miércoles, 24 de enero de 2024

La partera de Maradona - Cuento de Rodolfo Braceli


Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.

En ese vértice del almanaque que abrocha un año con otro, cuando brindamos y nos abrazamos y nos besamos y nos ponemos momentáneamente buenos, Dalma Salvadora Franco, la Tota, le dijo a su esposo, Diego Maradona, Chitoro; al oído le dijo:

–El próximo será varón. Te lo juro.

–Eso me dijiste la primera vez…

–… ya sé, y vino nena.

–Y la segunda vez…

–… y ya sé, también vino nena. Pero el tercero, Chitoro, sí o sí será varón.

–Será varón, Tota, si es que no nos viene nena.

–Te dije que será varón.

–Si nos sale nena yo la voy a querer igual. Vos sabés.

–Será varón. Y jugará a la pelota como diosmanda.

–Dios, Tota, no entiende un comino de fútbol.

–Bueno, si no entiende, que le haga un agujero a su nube, mire para abajo, y que aprenda de una vez.

Llovía sin piedad sobre los techos paupérrimos de las casillas en la Villa Fiorito de Lanús, provincia de Buenos Aires. Pero la Pierina cumplió: hacía dos semanas le había prometido que iba a estar a las seis de la tarde y allí estaba, ese 5 de enero, empapada, con el paraguas desfigurado. Era una partera de palabra. Apenas llegada, la Tota le alargó una toalla y un batón y se fueron a la única habitación, para poder hablar tranquilas. Era una conversación de grandes, y las nenas siguieron jugando debajo de la mesa de la cocina.

–Por Dios, Pierina: quiero que me venga varón. Varón y jugador de futbol y bueno.

–Tota, ¿bueno como persona o bueno como jugador?

–Las dos cosas: varón bueno y jugador buenísimo.

–Me imaginé que me ibas a pedir algo así. Pero hagamos de cuenta que no me dijiste nada. Y empecemos de cero. Respondéme con mucha atención, Tota, a cada cosa que te voy preguntando.

–Sí, Pierina.

­–Ustedes nunca fueron otra cosa que pobres… tienen dos críos, mirá que el mes es largo y cuesta mucho llegar a fin de mes, vos lo sabés bien…: realmente ¿querés nomás parir otra criatura?

–Claro que quiero.

–Y tu marido ¿está de acuerdo?

–Es un santo, mi marido: seguro que sí.

–Y al próximo: ¿lo quieren hombrecito u hombrecita?

–¡Hombrecito!

–Entonces, Tota, deberás mirar el sol cada vez que tomés agua.

–Miraré el sol todas las veces que tome agua. Pero ¿y de noche?

–Mirarás la nuca del sol, que vendría a ser la luna.

–Tomaré agua mirando la luna entonces.

–No es todo. Vos y tu marido, cada día deberán comer cosas que vengan de los árboles, de la madera.

–¿Para qué eso?

–Para que el venidero les nazca con palito.

La Pierina era una mujer con algunas lecturas; por ejemplo, eso de “para que el venidero les nazca con palito” se lo afanó anticipadamente a un poeta que iba a escribirlo tres años después en un libro que se llamaría El último padre. Pasan estas cosas. Y hay que decir, además, que la Pierina era una partera lúcida y gaucha, apta para “todo servicio”: más de una vez, con dolor en el corazón y en el alma, ayudó a abortar criaturas que iban a ser devoradas por la condena definitiva de la pobreza. No es de cristianos arrojar a nadie al hambre analfabeto, decía ella.

Parir un hijo como Jesús no fue fácil. Sólo una mujer pudo. Parir un hijo como el Che Guevara tampoco fue fácil. Sólo una mujer pudo. Parir un hijo como Diego Armando Maradona Franco, más que superdotado futbolista y hacia el junio de 1986 el humano más famoso entre todos los seres vivos del planeta, tampoco iba a ser fácil; para nada. ¿Iba a ser la Tota la mujer que podría?

La Pierina después un largo silencio pidió un té de carqueja ¡sin azúcar! y lo tomó despacio; estaba pensativa.

–Decíme, Tota, ¿estás bien bien bien segura que querés que el pendejo te salga futbolista y buenísimo?

–Y sí. Que sea buenísimo, el mejor de la villa.

–Mirá, si nos metemos en este baile tenemos que apostar muy fuerte. Ya que estamos intentaremos que sea el mejor de la villa y el mejor de la provincia y el mejor del país y el mejor del mundo y el mejor del siglo… y de paso, el mejor de todos los tiempos.

–Y bue, Pierina, ya que estamos. Yo dispuesta.

–Te aviso, metételo en la cabeza, esto no va a ser nada sencillo. Conseguir un pibe así te va a costar una güeva y la otra güeva también… Pero yo me vine bien preparada, Tota. Te anoté, mes por mes, lo que tenés que hacer. No podés saltearte nada. En cuanto te olvidés o no podás hacer algo, despedíte del pibe 10. Te vendrá un pibe 4 o 5 que jugará bonito, pero será uno más, como tantos, con pies redondos.

–No no no, yo quiero que sea El pibe 10, el mejor de todos los habidos y por haber.

–Eso es, Tota, el mejor de todos así en la tierra como en el cielo como en el infierno.

–Pierina, ¿no podemos evitar eso del infierno?

–No podemos: tierra y cielo incluyen infierno. Por el mismo precio eh.

–Bueno, haré toooodo lo que usté me pida. Digamé.

La Pierina dijo ahora sí cebame un par de mates. De pronto apretó el ceño mientras sorbía la bombilla sonora, cabeceando sugestivamente. Miraba el piso con gravedad, estaba escarbando las entretelas del futuro. Era muy partera porque se permitía ser pitonisa… Ahora su rostro se puso como esos cielos luminosos que sin aviso se oscurecen, cargados de presagios.

Concluidos los mates la Pierina alzó su silla y se ubicó frente a la Tota. Estaban rodillas contra rodillas, dispuestas a la complicidad.

La Pierina abrió por fin el cuadernito y empezó a leer con voz algo solemne:

–Para tener un hijo que como futbolista sea el más genial de los geniales, el más único de los únicos, tendrás que cumplir, mes a mes lo que aquí está escrito.

–Lo haré, seguro que lo cumpliré.

–Empecemos de una vez. Tota, en el primer mes, cada día, un ajo en ayunas.

–¡Un ajo!

–Un ajo. Caiga quien caiga.

–Y bueno, caiga quien caiga. Pero… ¿para qué el ajo?

–Para que este varón te venga sin pelos en la lengua. Un único entre los únicos tiene que decir siempre lo que le da la gana, así le moleste al faraón al presidente o al santo padre que tiene hipo en el Vaticano… Sigamos, que se nos viene la noche. En el segundo mes tendrás que dormir en el lado izquierdo de la cama, volcada sobre tu lado izquierdo. Esto, todas las noches y las siestas, siempre así. Siempre la izquierda eh.

–¿Pará qué eso?

–Para que venga zurdo. Sigo, atendeme. Al empezar el tercer mes tendrás que hacer tres días de ayuno: líquidos, todos los que querás.

–Pero voy a tener mucho hambre, Pierina.

–Y él también. Así él vendrá con hambre. Con hambre de gol con hambre de gloria con hambre de justicia… En el cuarto mes tendrás que prepararte, día por medio, un caldo que tenga acelga, apio, hinojo, rabanitos, calabaza, camote, ají verde, diez cebollines de verdeo, una cabeza de ajo… y pastito de ese que sale a la orilla del pozo de agua. Una olla entera de caldo.

–¿Y esto para qué?

–No sé, Tota. Pero vos hacélo. El día trece del quinto mes, exactamente el 13, deberás buscar una piedra bien redonda, que sea por lo menos del tamaño de un corazón humano… A la piedra irás a enterrarla en el medio de la canchita más cercana. Eso lo harás sola, sin ojos que te miren, a las tres de la mañana.

–Mi marido me podrá acompañar…

–Sola dije. Y sin que nadie se entere. Ni tu marido.

–Mire Pierina que yo nunca le oculto nada a mi marido.

–Tota, esta vez sí. No sé si me entendés.

Las recomendaciones para el sexto, séptimo y octavo mes no fue posible conocerlas porque la Pierina, vaya uno a saber por qué, se las dijo susurrando, al oído. Secretos de hembras. Secretos sellados, porque la hoja donde estaban escritas las recomendaciones de esos tres meses fue arrancada sobre el pucho y prendida fuego.

–Pierina, ¿quiero preguntarle algo?

–Preguntás demasiado.

–¿Por qué recién me habló al oído?

–Porque no quiero que él escuche.

–¿Él, quién? Si aquí estamos solas y con la puerta encerrada.

–No tan solas, Tota, siento que alguien nos está escuchando.

–Alguien… ¿quién?

–Te lo aseguro: yo siento que aquí adentro, aparte de nosotras hay… no sé, un periodista, un escritor, un coso de esos.

(Al escuchar esto me sentí descubierto: me encogí avergonzado, sentí que el rubor me quemaba el bigote…)

–Cebame otro mate –dijo la Pierina enseguida– pero antes cambiale la yerba. No me tinca el mate con gusto a enema.

Pronto el mate sucedió. Y después las dos mujeres, otra vez rodillas contra rodillas.

–Pierina, ¿podré cumplir con todo lo que me está pidiendo?

–Eso me pregunto yo: ¿podrás, Tota?

–Quiero poder.

–Vas a poder.

–Y en el noveno mes ¿qué tengo que hacer?

–Desde el primer día del noveno mes, deberás caminar descalza por las mañanas, cuando sol está asomando.

–Descalza ¿para qué?

–Para sentir que la tierra es la espalda del mundo entero. No se te olvide que tu hijo será mundial, ecuménico y planetario… barrilete cósmico…

–¿Barrilete cósmico?

–Se me hace que así lo llamará un día cierto relator que hoy todavía no imagina que será relator, porque recién anda por sus trece o catorce años de edad… Sí, descalza, cada día caminando por la espalda del mundo entero andarás…

–Eso no me costará nada. Me gusta andar descalza.

–Lo que te costará un poquito más, en la primera semana del noveno mes, será enhebrar una aguja...

–Eso es lo más fácil, lo hago sin dificultad todas las tardes de todos los santos días.

–… enhebrar una aguja deberás, pero con los ojos cerrados. Atenta; que sea la misma aguja que usás para pegar los botones de las camisas. No vale aguja de colchonero con ojo grande eh.

Y la Tota quedó nomás preñada a las casi tres semanas de ese encuentro con la Pierina. Se empezó a poner gruesa sin disimulo y con entusiasmo. Mes a mes fue cumpliendo una por una las recomendaciones. Hasta que llegó el crucial día de enhebrar la aguja con los ojos cerrados. Impaciente, lo empezó a intentar desde temprano: se encerró en su dormitorio, tomó aguja, tomó hilo y… creer o reventar: en el primer intento no pudo. Ni en el tercero ni en el décimo. Ahí se dio cuenta que estaba temblando. Ciega y encima temblando, ni en un año podré enhebrarla. Lloró en vos alta. Intentó tres, siete veces más, no pudo; desesperada le dio una patada a un olvidado ovillo de lana que estaba en el piso y el ovillo se metió justo por el ángulo de la banderola entreabierta. Alguien que pasaba por la vereda vio venir el ovillo en parábola y bramó ¡goooool carajo!

La Tota escuchó la palabra gol y brotó como resucitada de su creciente congoja y decidió decir gol en los próximos intentos para enhebrar la aguja.

No necesitó reiterar los intentos; ya en el primero sintió que el hilo había penetrado por el enormemente pequeño ojo de la aguja.

Sintió eso; lloró, pero esta vez en silencio, de pronto emocionada.

Y aquí fue que entró el marido y la encontró así. No se animó a interrumpirle el llanto, sólo se hincó y le besó el vientre y él también empezó a llorar bajito.

Dos días después, la Tota, sumamente embarazada, le estaba dando una mano a su marido. Él, empinándose desde una silla, trataba de cambiar una bombita de luz. Chitoro, qué te costaba hacerlo con la escal… No termina de decirlo y a él se le cae la lamparita. Ella interrumpe la caída con la rodilla; la bombita vuelve a subir y a caer, pero no se estrella en el suelo; ahí, ella, por así decir, la acampuja con el empeine y la lamparita va a dar a la mano asombrada de él.

–¿Alumbrará esta lamparita?–, dice él.

–Seguro que alumbrará–, dice ella.

Ella, después de cumplir al pie, al pie izquierdo de la letra, los mandatos de la Pierina, no imaginaba que su hazaña de la lamparita iba a ser una especie de yapa cósmica, que sellaría, como si fuera un antojo al revés, el destino mundial y único del ser que a las siete de la mañana del día siguiente iba a nacer; en domingo, naturalmente. A nacer por los siglos de los siglos.

((( El 30 de octubre del año 1960 después de Cristo Dalma Salvadora, la Tota, rompió bolsa a eso de las cinco de la madrugada. Camino del Policlínico que, naturalmente, se llamaba Evita, le preguntó a la Pierina, que allí estaba acompañándola, en una Rastrojera prestada:

–Estoy segurísima que Dieguito va a ser un pibe 10. Pero dígame Pierina, mi hijo ¿va a ser feliz?

–Tu hijo estará condenado a dar felicidad a los demás.

–Pero él, ¿él va a ser feliz?

–Mirá, el Policlínico. Por fin llegamos.

–Pero él, ¿él va a ser feliz?

–Dame la mano. Bajá con cuidado.

–Pero él, ¿va a…

–Afirmáte en mí. Respirá hondo, Tota. Sin hablar.)))

Libro: Perfume de gol (2009), con el título "Dalma Salvadora. Instrucciones para parir un hijo que salga Maradona".

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