Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
A muy temprana hora para "agarrar la fresca", inició el regreso a su rutina, a la habitual locura de la ciudad Se habían pronosticado altas temperaturas. Manejando estiraba los recuerdos de los días disfrutados en la playa. Le angustiaba la idea de volver. Se conformó, sus vacaciones podrían repetirse -ya habría otro fin de semana largo-. Aceleró la marcha entusiasta por llegar. Cuanto antes afronte lo pendiente mejor.
El hambre se le escurrió en el viaje. Bastó su regodeo al rememorar su reciente pasado. Qué bueno, así no paro perder tiempo. Sólo agua -eso sí- en abundancia. Hacía ahora muchísimo calor y podría deshidratarse.
Comenzó a sentir una necesidad fisiológica, la de drenar tanto líquido acumulado. Por la ventanilla visualizó una moderna estación de servicio. Le faltó decisión para bajar a la explanada. Un camión a gran velocidad venía detrás, sin dejarle espacio para la maniobra. ¡Ja! Tampoco matarse por ir al baño -pensó jocosamente, imaginando el tenor de la noticia.
Sesenta kilómetros adelante, se le apareció una segunda estación. Muy concurrida. No voy a perder tiempo haciendo cola. Me aguanto...
La presión en la vejiga fue en aumento, se transformó en urgencia cuando el dolor se le hizo insoportable. La próxima estación sea como sea, no se me escapa, parar un ratito no me va a bajar el promedio. Tenía aspecto de cuasi abandonada. Unos pocos autos vacíos y polvorientos estacionados en la playa de carga de combustible. Un puñado de operarios maniobrando con postes y alambres. El ruido penetrante y persistente del martillo neumático silenció el andar de su vehículo. Lo acomodó entre unos crecidos alamos que lo protegerían del fortísimo calor.
Notó el desgate de los surtidores. A no ser por los operarios concentrados en su trabajo hubiese jurado que era una estación fantasma detenida en el tiempo. No notaron su presencia. ¡Qué suerte! Así no me demoro en pedir permiso o la llave. Por un momento dudó: ¿Y si no hay baño habilitado? Bueh, hay árboles... nadie me vería. Ganó su coquetería de mujer y contenta lo localizó. ¡Milagrosamente limpio! Al cerrar la pesada y ciega puerta de metal, le pareció haber entrado a una celda. Un minúsculo espacio. En lo alto de la pared, una ventanita escueta y enrejada. Cero mantenimiento, todo deteriorado, otra estación que va a morir en manos de las corporaciones, sentenció resignada, mirando las paredes descascaradas y el picaporte algo corroído, que cuando quiso reanudar el viaje, no pudo destrabar.
-Ahora sí que quedó todo bien asegurado -dijo uno de los operarios, mientras le ponía cerrojo al flamante candado del portón de entrada recién colocado-. Al fin terminamos de cerrar el predio, y agregó impaciente: ya quiero volver a mi casa.
-Sí, yo también -acotó el Jefe Operativo-. Suerte que los japos quieren tener todo muy organizado y vienen a mitad de año. Tenemos margen suficiente para preparar el equipamiento, conseguir la cuadrilla y recién ahí regresar para la demolición.
Dicen que los días de excesivo calor, el nuevo hotel japonés se inunda de alaridos escalofriantes.
Libro: Animarse a... (2022)
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