cosa, avísame.

- Está bien… No agarres libros. 

Caminé en zigzag para fingir el mareo y entré al baño buscando una solución. Sentado en el inodoro comprendí que la historia se repetiría.

- ¡Llevate los libros que quieras, mañana te llamo!

Dos libros menos era mejor que Paula en mi casa. ¿Pero por qué era difícil echarla? ¿Por qué le tenía que dar un par de libros a cambio? ¿Por qué siempre había que dar algo a cambio de una satisfacción? ¿Cómo formaría Cipo al otro día? ¿Se salvaría del descenso? ¿Qué debería dar a cambio para que no descendiera? 

Abrí la canilla para mojarme la cabeza, y un viento intenso me sacudió. Caí en el inodoro y golpeé la nuca contra la pared. Desde la rejilla alguien apareció en el baño. Estaba tapado. Era un manto negro y no se movía. Tenía dos aberturas a la altura de los ojos que expulsaban una mirada miserable, amenazante, tal vez triste. 

- ¿Qué busca, señor? -pregunté con temor y en voz baja para no llamar la atención de Paula-.

- A usted -dijo, también susurrando-.

- ¿A mí? -me exalté y confié en que el sonido que hacía el agua al caer en la pileta tapara las voces-.

- De alguna manera, sí.

- ¿De qué manera?

- Me presento: soy el descenso.

- ¿El descenso?

- Vengo a buscarlo, me va a tener que acompañar.

- ¿A dónde?

- No le puedo explicar mucho más.

- ¿Cómo que no?

- No, ya verá todo.

- Tengo derecho a hacer un llamado.

- Llame a quien quiera pero no tiene sentido.

Lo dijo apoyado contra la pared del baño y agregó:

- Esta pared pierde agua, amigo.

- No soy su amigo. Quiero saber qué hizo con mis amigos.

- Algunos están en mi casa. Otros están siendo trasladados para allá. El descenso es inevitable.

- Aquí tiene que haber un error, el campeonato no terminó.

El descenso se abrió el manto y mostró un chaleco donde llevaba las distintas tablas de posiciones. 

- Tienen que hacer una gran campaña, y usted y yo sabemos que eso es imposible. Hagamos todo menos doloroso. Y tome. Esto le va a servir, mapas para llegar a la cancha de Maronese, a la de San Patricio, a Plaza Huincul. Déselos a Joaco. Él maneja el auto cuando van a ver a Cipolletti de visitante.

- ¿Y usted cómo sabe eso?

- ¿Usted es gil? ¿No le dije que soy el descenso? Los vengo siguiendo desde hace un par de años. Tome los mapas. Alianza, Independiente y Roca no están, ya saben como llegar. La Amistad y Pillmatún son cerquita. Estúdielos usted también, por las dudas. Tal vez Joaco no pueda manejar.

- ¿Por qué? ¿Qué le pasó?

Paula golpeó la puerta del baño. 

- ¿Estás bien?

- Dígale que sí -me dijo el fantasma-.

- Estoy bien. Me voy a dar un baño de inmersión -dije levantando el tono de voz-. 

El descenso levantó el pulgar.

- ¿Querés tomar algo? -molestó Paula-. 

El descenso movía la cabeza horizontalmente.

- No Paula.

- Si querés tomar algo, me avisas por favor.

- Sí Paula, quedate tranquila…

- Si me hace caso, a ella no le va a pasar nada.

- No se haga problema por ella. Quiero saber qué va a pasar conmigo y con Cipo. Qué pasó con Joaco.

- Joaco está en mi casa, deprimido. No hay caso. No acepta la realidad.

- ¿De qué realidad me habla? ¿Una pelota de fútbol es la realidad? ¿Y el país? ¿Y las noticias? ¿Y la ecología?

- Yo me ocupo solamente del fútbol y no vine a discutir con usted. De hecho, aquí no hay nada en discusión. Vengo a cumplir con mi trabajo. Le recomendaría que no me agrediera, sería complicar aún más la situación. Tiene que acompañarme. 

- Espere, ¿conoce la historia de Cipo, usted? ¿Sabe que Maradona jugó en nuestra cancha? ¿Que le ganamos a Boca, a San Lorenzo?

- Ustedes son todos iguales, todos los hinchas de Cipolletti viven del pasado.

- Es que si no sabemos quiénes fuimos…

- No venga con sensiblería. Le repito, yo debo cumplir con mi trabajo. Sepa, vivo de esto, no tengo otra actividad, otra cosa no podría ser, no se computación, no sé inglés.

- Lo entiendo. Pero no va a lograr conmoverme. La historia de Cipo está en juego. Una forma de arreglarlo tiene que haber.

- No veo ninguna forma. Las posiciones dicen que Cipolletti pierde la categoría.

- Alguna forma de arreglarlo tiene que haber -repetí guiñando un ojo-.

- ¿Usted está intentando sobornarme?

- Sí. 

Paula golpeó la puerta otra vez.

- ¿Te falta mucho?

- No Paula, ya salgo.

- ¿Estás mareado todavía?

- Me siento mejor, el baño me hizo bien. 

- Sabía. Mi abuelo cuando se daba esos baños, se le pasaba el dolor, pero al final estaba tan viejito, pobre, que ya ni podía entrar a la bañadera, lo tendrías que haber visto. Pobre Nono, toda una vida laburando y laburando, para qué, para morirse pobre.

- Ya salgo, Paulita. Elegí algún libro para leer.

- ¿Qué me recomendás?

- Lo que a vos te guste.

- ¿Tenés algo de Soriano?

- Buscá Paula, buscá.

El descenso se sentó en el bidet y me miró fijo.

- Muy bien, supongamos que no lo llevo ¿Qué me da cambio?

- ¿Qué está buscando?

- Algo que sea mío, propio, algo que sea mío para siempre.

- Lo siento, pero nada es para siempre. Somos finitos, mortales, fugaces.

- Ah, pero usted es una frase hecha tras otra. Míreme bien, ¿usted quisiera ser mi amigo?

- ¿Amigo para qué?

- Claro, ¿para qué? Soy el pobre descenso, la gente no se comunica conmigo, algunos me ignoran, otros, como usted, intentan darme clases de vida. Si usted supiera, lo difícil que me resulta todo en la vida, las relaciones con las mujeres…

- A mi me pasa algo similar.

- Pero usted a primera vista parece normal. Sin embargo, míreme otra vez, ninguna mujer quiere ir con el descenso al cine, ninguna mujer quiere tener un descenso en la cama. Más aún ¿Qué mujer quisiera que sus hijos tuvieran como padre al descenso?

- Entiendo.

- No se si me entiende -dijo el descenso e intentó llorar en mi hombro-. 

Me paré por primera vez.

- Esto me sucede día a día, la gente se escapa.

- No crea que me estoy burlando pero a mí me pasa algo similar. Busco comprensión y la gente se escapa. De todas maneras, por lo que escucho, todavía no le sucede lo que a mí: cuando alguien me quiere dar comprensión, me escapo.

- No intente revertir la situación, aquí la víctima soy yo.

- Muy bien, estoy dispuesto a ayudarlo, siempre y cuando se vaya de mi vida y de la del Club Cipolletti.

- ¿Qué tiene a cambio?

- ¿Qué quiere? ¿Plata? 

- No, para qué quiero plata. Yo quiero afecto, comprensión, cariño, amor. Atrás de este descenso, hay un hombre que necesita una mujer.

Paula golpeó la puerta por tercera vez.

- ¿El de Soriano trae “El penal más largo del mundo”?

- Fijate, Paula, no se.

- Está el índice borroneado, ¿por qué no cuidas más los libros vos, nene?

- Ahora salgo y me fijo, sino hojeá el libro y te vas a dar cuenta…

- ¿Ve? -me preguntó el descenso-, usted tiene con quién hablar, con quién compartir momentos. ¿Sabe lo que yo daría porque una mujer me molestara?

- ¿Y si se la lleva?

- ¿A quién?

- ¡A Paula!

- ¿Cómo?

- Claro, a cambio de que no se lleve a Cipo, le doy a Paula.

- ¿Y ella va a querer?

- ¿Qué importa lo que ella quiera? O acaso algún equipo quiere descender.

- No. Pero estamos hablando de una mujer.

- Con más razón, Paula tiene menos historia y menos convocatoria que Cipo.

- Eso es cierto.

- ¿Entonces?

- Por cómo usted la trata a Paula, no parece ser un buen negocio, no sé si debería confiar.

- ¿Pero usted no quería una mujer, alguien con quién charlar, compartir momentos?  Con Paula va a poder hacerlo.

- ¿Y si me arrepiento?

- La abandona.

- Por favor, no se ría de mi. Nunca estuve con una mujer. No sé cómo abandonarlas. 

- Yo tampoco lo se. Nunca pude abandonar a ninguna, me da culpa, siento lástima, pienso que si dejo a alguna mujer se va a vengar de alguna manera. Me pregunto quién soy para abandonar a alguien.

- ¿Y entonces?

- Hago cosas para que ellas me abandonen a mí.

- ¿Qué tipo de cosas?

- Según la mujer. Algunas me abandonan cuando me enamoró de ellas, otras cuando no me comprometo.

- ¿Usted que recomienda?

- Nada, yo no puedo recomendar nada. Quiero terminar esto ya. No lo quiero usted en mi baño, no la quiero a Paula en mi casa, ¿se la lleva o no?

- ¿Y cómo me la llevo?

- ¿Eso no lo resuelve usted?

- Sí, yo lo resuelvo, yo voy a poder solo. Escuche bien, ahora me voy a esfumar, apareceré por su cuarto como lo hice aquí en el baño,

- Quiere decir que libera a Cipo, libera a Joaco, y al resto de los hinchas.

- Sí. Libero a Cipolletti y a todos sus hinchas. Pero esto es un secreto. Mañana ganarán 1 a 0, y se salvarán de perder la categoría. Usted sufra durante el partido, festeje al final como un inocente hincha. Confíe en mí.

- Lo haré.

El descenso se paró, me tendió su mano. Me estaba convirtiendo en el primer hombre que mandaba una mujer al descenso.

- Tiene la mano mojada.

La apoyé en la pared.

- Debería arreglar este caño, le dije que perdía agua.

- Hoy vino un plomero, pero no le tuve paciencia y lo eché. Venía de parte de mi mamá.

- ¿Usted tiene mamá? ¿Cómo es tener mamá?

- Mi mamá es Éditions Mame.

- ¿Édition Mame? ¿Como las de las películas? ¿Las de los chistes?

- No, la mía real.

- Me hubiera gustado tener una mamá ¿Y si me llevo a Paula y a su mamá, y por diez años le juro que Cipolletti no desciende?

- Lo lamento, pero debo decirle que no, mamá y Paula no son compatibles.

- Sin embargo, las dos están en su vida.

- Por eso le digo. Mejor lleve a Paula. Mi mamá es intransferible, es mía.

- Entiendo.

- Muy bien, buena suerte descenso. Antes que se vaya, quiero quitarme una duda, ¿cómo hace para esfumarse y aparecer en cualquier lado?

- Su duda es la duda de muchos, hoy haré una excepción y le responderé ¿Usted cree que lo del fantasma del descenso es un lugar común de los periodistas deportivos?

- Sí.

- Ahora sabe que no, mire usted.

- Muy bien descenso, ojalá le vaya bien con Paula, no le preste libros. Tomándome un atrevimiento le hago, ahora sí, la última pregunta: ¿Le podría pasar una lista de equipos que quiero que se lleve?

- No abuse.

Le quise dar la mano otra vez, pero un viento fuerte me volvió a sacudir, caí sobre el inodoro, y golpeé la nuca contra la pared. El descenso ya no estaba en el baño. Decidí esperar. Me miré de reojo en el espejo. Imaginé que tal vez yo podía arreglar el caño roto. Imposible. No sabría identificar cuál era el roto. Cerré la canilla. Y no oí ni conversaciones, ni gritos, ni ruidos ni nada. Salí del baño. Mi casa era un desierto. Entré a mi cuarto y controlé mis libros uno a uno. Estaban todos. Me tiré en la cama a descansar, no pude. Estaba ansioso. Entonces abrí el grupo de whatsapp de mis amigos, y Joaco, Maru, Leo, y Ariel estaban muy tranquilos. Muy serenos. Como si al otro día, no nos jugáramos nada.

Adaptado para Radio Quimunche de Las Perlas, Río Negro, en enero de 2024.

Original del Libro: Estoy cansado de mí y otros cuentos (2005).

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