Leído en el programa Qué Grande, en Radio Comunitaria Quimunche.
Hay indicios, fuertes y acreditados indicios, de que fue así la cosa:
- En el principio creó el Supremo los cielos y la tierra.
- Y la tierra resultó poblada de ausencias y desordenados presentimientos.
- Y entonces dijo el Supremo: sea el Sol para que sea la luz; y fue la luz.
- Y vio el Supremo que la luz se enredaba y se embadurnaba con las tinieblas, y sin más separó la luz de las tinieblas.
- Y el Supremo llamó día a la luz y noche a las tinieblas.
- Y siguió su faena juntando todos los cielos en el Cielo y todas las aguas en el agua.
- Y el Supremo llamó a lo seco Tierra y a las aguas Mar. (Omitió decir que el mar más propiamente debía llamarse la mar.)
- Después el Supremo dijo: produzca la tierra hierba verde.
No vamos a abundar en más detalles acerca de la gestión hacedora del Supremo. El inventario, más que arduo sería extenuante. Pero conviene no dejar pasar por alto ni por bajo que una de las primeras medidas del Supremo fue ésa: Produzca la tierra hierba verde. Es por demás curioso que ese mandato, anterior a la creación de pájaros, peces, bestias, de todo tipo de animales, anterior incluso a la creación del hombre y, costilla mediante, de la mujer, no nos haya llamado la atención. ¿Por qué tal urgencia, tal prioridad en esa decisión del Supremo cuando rotundo mandó: Produzca la tierra hierba verde? ¿No hay en esto, acaso, un fuerte presentimiento de lo que vendría a ser luego el verde lecho de una cancha de fútbol? En otras palabras, que el Supremo prefirió hacer primero el teatro, el escenario y después los actores. ¿Por qué procedió así? Él, que dicen todo lo sabe, lo sabrá.
Avancemos hacia el nudo de nuestra historia. Hay noticia bíblica de que Adán, el pionero de los pioneros, vivió novecientos treinta años. Después lo descendieron Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Jared, Enoc –Enoc murió jovencito, a los 365 años–, Matusalén, Lamec y Noé. Por fin llegamos a nuestro hombre. Siendo Noé, nieto de Matusalén, a los 500 años engrendró a Sem, a Cam y Jafet. A esta altura del suceder es que el Supremo mira para abajo y advierte en el mundo una corrupción galopante, de aquellas.
- Y miró el Supremo la tierra y dijo a Noé: he decidido el fin de todo ser porque la tierra está llena de violencia y la violencia de frivolidad. Lavaré arrasando, arrasaré lavando con todas las aguas habidas y por haber. Todo es inmundo. Lo inmundo para siempre será lavado.
- Hazte, Noé, un arca de madera; harás aposentos en el arca y la revestirás con brea por dentro y por fuera y le harás piso bajo, segundo y tercero.
- Y del dicho al hecho para mí no hay ningún trecho, dijo el Supremo: he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra. Lo dicho: todo lo que hay en la tierra morirá.
- Mas sellaré un pacto contigo, Noé, y entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos.
- Y de todo lo que vive y respira, de toda carne, dos de cada especie (macho y hembra serán) meterás en el arca, para que vivan contigo.
- Y toma contigo de todo alimento que se come, y almacénalo, y servirá de sustento para ti y para ellos.
- Y lo hizo así Noé; procedió tal cual el Supremo le ordenó.
- Y pasados siete días las aguas del diluvio vinieron a cabalgar sobre la tierra entera.
- Y hubo lluvias sobre la tierra entera cuarenta días y cuarenta noches, y las aguas crecieron y alzaron el arca, y se elevó sobre la tierra, y las aguas subieron más y tanto más; y todos los montes altos que había debajo de todos los cielos, fueron cubiertos, y todo lo que había en la tierra dejó de ser.
- Y prevalecieron las aguas sobre la tierra ciento cincuenta días.
- Y se acordó el Supremo de Noé y de todos los que estaban con él.
- Y desembolsó un viento sobre la tierra y disminuyeron y se retiraron las aguas y asomaron, nuevas, las viejas cimas de los montes.
- Y mandó Noé una paloma a que viera si en verdad el agua se había retirado. Y (empujada por el presentimiento de Picasso) volvió la paloma con una rama de olivo en el pico. Y Noé entendió que podían bajar a la tierra.
- Y habló el Supremo a Noé y a sus hijos con él: Mi arco he puesto en las nubes: ésta es la señal del pacto que yo establezco entre Mí y vosotros: no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne y toda esperanza sobre la faz de la tierra.
- Y díjole nuevamente el Supremo a Noé: Mi arco en las nubes es la señal del pacto. Fructificad y multiplicaos.
- Y al tiempo comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viña y bebió del vino en demasía, y se embriagó, y se desnudó en la celebración, y los hijos caminando hacia atrás cubrieron la desnudez de su padre teniendo vueltos los rostros, y así no vieron la desnudez, como si la desnudez no debiera verse.
- Y vivió Noé después del diluvio otros trescientos cincuenta años.
- Y fueron todos los días de Noé 950 años; y murió por fin diciendo joder, cómo se pasa la vida.
- Y manso murió Noé, repitiendo a su heredad, lo que el Supremo había con él pactado: no habrá más diluvio sobre la tierra.
- No más diluvio, díjoles siete veces Noé a sus hijos. Pero cuidado, porque en llegado el caso el Supremo suplantará el diluvio con la globalización.
- Y Noé no dijo más. Ni más respiró.
- Y los hijos de Noé, naturalmente, desoyeron al viejo.
Algo tarambanas, los Noé no atendieron la advertencia postrera del anciano padre. No se les dio por sospechar que la globalización es un flor de diluvio que prescinde del agua.
Pero volvamos al arca y a su muy selecta tripulación. Dicho lo siguiente con el mayor respeto, en honor a la imprescindible verdad es tiempo ya de señalar alguna omisiones en los textos bíblicos. Noé transgredió, no cumplió estrictamente las indicaciones del Supremo: hizo una excepción en cuanto a su comitiva: además de su mujer (bastante silenciada en los relatos sagrados), de sus hijos y las mujeres de sus hijos, Noé embarcó a un pibe. Tal cual: a un pibe. En realidad el pibe se embarcó sin permiso y a Noé no le dio el cuero ni el corazón para tirarlo por la borda. Dónde comen ocho comen nueve, pensó. Pero más que eso, el pibe le cayó simpático porque era atrevido hasta la insolencia, porque pedía las cosas sacando pecho.
Ya el arca alzada por las aguas, el pibe, siguiendo la recomendación de Noé, no asomó hasta pasados varios días. Cuando se dejó, ver los hijos y nueras de Noé lo miraron con celo y recelo. Noé, por así decir, los puso en vereda: Este pibe es sagrado; no se toca. Me lo recomendó el Supremo –mintió para ser expeditivo.
Por aquellos días y noches el mundo era nada más que mar. Para el Arca de Noé y sus tripulantes la brújula estaba de vicio: daba lo mismo el norte que el sur que el este que el oeste. Llovía con sol y llovía sin sol, siempre llovía. La monotonía los iba ganando a todos. En eso estaban, olvidados, a la buena del Supremo, cuando falleció inesperadamente un cordero sin que mediara intención de sacrificarlo. Sus carnes fueron deshojadas, y sus entrañas. El pibe, que andaba por allí, alzó la vejiga y se la llevó a su rincón. Al día siguiente apareció con la vejiga inflada, y en sus pies. La levantó con la punta del pie izquierdo y después empezó a darle dulces toquecitos, hacía arriba. La vejiga subía y bajada, iba de un sitio de su cuerpo al otro, jamás tocaba el piso. Noé empezó a ver esa delicia y pronto llamó a toda su familia para compartir el asombro. Enseguida todos miraban, deslumbrados, al pibe dándole y dándole a la vejiga. Empeine, empeine, empeine, empeine, empeine, rodilla, empeine, empeine, rodilla, empeine, rodilla, cabeza, cabeza, cabeza, empeine, empeine...
Noé (cada día más parecido a Walt Whitman) no pudo contenerse. Fue y lo abrazó; más, lo escondió entre sus brazos. Ni la afectuosa efusividad le hizo perder de vista la vejiga al pibe.
Ese día trajo su noche. La noche lo encontró a Noé desvelado, pero no se disgustó por el insomnio. Resolvió caminar, atravesó de punta a punta los 300 codos que medía el Arca. Eso lo estaba haciendo al compás de su pipa. En la penumbra adivinó una sombra pequeña y enseguida se dio cuenta de que era la del pibe. No quiso asustarlo; por eso a media voz, como para compartir un secreto, le dijo:
–¿Se puede saber qué buscas en ese arcón?
–Una ele.
–¿Una ele?
–Sí, don Noé, una letra ele.
–¿Para qué la ele?
–Para agregársela a mi nombre. Mi nombre necesita al final una ele.
–A todo esto, granuja: ¿cómo dices que te llamas?
–Diego.
–Je, ¡argentino!
–¿Cómo se dio cuenta, don Noé?
–Di... ego. Pero no te enojes, pibe. Es una chanza de abuelo.
–¿Y, don Noé?
–¿Y qué?
–¿Me va a regalar una ele para agregarle a mi nombre?
–No te hace falta la ele. La ele sucederá en tu cuerpo, la ele brotará del pie de la pierna que tienes del lado del corazón.
–Don Noé, no sea así: consígame una ele para mi nombre.
–No te hará falta, mi querido.
–Pero es que yo tengo mucha sed de ele.
–Ya veo que eres insaciable, un cornisa de alma y de índole.
–Déme la ele, don...
–Que no. Te digo que no. Con la sed que tienes darás alegría, y cuánta. Pero ni una miga de alegría dejarás para el cofre de tus días.
–¿No me dará la ele?
–Ve a dormir.
A la mañana siguiente Noé fue el primero en alzarse de su cobertizo. Por supuesto que llovía. El pibe ya lo estaba esperando con el machacante pedido de la ele. Noé resueltamente le dijo:
–No te daré la ele porque no te hace falta: la tienes escondida adentro de tu cuerpo. Te daré un arco.
–¿Un arco?
–El Supremo tiene un arco entre las nubes, tú tendrás un arco aquí en el Arca. Lo haremos enseguida con tres maderos y una red de pescar. Lo pondremos allí ¿ves? adelante, unos metros antes del vértice de la proa. Podrás darle con tu pie del lado del corazón a la vejiga inflada; te hartarás de meterla en ese arco.
El hijo mayor de Noé, también madrugador, se acercó a la conversación y dijo para prevenir:
–Con el arco allí la vejiga pronto irá a parar al agua, ¿y después qué? ¿Vamos a acaso a sacrificar al único cordero que nos queda?
–A que no –dijo el pibe. Y sacó pecho.
Y alzado el arco fue; el arco de Noé.
Y el pibe empezó a darle viaje a la vejiga. Y la vejiga iba siempre, como un pájaro certero y obediente, adentro de ese rectángulo nido: el arco.
Siete veces acertó en el arco con la vejiga el pibe. Y setenta veces siete. Y siete veces setenta veces siete. Y setenta veces siete veces setenta veces siete... Siempre adentro. Jamás afuera. Así por días y semanas y meses.
En el Arca de Noé todos se daban al ocio, un ocio concelebrado, porque no hacían otra cosa que mirar, en estado de renovado éxtasis, al pibe. Miraba la mujer de Noé y miraban los hijos de Noé y miraban las mujeres de los hijos de Noé, y miraban dos animalitos de cada especie, y miraba sólo un cordero (porque el otro, recordemos, había fallecido sin sacrificio, y de su cuerpo fue que salió la sacra vejiga).
Y miraba Noé con goce deslumbrado.
Y mientras Noé y los suyos y los animalitos miraban, no se dieron cuenta de que por fin la interminable lluvia había cesado, y que las aguas ya bajaban, y que la tierra empezaba a asomar en las puntas de algunos cerros.
¿Y el pibe? En lo suyo: seguía dándole y dándole. Decía ángulo derecho y allí ponía la vejiga. Decía ángulo izquierdo y allí también ponía la vejiga. Era su pie una mano, una mano con ojos.
En viendo lo que veía, Noé, relamiendo goce debajo de su barba, dijo profético y algo triste, para sus adentros:
–Querido infeliz, estás condenado. Estás condenado a dar felicidad a los demás, Diegoool.
Libro: De fútbol somos (2001)
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